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miércoles, 30 de diciembre de 2020

Carta a mi hijo ausente

(Nota publicada en el diario "La Prensa" el 30/12/2020)

No fueron la pandemia ni la cuarentena eterna. Te fuiste mucho antes de este infierno; te alejó otro infierno, el de la mediocridad y la falta de horizonte. Abandonaste el país buscando un horizonte porque, a pesar de tu juventud, entendiste que aquí no lo habría. Hace años que la Argentina se volvió un lugar hostil para la gente honesta.

No te expulsaron la guerra, los desastres naturales o el rigor del clima sino una casta dirigente vergonzosa que, a través de varias décadas, hizo de la Argentina primero un lugar sin futuro y ahora un lugar sin presente. Entre políticos irresponsables, empresarios prebendarios y sindicalistas inescrupulosos perfilaron un país de matones, iletrados prepotentes y acomodados; gente de baja estofa que ocupa legal pero ilegítimamente los espacios de conducción hasta hacer inviable ejercer, comerciar y hasta la vida cotidiana misma.

UNA VIDA PLENA

Te criamos en nuestros valores, sobre el pilar de la libertad, eje en la cultura de las tradiciones y respeto por los valores morales, en un marco de responsabilidad personal que supiste incorporar en absoluta armonía con lo que recibías en el colegio. Queríamos para vos una vida plena: que fueras un buen profesional en la disciplina que eligieras pero, por sobre todas las cosas, que te transformaras en un hombre de bien.

Te enseñamos a transitar tu propio camino y a aceptar, como dijera Jean Piaget, que "elegir es perder''. Aprendiste a elegir, a dejar cosas en el camino para no dispersarte en tus objetivos y a equivocarte pero también a incorporarte y seguir. Te mostramos con el ejemplo que los logros propios no te los quita nadie, a encontrar satisfacción en ellos y en cada progreso. 

La escuela te dio conocimientos, modelos de vida y te enseñó el incalculable valor de la amistad. Fue el complemento perfecto para hacer de vos el ser humano que sos hoy.

Pero cuando asomaste a la vida adulta comprobaste que la meritocracia y el esfuerzo que te habíamos inculcado no cotizaban en la sociedad en la que te tocaba desarrollarte. Al contrario; los buenos modales y la nobleza de las acciones impactaban en un mundo plagado de corrupción y venalidad, y no encontrabas un lugar desde donde hacer tu aporte en esta porquería inmoral y mediocre en la que se ha transformado el país.

UN BILLETE FALSO

Compartías con tus amigos los mismos principios. En una oportunidad, apenas adolescentes, a uno de ellos le dieron un billete falso; cuando intentó usarlo, en el comercio se lo rechazaron. Ese episodio es una postal que no olvidaré jamás. Volvieron a casa azorados y él comentó "ahora que sé que es falso no lo puedo usar''.

"Estas son las personas que estamos formando'', pensé emocionada. Pero el ambiente era adverso a sus valores y a sus conductas.
Tal vez en ese entonces empezó a germinar en tu alma la necesidad de un mundo mejor. Y un día lo lograste. Desde entonces celebro por vos esa enorme distancia que nos separa pero también sé que no es gratis, que no es todo placentero. Sé que tu desarraigo conlleva sacrificio y dolores. No estar en familia cuando los hechos suceden en la Argentina es triste. Asumir que no podrás ver a tus hijos crecer en tu país es doloroso.

Las pantallas tienen un enorme valor entre nosotros. Nos vemos, nos sonreímos y nos mostramos desde el teléfono el lugar donde estamos o el regalo que acabamos de recibir. Son momentos de intensa alegría hasta que alguien dice el primer "bueno...'', que indica que es hora de cortar.
En cada comunicación pasamos lista de los amigos y familiares y te contamos las noticias de todos ellos. Y luego volvemos cada uno a lo suyo. Nosotros acá, sin vos; vos allá, sin nosotros.

Yo celebro que estés creciendo personal y profesionalmente en otro lado pero, no me engaño, soy consciente del día a día que nos estamos perdiendo en nuestra relación.

La vida. Por eso, aún en esta Argentina desahuciada, intento mostrarte que para mí la lucha por una sociedad mejor continúa. Tal vez si hay frutos no serán para vos, pero sí para los millones de jóvenes valiosos que están atrapados por un sistema perverso que los tiene de rehenes. Por eso te mando fotos desde el Congreso mientras reclamo a los legisladores por el respeto a la vida; por eso me uno a causas internacionales contra el marxismo del Siglo XXI; por eso no claudico. Porque quiero seguir siendo coherente y porque la lucha por causas justas disipan la angustia de tu ausencia. Y porque sé que en un rinconcito, tu alma también sufre.

Hago extensiva esta carta a los miles y miles de padres que comparten este sentimiento que hoy describo.

¡Feliz Año Nuevo, hijo querido! Cuando suenen las 24 campanadas, cuando los fuegos artificiales iluminen el cielo, acá vamos a estar pensando en vos. Te queremos y el orgullo que sentimos por la persona en la que te convertiste le da sentido a cualquier sacrificio.

domingo, 29 de noviembre de 2020


 

Un “Basta” al Grupo de Puebla

      (Nota publicada en "La Gaceta de la Iberosfera", Noviembre '20, Madrid, España)


El decidido giro a la izquierda que ha dado la América Hispana no es una casualidad del destino. Tras la caída del muro de Berlín, el horizonte ideológico y económico de la región debió replantearse. Fue así que nació el Foro de Sao Paulo. Durante los años ´70, el comunismo había desplegado la estrategia del terrorismo para hacerse del poder en la mayoría de los países de esa parte del mundo. La ferocidad del ataque que costó miles de vidas fue rechazada por las sociedades y la guerrilla fue vencida y desalojada. Aparentemente. 

 

Fue entonces cuando los personeros del comunismo internacional, reunidos tras la convocatoria de Lula Da Silva y Fidel Castro, sin modificar el objetivo, diagramaron los pasos a seguir. Las acciones serían sin violencia y disfrazadas de consignas amables. Había que avanzar sobre la educación, los medios de comunicación y la sociedad civil de modo pacífico. Así se fueron calzando, según conviniera, distintos sombreros: bregaron por el ecologismo, la defensa de los bosques y la fauna, los derechos humanos o el indigenismo. Hugo Chávez y Nicolás Maduro (Venezuela), Fernando Lugo (Paraguay), Daniel Ortega (Nicaragua), Michelle Bachelet (Chile), Tabaré Vázquez y “Pepe” Mujica (Uruguay), Rafael Correa (Ecuador), los Kirchner (Argentina), Evo Morales (Bolivia), Leonel Fernández (República Dominicana), Juan Manuel Santos (Colombia), José Luis Rodríguez Zapatero (España) y el ex Secretario de la Organización de Estados Americanos, el chileno José Miguel Insulza dieron el presente. 

 

El trabajo de conjunto dio sus frutos: en América Latina, entre su formación en 1990 y 2018, el Foro de Sao Paulo llegó a reunir 68 partidos políticos, 52 organizaciones  sociales y movimientos guerrilleros, y gobernaron el 45% de la región estando activos en 22 países del continente, más España. 

 

Sin embargo, de a poco fueron perdiendo protagonismo; las políticas equivocadas, los pésimos resultados y la corrupción de sus administraciones se hicieron evidentes y se produjo un reemplazo de clase dirigente. Recibieron, entonces, un poderoso impulso que los volvería a escena; el salvataje llegó en dos vertientes: la agenda globalista y los fondos de George Soros y algunos mega millonarios de Silicon Valley.  Los empleados de la causa se reciclaron en el llamado Grupo de Puebla manteniendo las mismas personas y los mismos objetivos. El gobierno español de Sánchez-Iglesias está representado por Irene Montero, ministro de Igualdad del Gobierno de España, antigua militante del partido comunista, hoy dirigente de “Podemos” y pareja del vicepresidente Pablo Iglesias. 

 

La colonización de los resortes educativos fue clave en el proceso; en la actualidad, los contenidos curriculares tienen un sesgo inocultablemente izquierdista en toda la región, no importa si se trata de gestión pública o privada. A ello se suman el control sobre los medios de comunicación, el debilitamiento y desprestigio de las fuerzas armadas, una prédica con intenciones y márgenes imprecisos sobre las bondades de las nociones de igualdad e inclusión, el reconocimiento de derechos a pueblos originarios de dudosa procedencia, la toma de tierras y la crisis social como condición previa para la revuelta. Esta receta se ha venido aplicando en Latinoamérica y sus frutos están a la vista. Chile es un ejemplo perfecto.

 

Sin embargo, eso no es todo. La principal cara del marxismo del Siglo XXI merece una mención especial. Se trata del movimiento feminista y su prédica pro aborto y anti familia, impulsora de la perversa ideología de género que pretende negar a los padres la potestad de educar a sus hijos, facultad que les conceden el derecho natural y el derecho positivo. El embate a la familia como política de estado promueve la imposición de contenidos contrariando hasta la Convención Universal de los Derechos del Niño, cuando la escuela debe limitarse a educar conforme a la ciencia y la ideología de género carece del más mínimo rigor científico.  

 

Lo natural es aquello que nos es dado. Es natural, por tanto, que los padres decidan la educación de sus hijos; que el estado adoctrine a los niños es una construcción artificial que invierte ese principio liminar de la convivencia en libertad. La agenda del Foro de Sao Paulo y ahora el Grupo de Puebla atropellan la patria potestad, esto es el derecho preferente de los padres a educar a sus hijos y bregan por invertir el principio, depositando en el estado el derecho preferente. Autoritarismo en estado puro. 

 

Esta pulseada y la legalización del aborto son las banderas del feminismo del nuevo siglo que lucha, no por igualdad sino por privilegios.

 

La asunción del presidente boliviano ha servido de excusa para el reencuentro de los líderes del Grupo de Puebla. La foto de Alberto Fernández, presidente de Argentina, junto a un sonriente Pablo Iglesias habla de las coincidencias ideológicas entre ellos y con el régimen venezolano, y de los planes de impulsar políticas comunes y afianzar el rumbo hacia un socialismo autoritario severo.

 

Frente a ello, la conformación del Foro de Madrid adquiere una enorme trascendencia. Significa la decisión de jóvenes dirigentes y personalidades de toda la América hispana de dar la batalla cultural contra el marxismo del nuevo siglo. El establishment rancio querrá ignorarlos; los medios de comunicación intentarán ocultar sus logros pero sepa el mundo que ha nacido una expresión política que lleva en sus entrañas un ADN indestructible: la llama de la libertad. 

sábado, 24 de octubre de 2020

Liberalismo latinoamericano que no fue


Latinoamérica se ha puesto la democracia de sombrero. Queda poco y nada de los procesos políticos virtuosos que vieron la luz hacia finales del siglo XX y que hacían predecir un alejamiento definitivo de la región del autoritarismo y los movimientos de masas.

Sumado a este retroceso, el feminismo, la nueva cara de la izquierda en la lucha ideológica, representa el poderoso enemigo del siglo XXI.

Porque la pretensión del marxismo siempre ha sido suprimir la libertad individual de nuestro estilo de vida. En los años 70, el terrorismo transnacional azotó varios países de América y produjo a su paso muerte, destrucción, inestabilidad política y cuantiosos daños materiales. Ese plan fracasó porque los países atacados hicieron una decidida defensa de sus administraciones y estilos de vida, repeliendo el ataque guerrillero. Perdida esa batalla, la izquierda no abandonó el objetivo. Sin embargo, y comprobado que la vía violenta no era la forma para alcanzar el éxito, optaron por la penetración cultural.

La izquierda, entonces, se disfrazó de ecologista, de defensora de las especies en extinción, de los bosques y de los derechos humanos. Cambiaba de sombrero, pero no de intenciones. Sus causas tuvieron buena prensa, obtuvieron cuantiosos fondos y gran difusión en los medios de comunicación de todo el planeta. Nacieron cientos de organizaciones no gubernamentales que agitaron sus banderas y las sociedades se fueron haciendo permeables a su influencia.

La caída del muro de Berlín alteró, parcialmente, sus planes. Sin el financiamiento que recibían hasta entonces, hubo que pensar rápidamente otras alternativas. Así fue que nació el Foro de São Paulo que, con la receta del gradualismo, persiguió lo mismo: una izquierda unida y activa en América Latina que luchara contra el liberalismo.

Fue entonces de este modo que la izquierda llegó a gobernar prácticamente el 50 % de la región y a reunir a sus principales líderes políticos. Lugo en Paraguay, Chávez y Maduro en Venezuela; Ortega en Nicaragua, Santos en Colombia, Tabaré Vazquez y Mujica en Uruguay; los Kirchner en Argentina, Correa en Ecuador, Leonel Fernández en República Dominicana, los Castro en Cuba, Dilma Rousseff y Lula en Brasil, Evo Morales en Bolivia, Bachelet en Chile y López Obrador en México significan un rotundo triunfo del Foro de São Paulo.

Chile merece un párrafo aparte. Ese país, que durante décadas fue bastión de las políticas correctas y ejemplo de eficiencia para quienes luchamos por la libertad, se dejó secuestrar por movimientos radicalizados que están aniquilando los cambios estructurales llevados a cabo durante las últimas tres décadas. El comunismo internacional lo ha tomado de estandarte para mostrar las falencias de la libertad y hoy se encuentra transitando un peligroso camino de deterioro y retroceso. Alumno dilecto del Foro de São Paulo, su receta indica que es preciso generar crisis internas disfrazadas de reclamos populares para avanzar en la transformación que pretenden. Y en eso están.

La histórica derrota del PRI en México, una reacción superadora en varios países del continente, Colombia y su exitosa lucha contra el narcoterrorismo de la mano del presidente Uribe, así como Argentina votando contra el peronismo o Perú alejándose de sus errores reiterados, en perspectiva, demuestran que se trató solo de hechos aislados que no alcanzaron a torcer el rumbo ni pusieron en peligro los planes de la izquierda.

Ya en proceso los pasos que indicaba la agenda de Lula y sus compañeros de ruta, en el nuevo siglo, la izquierda se calzó el sombrero del feminismo y el aborto, con el agregado, nada menor, de que impulsan cambios radicales e intentan imponerlos desde el Estado. Para todas sus exigencias reclaman una ley, es decir, la intención es legalizar sus aspiraciones.

Así se idea la lucha por estos días: en el aborto no punible pagado por el Estado; la educación de nuestros niños a expensas del burócrata de turno (delegada en la currícula oficial relegando la participación de los padres, principales agentes de educación); al papel de mero espectador; las leyes de cupo que implican la incorporación compulsiva de minorías en el Congreso; las oficinas públicas; los directorios de empresas (que se traduce en un claro avance del Estado sobre la propiedad privada); la toma de tierras y el abandono de la función de garantizar la seguridad pública.

El liberalismo debe plantearse de una vez, con mucha seriedad y sin excusas, qué le ha pasado. Las ideas de la libertad son las que han sacado a millones de seres humanos de la pobreza extrema, ha reconocido la dignidad humana como ningún otro régimen, hace posible el florecimiento de la creatividad, del esfuerzo personal y la creación de riqueza. Sin embargo, la región hoy está sumida en un embate feroz del autoritarismo populista.

Es imperioso impulsar nuevas estrategias que seduzcan a los electorados latinoamericanos para que abracen el proyecto liberal, para que cada individuo reconozca en esas políticas la salida a la postración económica y a la dependencia política. Tenemos que trabajar para convencer a nuestros pueblos de que la opción superadora es la libertad.


sábado, 9 de mayo de 2020

Los manotazos oficiales


La foto de la Argentina actual es el comprobante del fracaso del estado. Al contrario del insistente relato oficial que pretende instalar las bondades de un estado grande y fuerte, lo cierto es que este obeso sector público falló antes, durante y muy probablemente, falle también después de la pandemia. 

Antes, empezó con un diagnóstico equivocado: el virus no llegaría al país o llegaría mucho más tarde. “Estoy más preocupado por el dengue que por el coronavirus” dijo el máximo responsable de la salud, el ministro del área. No es que no haya motivos para preocuparse por el dengue; de hecho sigue matando más personas que el covid19 pero la moda internacional ha invisibilizado al mosquito. Cifras no oficiales, siempre más creíbles que las otras, dan cuenta de nuestra propia pandemia local de muertos por dengue.  

En el durante, nos pidieron primero y exigieron después el confinamiento por tiempo indeterminado; ¿por qué? Porque el estado no está en condiciones de atajar el embate de la infección. El sistema de salud público representa apenas el 30% del total de la capacidad nacional; esto significa que el 70% lo provee la ideológicamente vapuleada “medicina privada” que no es otra cosa que ese mecanismo que mantienen vivo millones de personas que pagan, en su mayoría, dos veces por estar cubiertos en materia sanitaria. Esos individuos que contratan medicina prepaga o mutuales hacen, además, un aporte a través de sus impuestos que, se supone, debería estar destinado en parte a sostener el sistema público de salud. 

En el durante el estado está destrozando ese mecanismo acordado entre particulares. Los establecimientos privados atraviesan una situación económica desesperante con camas vacías y una capacidad instalada ociosa (principalmente en mano de obra calificada) a la espera del famoso pico del que el ministro de salud descreía hace cuarenta días; pagando insumos con una carga tributaria leonina y sueldos de personal calificado que se mira la cara mientras espera. 

En el durante arde la máquina de emitir billetes mientras descansan los planeros y los empleados públicos, ñoquis y no ñoquis aunque el trabajador independiente, el pequeño comerciante, el monotributista, el asalariado del sector privado y el jubilado están frente al abismo viendo cómo, al compás de la suma del gobierno de científicos más los científicos incorporados para asesorar al presidente en este tramo, se evaporan las raquíticas posibilidades que quedaban en el país de sobrevivir económicamente. 

En el durante hubo: congelamiento de alquileres; prohibición de despidos de personal; abandono de los argentinos que están fuera del país, pagando el sustento con un impuesto del 30% sobre sus gastos con tarjeta de crédito (una desigualdad ante la ley escandalosa); congelamiento de tarifas; cero reducción de impuestos a la importación de insumos básicos para salud; cero baja de impuestos a una población asfixiada de cargas nacionales, provinciales
y municipales; cero racionalización de personal en el estado; cero reducción de dietas y sueldos de la maraña burocrática; poder Legislativo hibernado; poder Judicial ídem; patrullaje ideológico; compras estatales con sobreprecios; revoleo diario de DNU; algún que otro “palito” e insulto al periodismo; detención para quienes hubiesen interpretado que no hay decreto presidencial que esté por encima del derecho constitucional de transitar libremente y liberación indiscriminada de condenados (o discriminada para algunos escépticos que sugieren que, tras violadores y asesinos, salieron aquellos delincuentes que el actual gobierno necesita libres).

Tras este pantallazo del “durante”, cabe proyectarse y evaluar el posible “después”. Hasta ahora, lo confirmado por los hechos y los dichos: no hay plan económico pensado para atajar la tormenta que está gestando la desorbitada emisión monetaria, que se agrega al no plan respecto de la deuda externa que arrastrábamos pre-pandemia, bomba condimentada con el aumento de pobres y la destrucción de empleo y de riqueza, por supuesto toda concentrada en el sector privado. 

Después de esta breve descripción del desempeño de los burócratas, el uso que hicieron del miedo, el castigo y el monopolio de la fuerza no a favor sino contra el individuo (esta vez sin distinción de distrito ni ideología política) urge reflexionar sobre el papel del estado en la sociedad porque ha quedado demostrado que su utilidad es inversamente proporcional a su tamaño y su tamaño es directamente proporcional a lo que nos cuesta mantenerlo. 

lunes, 24 de febrero de 2020

Errores de diagnóstico

* Nota publicada en Infobae 
A un diagnóstico equivocado le sucede, indefectiblemente, una solución incorrecta. La Argentina padece el síndrome de los diagnósticos errados.
Cuando se produjo la histórica derrota peronista en 2015, Mauricio Macri atribuyó los problemas a que el país no estaba en buenas manos. La solución a su diagnóstico fue “el mejor equipo de los últimos 50 años”. Así fue como sus expectativas de éxito estuvieron siempre depositadas en las personas; enderezábamos las cosas cambiando a Timerman por Malcorra, a Garré por Bullrich y a Kicillof por Prat Gay. El tiempo demostró que no era ese el fondo de la cuestión.
Es importante que el ciudadano sepa que, desde hace varias décadas, los tres poderes del Estado vienen siendo una carga inmerecida para el escaso rédito que proveen a la calidad institucional (adjetivando el beneficio aportado como “escaso” por ser magnánimos). Frente a esa verdad casi de Perogrullo, hay que entender que cada día que pasa, cada problema, tragedia o fracaso que sumamos es un día más en el que no se hizo nada para cambiar el rumbo de desastre que lleva nuestro país.
El socialismo que transpira la sociedad argentina es el mayor escollo para la transformación. Cuando el individuo cree que el Estado le va a solucionar algo de todo lo que está mal o cuando supone que una ley, por el mero hecho de su promulgación y vigencia, va a modificar la realidad está alimentando el sistema perverso que a su vez mantiene y que es, paradójicamente, la fuente de sus principales conflictos.
Porque del Congreso también salen diagnósticos errados y, en consecuencia, soluciones deficientes.
La sociedad argentina muestra una violencia progresiva y salvaje. Los entredichos se resuelven con insultos, piñas, palos y balas. No hay proporción entre el episodio y sus consecuencias. No existen límites para la respuesta. Pegan el alumno, el conductor, el patovica, el piquetero y el ladrón. El destrato es un modo de convivencia. Destrata el empleado público, el usuario, el diputado, la empresa de servicios públicos, el funcionario y el chofer de colectivo. Porque la sociedad ha perdido los parámetros de urbanidad elementales. Y la autoridad es mala palabra.
El padre, el policía, el juez, la maestra dejaron de ser una guía, una referencia y, eventualmente, un límite. La maestra reprende al alumno. El alumno es defendido por sus padres. La directora reprende a la maestra por reprender al revoltoso. Moraleja: ese ejemplo se instala en el sistema educativo, se propaga y da sus “frutos”. La maestra no vuelve a castigar el exceso y sirve de correctivo para que las demás maestras que tampoco lo HAGAN
¿Quién dice “basta”? ¿Cómo se educa a una sociedad sin límites? ¿Por qué habría que respetar la vida o la propiedad del prójimo si el otro no merece respeto? ¿Cómo se crece sin la noción del bien y del mal? ¿Qué monstruo sale de allí?
Volviendo a los diagnósticos, el Congreso (monumento moderno al desprecio por la excelencia) se apura a sacar leyes, como si faltaran. Entre 1853 y el orden y limpieza realizado en 2014 había 22.234 normas sancionadas. El Digesto Jurídico las redujo a 3353; eso sin contar las leyes provinciales, las ordenanzas municipales ni otras de menor rango pero que también se aplican con carácter obligatorio (decretos, resoluciones, disposiciones, circulares). La ley de Emergencia sancionada en diciembre pasado lleva el número 27541. A todo ese festival de legislación hay que sumarle la base de nuestra construcción jurídica: la Constitución Nacional que debería alcanzar de marco.
Sin embargo, esa gente que se va apelotonando en el Congreso no encuentra suficiente el bagaje normativo vigente y arremete con leyes nuevas, innecesarias y, además, producto de malos diagnósticos. Adefesios que quedan escritos y que responden a adefesios que pasan. En la explicación de las cuestiones , ningún atisbo de “mea culpa”. Como adolescentes, los dirigentes nos alivian; la culpa siempre es de otro. Y en la “solución” van escogiendo “otros” de manera alternada.
El reciente caso del joven muerto a golpes por una banda de asesinos, movilizó a los diputados que se esmeran por demostrar que las fortunas que cobran están bien pagas. Y a las 25.000 leyes existentes quieren agregar una más: la ley Fernando.
El Congreso, una oda al diagnóstico errado, se puso en marcha. Porque para el radical K Leandro Santoro el problema es la superioridad física de quienes entrenan para deportes de alto rendimiento, para Victoria Donda el problema es el patriarcado y para Fernando Iglesias “es el peronismo, estúpido”.
Se habló de los jugadores de rugby, de los clubes, de las clases sociales, de la policía pero nunca del estado de la sociedad, de la responsabilidad de la clase dirigente como conductora.
Ninguna mención a la formación que cada chico debería recibir de su hogar, la función indelegable de los padres, la violencia permitida, los planes de estudios, la educación formal, el aflojamiento de la disciplina y la falta de autoridad promovida por el propio estado.
Mientras nos entretienen con debates vacuos, ¿inventarán un registro de rugbiers? ¿Les prohibirán salir a bailar? ¿Estará permitido ir de a dos, máximo tres? ¿Se les cobrará un impuesto al músculo?
Entre ignorantes, improvisados y perversos en ese antro son legión. Fernando no está más y eso no lo pueden subsanar. Pero si los legisladores realmente se tomaran la situación en serio, si reconocieran la gravedad a la que han escalado las cosas y la necesidad de salir de esta anomia, la tragedia de ese jovencito que apenas asomaba a la vida podría ser la bisagra hacia una sociedad civilizada.
No es el machismo, no es el músculo, no es la clase social, no es el peronismo, no son los boliches, la noche, la capacidad económica o el alcohol. Es la falta de valores, la falta de familia, de maestra, de autoridad, de orden y de respeto.
Hace décadas que la economía es la menor de nuestras pobrezas. Ese perfil falsamente rupturista-progre que tiene muy poco de virtuoso y mucho de falta de escrúpulos, nos ha transformado lentamente en una sociedad sin principios ni fines, miserable, por momentos repugnante.