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martes, 23 de octubre de 2018

2019: Peronismo o peronismo

     (Nota publicada el Lunes 22/10/2018 en Infobae)

La administración Macri pasará a la historia como la imagen de la esperanza y la desilusión. El marketing político, lo más político que tuvo su armado, fundió en el nombre de la alianza una promesa de campaña con el deseo colectivo de salir de la pesadilla kirchnerista. Pero el tiempo, implacable, lo vació de contenido. 

Cambiemos pasó de estandarte de futuro a la nada misma porque, en la gestión, los argentinos se percataron de que no estábamos cambiando; el engranaje político colectivista de estado obeso, paternalista y repartidor seguía intacto y la intención de modificarlo no asomó ni en los dichos ni en los hechos.

El pecado original del PRO fue su error de diagnóstico y resultó letal: Mauricio Macri creía en las virtudes de las personas más que en las del sistema. Por eso se empeñó en reunir “el mejor equipo de los últimos 50 años”.  Independientemente de no lograrlo, apostó a que reemplazando malos funcionarios por otros, supuestamente idóneos, el cambio se produciría por impronta.

El tiempo le demostró que las virtudes personales no echaban raíces en tierra infértil, ni daban frutos. Y a una herencia espantosa se sumó la medicina equivocada. 

Era el sistema lo perimido, obsoleto y probadamente fracasado. El peronismo, en su momento, arrancó a la Argentina del ranking de países líderes y el radicalismo se quedó a mitad de camino entre su discurso republicano y el contagio de las nuevos formatos de gestión pública. El PRO condensó ambos males y de esa alquimia nació un ente sin perfil ideológico constituido por peronistas, radicales y gente sin pertenencia política ni preferencia filosófica. ¿Qué podría fallar? 

Durante los años dulces, el macrismo optó por enfocarse en la subsecretaría de Movilidad Sustentable y Segura, los cursos de paseo de perros y el uso de la correa, el operativo “te prestamos el termo y el mate”, las bici-sendas; el día de la comunidad: venezolana, cubana, asiática o italiana; las charlas, convenciones, coloquios y jornadas dedicadas al lenguaje inclusivo o el empoderamiento femenino; la inauguración de la primera estatua de Perón en la capital de la república y la reducción del presupuesto militar. Y cuando se sintió en problemas arrojó sobre la mesa la discusión sobre la legalización del aborto. Pavada de distractivo. 

Ahora, a pocos meses de empezar la campaña por su reelección, el Presidente está pensando en empujar cambios imprescindibles que se resistió a encarar cuando las condiciones económicas y políticas le sonreían. 
Intenta las reformas laboral y tributaria, recortar del déficit y achicar gastos con tres años de atraso y en medio de la tormenta, sin convicción ni demasiados aliados, con escaso apoyo interno, mar de fondo en sus filas y su propia herencia de haber evadido hacer lo que había que hacer mientras transitaba sin sobresaltos el plan Perdurar. Un crimen casi imperdonable porque las oportunidades perdidas se miden en fracasos colectivos, en familias divididas con hijos que emigran, en profesionales frustrados y en poblaciones escépticas que van perdiendo las fuerzas y las ganas. Un crimen. Un triste crimen porque es seguro que tamaño fracaso no era lo que Mauricio Macri tenía en mente para el país. Tal vez no tuviese del todo claro el plan (de ahí las marchas y contramarchas) pero sin duda no era éste.

Porque no reparó la ruina económica heredada del infierno K pero en el maltrecho tejido social tampoco logró restituir lo que Thomas Wolfe describe como “el fuerte sabor del estilo de vida... la madurez de la vida en común”. Seguimos siendo un montón de gente enojada entre sí que comparte un territorio. 

Cambiemos alcanzó el récord absoluto en gasto social de la historia argentina con la consiguiente multiplicación de planes de reparto de dinero; obsequio de tierras públicas a los usurpadores; el dúo inseparable de aumento sostenido del gasto y nombramientos oficiales, sinónimo de engrosamiento del estado; vigencia de la ley “los amigos primero”; apertura de la primera casa “trans” en el país y tantos otros “emprendimientos” impulsados por la elefantiásica burocracia estatal, todos solventados con fondos públicos obtenidos del ahogo al sector productivo, único contribuyente exprimido con voracidad. 

La actual administración, un auténtico engendro ideológico con cara de “gente bien” y corazón populista, ha hecho un daño superior al sistema político argentino.  Algunos de sus personeros surgieron en 2001 durante la última crisis (tal vez ya deberíamos empezar a llamarla la penúltima) al grito de “que se vayan todos” y cuando tuvieron la oportunidad histórica de torcer el rumbo de decadencia, lo profundizaron. 

Mientras tanto el liberalismo, históricamente en minoría, se debate en rencillas menores y no consigue ofrecer alternativa alguna. El radicalismo hace décadas que no lo es. La izquierda sigue su tarea incendiaria, irresponsable y destructiva. Así las cosas, para 2019 el peronismo será la única alternativa al macrismo. 


El pueblo argentino, entonces, deberá optar entre peronismo con radicales e independientes o peronismo sin mezcla. Alternativa pobre si las hay. La novedad es que, esta vez, la culpa no será del peronismo. 

domingo, 29 de julio de 2018

Cansancio moral


Quedaron atrás los tiempos en que la dirigencia era digna. Muy lejos están los días en los que Alfredo Orgaz renunció a su cargo de ministro de la Corte Suprema de Justicia en desacuerdo con las intromisiones del poder político en el mundo judicial que desembocaron en el aumento, a su criterio injustificado, de los miembros del alto tribunal, y adujo “cansancio moral”.  Pasado un siglo de aquellos ejemplos, el cansancio moral se apoderó de los ciudadanos mientras los políticos, cada vez menos preparados y menos educados, ocupan espacios de poder y deciden sobre la vida, la libertad y el patrimonio de todos nosotros. 

Un siglo de desatinos hizo añicos la Argentina próspera que supo asombrar al mundo. Fue un largo e ininterrumpido proceso de deterioro que desembocó en el  populismo que se apoderó de las vísceras del estado y destruyó el sistema de partidos políticos, semillero natural de futuros dirigentes. En esa orfandad, que continúa, nuestra sociedad camina ciega hacia ningún lado, apilando fallidos y malas elecciones. Porque el Congreso Nacional no pasa sin escalas de Lisandro  de la Torre a Fernando Iglesias, un entrenador de vóley que, sin inmutarse, dicta clases de ciencia política en la universidad. El deterioro fue paulatino, constante y agudo. Sandra Mendoza sólo se explica con la acumulación de errores y la anuencia por omisión de distintos sectores con peso y gravitación. 

La pauperización de la política no es la única maldición nacional; es un pecado que comparte con el resto de la clase dirigente en pleno. Los empresarios, los dueños del dinero son responsables de haber colaborado en la caída; mercenarios que se empujaban unos a otros para subirse a la propuesta de país corporativo que administración tras administración se les ofrecía en bandeja. Y que ellos aceptaron del peronismo, del radicalismo, de los militares y de este último enjuague político que condensa a todos los anteriores. El poder económico le puso combustible a un modelo de país repugnante. De esa yunta de poderosos se valieron las otras corporaciones que se han dedicado a dañar, empobrecer y embrutecer este país: el sindicalismo y la iglesia. 

Hacia mediados del siglo pasado, cuando el nacionalismo católico le ganó la pulseada al liberalismo republicano que construyó esta nación, terminó de delinearse nuestro destino. Se desató desde entonces una pelea sin cuartel por el mismo público, los pobres. A favor de la iglesia hay que reconocer que ella no los crea pero tampoco colabora con su extinción. El populismo imperante se atrinchera tras ellos para sustentar su poder y es así como los viene multiplicando década tras década. 

Las consecuencias de hacer todo mal está a la vista: una población con 30% de pobres y millones de indigentes y marginales, evasión, trabajo en negro, corrupción en todos los estamentos sociales y anomia. Pero eso no es todo; aún entre los privilegiados que comen todos los días, que no cirujean y que hasta arañan la vivienda propia, son contados los que aprendieron a pensar. Porque la educación, nunca una prioridad, conserva el formato fascista que modelaron Perón y la iglesia católica y que ninguna administración posterior se animó a modificar. 

Así las cosas, tenemos apiladas tres o cuatro generaciones de individuos sin ideas propias, sin juicio crítico, sin independencia ideológica, sin capacidad de discernimiento a las que se arría hacia más populismo, más asistencialismo y más estado generador de pobres.

Tal es la situación de la sociedad actual que, como no sabe ni hacer el diagnóstico correcto de sus propias dolencias, mal podrá sanarse. Cuando la gente se mata a tiros o a golpes, se pelea en la fila del supermercado o destrata al prójimo en cualquier circunstancia no es “violencia de género”; es violencia. La argentina se ha transformado en una sociedad violenta no por machismo sino por falta de educación, porque desconoce los buenos modales y porque el individuo no es formado en el control de sus emociones. 

El individuo padece violencia a diario. La Argentina que ejerce violencia se ha convertido en sistemática: cuando el estado impide a un padre sostener a su familia; cuando la salud y la educación públicas no son una opción sino una imposición de las circunstancias porque elegir es un privilegio para pocos; cuando se hace imposible tener un proyecto personal; cuando la dignidad está hipotecada el ciudadano es maltratado por el sistema.

Hace décadas que la violencia es promovida desde el poder contra la ciudadanía. El estado es el gran maltratador y de su inconducta se desprenden las peores reacciones. El estado es disparador de conductas antisociales cuando impide la libre circulación al trabajador que no puede llegar a su trabajo permitiendo que un puñado disponga del espacio público en desmedro del conjunto; cuando ejerce violencia de género contra el varón otorgándole a la mujer la libertad de suprimir el hijo de ambos sin más trámite que el de su sola voluntad; cuando transforma el acto solidario de la donación de órganos en un ejercicio compulsivo; cuando insiste en disponer de la producción ajena para erigirse en el gran repartidor de lo que no le pertenece y cuando se niega a abandonar uno solo de los múltiples beneficios que otorga ser parte de la burocracia estatal. Mientras pertenecer al engranaje del estado siga siendo sinónimo de privilegio, sus acciones engendrarán violencia.

La clase dirigente en su conjunto es la gran responsable de nuestro estancamiento;  es cómplice y partícipe necesaria de la decadencia. Necesitamos con desesperación cambiar el paradigma; el actual está agotado. El empresariado aprovecha y el estado, por su parte, ahoga a los argentinos que, tras décadas de catequización, hasta lo defiende. La sociedad argentina padece del síndrome de Estocolmo y no se vislumbra en el horizonte nadie dispuesto a rescatarla. 

sábado, 2 de junio de 2018

El liberalismo también dice NO

“Noto que todos los militantes del aborto han nacido” dijo Ronald Reagan para sintetizar su opinión sobre quienes resuelven drásticamente el embarazo no querido. 

Muchos intentan descalificar la lucha por la vida con el falso argumento de que el rechazo del aborto tiene una raíz religiosa. Para un liberal clásico el aborto es inadmisible porque vulnera los derechos de otro ser humano y eso no tiene nada que ver con creencia religiosa alguna; por el contrario, en general, los liberales somos, por lo menos, anticlericales. No nos inspira, ni en éste ni en ningún caso, el temor al castigo divino sino al de nuestra propia conciencia que nos impide decidir quién vive y quién muere. 

El liberalismo es la única filosofía basada en el respeto irrestricto de los derechos individuales, los propios y los del prójimo y de su proyecto de vida. Todas las corrientes políticas dirán lo mismo pero cada vez que subordinan lo individual a lo social arrasan con los derechos individuales, pilar indiscutido de la filosofía liberal y el derecho a la vida encabeza la lista. Es absurdo, cuando no perverso, delirar por la contaminación ambiental, la preservación de los bosques o la extinción de la ballena azul y militar por la interrupción de la vida humana. Es hipócrita marchar por “los más vulnerables” y “los que menos tienen” y negar que el ser humano no nacido es la criatura más indefensa de toda la cadena de seres vivos. Es contradictorio bregar por el cuidado integral de la mujer y, en simultáneo, reclamar para ella el derecho a suprimir una vida sin más trámite.

De la extrema debilidad del niño por nacer se aprovechan las ideologías autoritarias que se arrogan el derecho de decidir por él. En cambio el liberalismo, porque pone al individuo por encima de cualquier otro interés, lo defiende; lo reconoce como objeto de derecho aún en su extrema indefensión; defiende su derecho a vivir, a nacer, a elegir y a tener un proyecto de vida, porque decidir por los demás es una actitud fascista. 

En la actualidad, un delincuente (el que roba una gaseosa o el que mata un policía) es considerado menor hasta los 18 años. También hay que cumplir 18 años para abrir una caja de ahorro en un banco y 17 para manejar un auto. Sin embargo, los mismos legisladores que se niegan a modificar la edad de imputabilidad están dispuestos a votar que una criatura de 13 años está madurativamente apta para decidir la interrupción de un embarazo sin siquiera la intervención de un mayor e ignorando el derecho a opinar del padre de ese ser humano por nacer.

El liberalismo no se termina ahí; hace una religión de la responsabilidad sobre los actos propios y este proyecto de ley es la contratara de ese principio. El populismo se sigue colando en la vida cotidiana de la Argentina haciendo estragos. En el fondo del reclamo, lo que persiguen las abortistas es la gratuidad de la práctica. Quieren tener relaciones sexuales, no evitar embarazarse y luego exigir que la sociedad cargue con el costo del procedimiento. Y suben la apuesta. En un éxtasis de autoritarismo y como si aquello no fuera suficiente, pretenden negarle a los médicos la objeción de conciencia; están dispuestas a obligar a practicar abortos a quien estudió para salvar vidas. 

Al respecto, podrían mencionarse argumentos de la Academia Nacional de Medicina: “el niño por nacer, científica y biológicamente es un ser humano cuya existencia comienza al momento de su concepción… destruir un embrión humano significa impedir el nacimiento de un ser humano… el pensamiento médico a partir de la ética hipocrática ha defendido la vida humana como condición inalienable desde la concepción. Por lo que la Academia Nacional de Medicina hace un llamado a todos los médicos del país a mantener la fidelidad a la que un día se comprometieron bajo juramento” 

Si no bastara con el elemental principio humanitario de reconocer el derecho del más débil, también está la ley. “Esta Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Buenos Aires… estima oportuno recordar que el derecho a la vida desde el momento de la concepción se encuentra implícitamente protegido en el artículo 33 de la Constitución Nacional y ha sido consagrado de modo explícito en varias constituciones provinciales… Ese derecho está protegido por el artículo 4.1 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos (Pacto de San José de Costa Rica) aprobada por la Argentina por la ley 23.054, en el que se reconoce que “persona es todo ser humano a partir del momento de la concepción con derecho a la vida”

Sorprende que haya sido el Poder Ejecutivo y los principales referentes del macrismo quienes pusieran sobre la mesa esta discusión. Ellos sí, producto de la formación religiosa, no pueden desconocer que la Iglesia Católica castiga con la excomunión inmediata a quien promueva la interrupción de la vida. Hay quienes dicen que se trató de una estrategia distractiva para sumergir a la sociedad en un debate acalorado y sacar el foco de los problemas crecientes y acuciantes. Queremos creer que no fue esa la intención porque, de serlo, estaríamos frente a un gobernante para quien el fin justifica los medios. Y eso sería una tragedia de una envergadura similar a la de un aborto.

domingo, 27 de mayo de 2018

Error de Diagnóstico


Aún en medio de la crisis cambiaría de las últimas semanas el mayor problema que enfrenta la actual administración sigue siendo político. Mauricio Macri se asomó a la acción pública apoyado en dos slogan: “somos jóvenes” y “nunca militamos”. La falacia de transformarlos en virtudes corrió por cuenta del marketing. Pasada más de una década de aquel desembarco, la mayoría de ellos ya peina canas y, aunque resistan el paso del tiempo con vestimenta “casual”, evitando la corbata, abusando de las zapatillas y hasta echando mano a alguna que otra tintura, la cualidad de la juventud no se puede seguir esgrimiendo. Algo parecido pasa con la otra máxima. Tras dos gestiones en la jefatura de gobierno, más de una docena de elecciones y medio mandato presidencial, ya pueden considerarse clase política. 

Sin embargo, los PRO puros no terminan de asumir que la política no es genéticamente “mala” y la siguen cuestionando como si fuese la clave y el motivo de nuestros problemas. No es cuestión de prohibir los autos para evitar los choques. Hay que conducir responsablemente. Con la política pasa lo mismo aunque la solución es infinitamente más compleja: es cierto que la sociedad está harta de los burócratas; es cierto que los burócratas vienen dando motivos para tal rechazo; es cierto que hay una relación inversa entre la eficiencia de la política para la resolución de problemas y el crecimiento del estado y es cierto, también, que el material humano que aterriza en la función pública se deteriora año tras año. Todos estos argumentos, poderosos y absolutamente reales, no alcanzan para probar que sin política y sin políticos, las cosas mejoran. 

Ahí reside el error de diagnóstico, esencialmente del PRO ya que la opinión de los radicales y los peronistas que integran la coalición de gobierno, hasta ahora, ha tenido poco y nada de peso. Ellos tienen una mirada algo “naive” y por supuesto equivocada, del hombre. Creen que el género humano se divide en buenos y malos y toman decisiones a partir de esa visión. Todas las ideologías que piensan un hombre ideal y no aceptan que es lo que es, con sus matices , sus cualidades y sus mezquindades, siempre terminan errando el diagnóstico y las alternativas posteriores para enderezar los conflictos. 

Desde esa perspectiva errada, el macrismo apostó a las personas “correctas” para cada función. Si cambiaba a Timermann por Malcorra, a Garré por Patricia Bullrich y a Aníbal Fernández por Marcos Peña, por ejemplo, la solución estaba en camino. En economía hicieron lo mismo. Humanamente claro que reemplazar a Kiccillof por Prat Gay y a Alejandro Vanoli por Federico Sturzeneger fue agradable, pero no suficiente. No llovieron las inversiones, ni cambió nada por el solo cambio de gobierno. Pasados más de dos años, la realidad demostró que las cosas no son tan sencillas y que las personas correctas en el sistema incorrecto terminan fagocitadas y/o neutralizadas. Entonces, lo que tiene postrado a nuestro país hace décadas es el sistema que, para mantenerse firme, elige las personas que le garantizan larga vida. 

Instituciones débiles, justicia paupérrima, partidos políticos arcaicos con dirigentes eternos que se reciclan hasta la muerte, una universidad que no aporta pensamiento crítico, una intelectualidad empobrecida que ofrece más enfrentamiento que ideas, medios de comunicación oligopólicos que dificultan el debate amplio y desinteresado, gremialistas profesionales, ricos en dinero y obesos de chicana política y empresarios prebendarios atados a los negocios con el estado impiden la renovación del marco de convivencia argentino. 

La lista sábana por la cual los partidos nos imponen candidatos impresentables mezclados con históricos que se los conoce más por su permanencia  que por sus obras, la agremiación compulsiva a sindicatos monopólicos, las cámaras empresarias defendiendo privilegios sectoriales y políticos dedicados a mejorar la calidad de sus vidas y no las de sus votantes y un estado elefantiásico e ineficiente con la consecuencia inevitable de la corrupción hacen el combo perfecto para mantenernos en esta decadencia. 

Por eso el cambio de personas no alcanza. Es peor. La maquinaria perversa que empezó a gestarse en la Argentina a mediados del siglo XX y que ya tiene vida propia se come la esperanza que la sociedad deposita en sus representantes. El remedio para eso no es esquivar la política sino curarla. Es educar al soberano. Es imprescindible arrasar con la Argentina corporativa y volver a la Argentina liberal de la Constitución de 1853; la que nos hizo grandes, la que miró al futuro y puso al país en la senda del crecimiento. 

El debate peronismo-antiperonismo en el que algunos siguen enredados, quedó viejo. Es, en todo caso, el dilema del siglo pasado. Porque, luego de 1955, todos regaron las raíces del populismo. La tarea es erradicarlo; cuando eso suceda, qué persona ocupa qué cargo será anecdótico porque el ordenador será un sistema institucional sólido que es el que pone en armonía los esfuerzos individuales para que imparten en lo colectivo.  Hoy la corporación política-empresaria-sindical es un lastre que es preciso desactivar. 

Mientras no se apunte a ese cambio de paradigma, seguirá vigente la frase de Mariano Moreno: “Si los pueblos no se ilustran, si no se vulgarizan sus derechos, si cada hombre no conoce lo que vale, lo que puede y lo que se le debe, nuevas ilusiones sucederán a las antiguas y después de vacilar algún tiempo entre mil incertidumbres será tal vez nuestra suerte mudar de tiranos sin destruir la tiranía”.