El intento de
moderación al menos “estética” sobre los elementos de izquierda recalcitrante
en orden a hacer posible su incorporación a una alianza de partidos no es una
idea original de Elisa Carrió. Por lo tanto, hay mucho de “acting” en aquellos
que se espantaron del socio con el que conformó UNEN. El antecedente inmediato del
comunismo-castrismo sumado a partidos menos extremos es el FREPASO y antes, el
Frente Grande y en ambos casos tuvo a Pino Solanas como protagonista.
El Frente País
Solidario (FREPASO) nació en 1994 con la suma de varios partidos y se disolvió
hacia fines de 2001 cuando el máximo exponente de esa fuerza, Carlos “Chacho”
Alvarez renunció a la vicepresidencia de la Nación.
Su raíz fue el
Frente Grande, formalmente presentado en sociedad por Alvarez en el Café
Tortoni en abril de 1993 luego de que un grupo de dirigentes peronistas abandonara
el PJ con serios cuestionamientos ideológicos hacia la conducción del entonces
Presidente Carlos Menem. Fueron los diputados que se separaron del bloque y
formaron el Grupo de los Ocho.
En 1991 habían
conformado el Frente para la Democracia y la Justicia Social (FREDEJUSO) con
otras fuerzas como el Partido Intransigente (PI), la Democracia Popular, el
Partido Humanista y el Partido Comunista. Dos años después, sumaron a la
izquierda democristiana (Humanismo y Liberación), a Carlos Auyero y a Pino Solanas
con su Frente del Sur. Así llegaron al Congreso “Chacho” Alvarez y Graciela
Fernández Meijide por Capital y el propio Solanas representando a la provincia
de Buenos Aires.
El Frente
Grande se definía a sí mismo como la “izquierda democrática”. Esa auto
descripción es interesante y valiosa porque, implícitamente, reconoce la
existencia de una izquierda no democrática y, aunque se trate de una verdad de
Perogrullo, en boca de los protagonistas adquiere relevancia histórica.
Esa pátina de
moralidad que de manera sistemática se arroga la izquierda le deparó al Frente
Grande muchas satisfacciones, como un impensado caudal de votos en las
elecciones para la Convención Constituyente convocada por el presidente Menem en
1993. Ello determinó que esa flamante fuerza política tuviera particular
injerencia en el adefesio de reforma que vio la luz tras el toqueteo al que fue
sometida la Constitución de 1853 y del que participaron, justo es reconocerlo,
todos.
Mientras tanto, el reacomodamiento del PJ
continuaba. José Octavio Bordón abandonó el peronismo en 1995 y formó su propia
fuerza (PAIS) que luego incorporó al Frente Grande. De esa sociedad de partidos
nació el FrePaSo (Frente País Solidario).
Dos años
después, el FrePaSo selló alianza electoral con la UCR con el objetivo de
derrotar al peronismo, medianamente homogeneizado tras la figura de Carlos
Menem. Ese mismo año, 1997, se impuso en la elección de mitad de término y se
quedó con la mayoría de los cargos legislativos en juego.
Todos
aportaban dirigentes. Nilda Garré, por ejemplo, llegó a ese espacio de la mano
de Bordón. Eugenio Raúl
Zaffaroni fue diputado del FrePaSo en la Ciudad de Buenos Aires desde 1997 al
2000 y Presidente del bloque
desde 1997 a 1999.
“Chacho” Álvarez encabezó
la lista triunfante en la Capital Federal y Fernández Meijide en la provincia
de Buenos Aires, donde venció a la candidata del Partido
Justicialista, Chiche Duhalde. A comienzos de 2000 el también frepasista Aníbal Ibarra resultó elegido en primera
vuelta Jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires por la Alianza
con el 49% de los votos frente al 30% de Domingo Cavallo. El FrePaSo integró, también, el gobierno de la Alianza
(1999-2001) con los resultados tristemente conocidos.
El reemplazo de Alvarez
por Ibarra al frente del partido produjo una crisis interna que se resolvió con
dispersión: algunos se mudaron al ARI y otros volvieron al peronismo, para
entonces ya trasvestido en kirchnerismo.
Pasados los
años y con la perspectiva que eso otorga, el Pacto de Olivos (1993/4) también puede
considerarse una alianza, aunque más o menos encubierta. En ese caso, el
peronismo liderado por Carlos Menem y con la anuencia de los encolumnados tras
él, como los Kirchner por ejemplo, celebró con el radicalismo en la persona de
Raúl Alfonsín, un intercambio de “favores” políticos, una repartija que implicó
la posibilidad de la reelección presidencial para uno y la elección del
intendente porteño más la invención del tercer senador en ese mismo distrito,
para el otro. En el momento pareció un arreglo win-win. El tiempo demostró que
es difícil negociar con el peronismo y llevarse un beneficio permanente.
Pareciera que la trampa inexorablemente viene dentro del paquete. O de la
genética peronista.
Menem efectivamente
consiguió la reelección, según los planes. El mecanismo de elección popular del
cargo que pasó a llamarse “jefe de gobierno” recayó, también según las previsiones,
en un radical. Y el tercer senador “por
la minoría” para la minoría duró una elección, hasta 2003 cuando el peronismo hizo la gran avivada
de desdoblarse en varias líneas internas y colonizar todas las bancas, por la
mayoría y por la minoría salvo aisladas excepciones, de allí en adelante y no
sén el distrito capital.
De nacer en la
Argentina, Francis Fukuyama no hubiese escrito “El fin de la historia y el
último hombre” pues hubiera comprobado que por estos pagos no está aceptado que
la única opción viable para el progreso de los países es el liberalismo
democrático. Su error es considerar que esa premisa se acepta de manera
universal como verdad incuestionable y desconoce que lo que él califica de
“fracaso del comunismo” aquí goza de buena salud.
Desembarcado
el peronismo kirchnerista siguieron las alianzas. De hecho la integración del denominado Frente para la Victoria
varió según el distrito electoral. Como un antibiótico, cubre un amplio
espectro: peronismo, centro-izquierda y algunos dirigentes de la Unión Cívica Radical (UCR), conocidos como Radicales K: el gobernador de Santiago del Estero, Gerardo Zamora, o el misionero Maurice Closs para dar algunos
ejemplos. Además, sumó dirigencia disidente de partidos formales que integran
el FPV, como el socialismo, la democracia cristiana y el comunismo. En síntesis, el FPV
está integrado por el Partido Humanista, el Frente Grande, el Partido Comunista, el Partido Intransigente, el Partido de la Victoria, Proyecto Popular, el Partido Verde y Convergencia K, entre otros.
Algunos, por el contrario, se alejaron: PAIS formó parte del FPV hasta el 2007 y desde entonces
integra la Coalición Cívica y Libres del Sur, actualmente forma parte del FAP (Frente Amplio
Progresista).
Otra alianza: el FAP que, a su vez, se conforma del
mencionado Libres del Sur, el GEN, el Partido Socialista y el Partido Nuevo de
Córdoba.
La elección de
2013 impulsó otra alianza de partidos un tanto disímiles: convocados por Elisa
Carrió, nació UNEN, un rejunte de socialismo, socialdemocracia, radicalismo,
progresismo, ecologistas y comunistas y/o ex comunistas que contiene de Alfonso
Prat Gay a Pino Solanas y de Victoria Donda a Rodolfo Terragno. Como si esto no
alcanzara, en 2014 esos mismos integrantes más algunos dirigentes históricos de
la calesita política nacional presentaron en sociedad a FAU (Frente Amplio
UNEN), un mix entre el Frente Amplio Progresista (FAP), la UCR y UNEN.
A grandes
rasgos, las mencionadas son las alianzas más relevantes de los últimos treinta
años.
Si el lector
ha logrado llegar hasta esta instancia de lectura merece, para empezar, un
explícito agradecimiento a tamaño esfuerzo y un reconocimiento a su impecable
estado digestivo. El punto es que, si cansa leer semejante secuencia, cuánto
más abruma haberla vivido. Y peor, concluir la poca utilidad que han brindado a
la ciudadanía.
Este paneo
permite visualizar las mismas caras deambulando por los distintos engendros
eleccionistas. Y quedan claras varias moralejas: que se juntan cuando perciben
debilidad; que arman alianzas sin contenido filosófico definido y a veces hasta
contradictorio y la más seria: que la totalidad de las experiencias aliancistas
de las últimas tres décadas giran alrededor del socialismo y las izquierdas. Esas
alianzas han potenciado propuestas ideológicas históricamente minoritarias
dentro de la escena política argentina. Y han conducido al electorado a votarlas.
Por eso carece
de rigurosidad y hasta resulta algo “careta” que el público se rasgue las
vestiduras hoy cuando ve a Carrió y a Solanas compartiendo escenario, si
acompañó con su voto la vigencia de los elementos de extrema izquierda colados
en los distintas propuestas de las últimas décadas.
La centro
derecha, en cambio, ha desaparecido como oferta electoral pero no
necesariamente por falta de simpatizantes sino por ausencia de dirigentes que
levanten la bandera de la libertad. Los partidos y grupos de partidos que hoy
son opción prefieren hablar de igualdad, de redistribución y de equidad.
Algunos porque creen que la libertad no es una conquista cotidiana y entienden
que está garantizada; otros, porque no la consideran el principio que rige la
vida en sociedades evolucionadas.
Lo cierto es
que el discurso populista ha cooptado la política argentina. Mientras eso pasa,
nos aprestamos a jugar (nunca tan literal el término para describir la acción)
otras primarias y otra elección nacional donde elegiremos más estado, más
demagogia y más calesita.