Como la vida
no es una foto, nada como tomar un poco de distancia para mirar en simultáneo los
distintos escenarios que suceden. Sigue habiendo optimistas, o necios, que se
empeñan con ver en el deterioro general del proceso político la oportunidad de recobrar
algún grado de cordura y se niegan a considerar la opción “siempre se puede estar
peor”.
Por estos
días, Sergio Massa se reunió con la mesa de enlace del campo, uno de los
principales motores que aún quedan con vida en la ahogada economía nacional. A
medir por las sonrisas, sus popes parecen satisfechos de sentarse con los
cerebros económicos del candidato presidenciable y olvidar o perdonarles: a
Lavagna, que mientras fue ministro haya aumentado las retenciones a la producción
de carne, pulverizado las posibilidades de desarrollo del Mercosur aplicando
aranceles aún contra la letra misma del documento constitutivo del organismo
y dejar abierta la renegociación de la deuda, cuyas consecuencias aún hoy
padecemos; a Alberto Fernández, empujar la 125 con todo el cuerpo cuando era
jefe de gabinete de la era K y al propio Massa, reemplazar a Fernández como
espada del kirchnerismo contra el sector; a Felipe Solá, el recordado "saqueador
de la merluza", el festival de permisos de pesca que se volantearon
durante su gestión al frente de la secretaría de Agricultura, Ganadería y Pesca
del no menos ilustre y nefasto Carlos Menem y a Martín Redrado, ser, de
todos ellos, el funcionario que más tiempo pasó fielmente al lado de los K.
Mientras
tanto y como no fue de la partida, otro hombre del equipo, el ex ministro de
economía de Kirchner Miguel Peirano, se detuvo a hacer enjundiosas
declaraciones: "Las perspectivas de cambio político generan expectativas
favorables" para agregar que sería bueno aflojar con la inflación, dejando
de lado que asumió como ministro de Néstor Kirchner elogiando la gestión de su
predecesora, Felisa Miceli (la ministra de la bolsa de dólares en el baño) y
minimizando los problemas energéticos y la suba de precios
(http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-88514-2007-07-22.html).
Si a todos ellos agregamos los aportes que tempranamente hiciera al espacio el “Vasco” de Mendiguren, hombre heterodoxo si los hay, y que le valieran una banca de diputado, no resulta exagerado decir que para cerrar el círculo de los principales prohombres de los últimos diez años, a ese “dream-team” sólo le falta Martín Lousteau, el auténtico cerebro de la 125.
Si a todos ellos agregamos los aportes que tempranamente hiciera al espacio el “Vasco” de Mendiguren, hombre heterodoxo si los hay, y que le valieran una banca de diputado, no resulta exagerado decir que para cerrar el círculo de los principales prohombres de los últimos diez años, a ese “dream-team” sólo le falta Martín Lousteau, el auténtico cerebro de la 125.
Tal vez sea
por eso que el massismo anda con tantas ganas de sumarlo y suene como la carta
fuerte de Sergio Massa para la capital federal. Por ahora el ex ministro arma,
sin prisa y sin pausa, los equipos de trabajo con miras a una eventual
candidatura a jefe de gobierno y, simultáneamente, expone su sonrisa en cuanto
programa de televisión lo requiera. Levantar el perfil hasta transformarse en
una cara popular, tomar distancia de UNEN tanto como para ser considerado un
líbero y construir su propia red de asesores puede ser un paquete más que
valioso para ofrecer a cualquier estructura política que deba desembarcar en el
distrito donde, hasta ahora, sólo Carrió y Macri pisan fuerte.
Los hombres
del campo deben estar valorando lo ecuménico del espacio massista. Sin
embargo, la actitud de los máximos representantes de las asociaciones rurales
es, en escala, comparable con la de la sociedad toda: esperan soluciones de
quienes fueron parte del problema sin siquiera reclamar, de ninguno de ellos,
arrepentimiento por lo actuado. ¿Qué seguridad se puede tener de que no repitan
recetas? Y si repiten ¿cómo se pueden esperar resultados diferentes?
Al desastre
económico, ya imposible de maquillar, el galope de la inflación, la falta de
energía, los niveles de inseguridad alarmantes, el deterioro progresivo de los
servicios públicos con los transportes a la cabeza, la obediencia indebida de
los poderes legislativo y judicial para con el poder político, el ahorcamiento
a libertades elementales, la mordaza a las palabras con la que se amenaza para
evitar que el público y sobre todo el periodismo mencione “blue”, inflación o
cepo, una evasión impositiva para algunos sólo comparable con la asfixiante
presión tributaria para otros, el festival de subsidios que es sinónimo de
irregularidades, la corrupción generalizada, el saqueo como modelo de
acumulación para los dos extremos de la pirámide socioeconómica, el intolerable
y ridículo intento de controlar el uso de internet, el estrangulamiento
sostenido de las libertades cotidianas y la rebelión de las fuerzas de
seguridad se suma un hecho nuevo al que no se le está dando la trascendencia
política que tiene: el ascenso del general Milani.
Por primera
vez en diez años el gobierno kirchnerista tiene un jefe militar que declara
abiertamente, casi como una amenaza, venir a sostener el “modelo nacional y
popular”. La gravedad de esta declaración está en la impunidad que implica: el
jefe máximo del Ejército puede decir que apoya un proyecto político sabiendo
que semejante actitud, impensable en las Fuerzas Armadas, no va a tener
consecuencias. En un país sumido en un absoluto desorden, los dichos de Milani
adquieren una envergadura preocupante.
Porque en
Venezuela también hay cepo, también se controla el mercado de cambios, se
restringen las libertades más elementales, se persigue a los opositores, se
controla la justicia, se corta la luz, también hay desabastecimiento de productos
básicos y presión tributaria confiscatoria, se castiga a la prensa no alineada
con el chavismo, la inflación es tan escandalosa como la corrupción, la oposición
venezolana también sigue soñando con el fin del proceso, en los hechos agotado
por su completo fracaso, pero aún en pie porque el ejército también “sostiene el modelo”.
Bueno. Eso.