Tengo una mala noticia para los indignados argentinos
que en la noche del 18 de abril marcharon por cuarta vez en siete meses contra
el gobierno nacional: han llegado tarde; al régimen no le importa la
disconformidad general.
Que los burócratas del poder estuvieran aprobando un totalitario
hachazo a las normas vigentes en simultáneo con la masiva protesta popular contra
esa modificación es una grosería. En verdad, no se puede esperar menos de la
gentuza que nos gobierna pero no deja de ser una clara señal de que la
dictadura electiva hoy es mucho más que una amenaza futura.
El deterioro institucional que padecemos es de tal
magnitud que no se trata de enderezar algunas variables. Para volver a la senda
de la república será necesario un cambio de paradigma. En la actualidad los
tres poderes del estado están traspasados de ilegitimidad, ilegalidad,
corrupción y falta de idoneidad y esas cuatro razones los pone del mismo
lado, por no decir “bando” que suena más específico pero algo brutal. Los tres
comparten intereses y privilegios; tienen demasiadas coincidencias y se les
impone la necesidad de una defensa corporativa sus respectivas prebendas.
No es inminente la pérdida de nuestras garantías. Es
pasado. Los argentinos perdimos la libertad cuando la política se transformó en
una corporación a la que muchos se desviven por ingresar. Por eso el argumento
presidencial sobre la supuesta “casta” judicial es una completa hipocresía. El
poder político en pleno es un perfecto “ghetto” que nos divide y nos enfrenta
entre “ellos y nosotros”.
Ellos tienen autos, viajes, dietas, sueldos y
sobresueldos, viáticos, asesores, cocheras, credenciales, pases, secretarias,
asistentes, comedor, peluquería y otras chucherías; esto, por derecha. De ahí,
el permiso irrestricto y la imaginación para cualquier tipo de enjuagues tornan
infinitas las posibilidades de mejorar el nivel de vida de los burócratas.
¿Cuántos individuos son capaces de resistir tamaño
embate de buena vida? ¿Qué límites pone la sociedad a quienes se “tientan”?
¿Qué condena social los hace moderarse? ¿Qué amenaza judicial empaña la fiesta?
El proceso se ha vuelto tan perverso que plantea una
disyuntiva de hierro: la corporación, para funcionar, necesita socios y exige
del que ingresa, seguir las reglas. No existe nada más peligroso que un
“outsider” con otras intenciones que no sean aplicar y respetar los códigos no
escritos de la “corpo”. Por eso quienes no están dispuestos a “transar” con la
corrupción del poder son marginados y excluidos por sus semejantes. A esta
altura, es de una inocencia estúpida creer que Carrió está fuera del sistema simplemente
porque la gente no la votó. A ella, como a Ricardo López Murphy, los echaron
sus pares porque representan la única amenaza real a la impunidad de la que goza
la dirigencia nacional.
Hay que tener claro que el cambio de paradigma no se
conseguirá con los miembros de la “corpo” actual. Que algunos luzcan
respetables no quiere decir que lo sean. Que suenen enérgicos en TN no
garantiza que repliquen su firmeza en el recinto. Los terroristas ya se
infiltraron una vez entre nosotros para reemplazar nuestro sistema de vida.
A propósito de ello, la otra mala noticia es que el
paradigma no se cambia en las urnas. Por el contrario, a esta altura del
desbarranque, las urnas consolidan el sistema cerrado que cual plan óvalo,
elige entre los elegidos evitando infiltrados que pongan en riesgo la melodía
que todos ejecutan con indescriptible afinación. Cuando los que ahora gobiernan
quisieron cambiar el paradigma pasaron a la clandestinidad y nos atacaron
arteramente. Pusieron bombas, mataron y multilaron, secuestraron, robaron y extorsionaron
y aún con semejante carga de violencia, no lograron su objetivo. Por suerte.
¿Alguno de los disconformes de ahora estará dispuesto a esa clandestinidad?
Seguro que no porque no hay asesinos de ese lado y porque saben que es lo que
espera el régimen para señalarlos y caerles encima con el peso de la justicia
adicta.
Muchos de los “no tan malos” de hoy cargan sobre sus
hombros con una historia de sangre y muerte. ¿Se han arrepentido? ¿Han asumido
el error histórico de pretender hacer de nuestra república una dictadura
castrista? Si no lo han dicho en voz alta ¿cómo estar seguros de que no anida
aún en sus corazones la fascinación por el autoritarismo? ¿Cómo dilucidar si
quieren abandonar ésta neo-dictadura electiva que funciona hoy en la Argentina
y recuperar la libertad republicana o lo que quieren es reemplazar a los
Kirchner por ellos mismos?
Después de décadas de soportar las mismas caras,
después de haberlos probado en el oficialismo y en la oposición, después de
haberlos escuchado decir y contradecirse, después de haber presenciado sus
mezquinas mudanzas partidarias y habiendo padecido uno a uno los magros
resultados de sus gestiones ¿no será legítimo decirles que es hora de verlos
apoyar la candidatura de otros? ¿Y si les decimos a las figuritas repetidas de
la política que nos voten a nosotros? ¿Por qué no les preguntamos si están
dispuestos a ceder los tres primeros lugares de sus listas a personas que no
lleven sobre sus espaldas la mochila del fracaso absoluto, como ellos?
Que no se confunda la propuesta con el plan del
peronismo del siglo XXI que tiene en mente aprovecharse de la popularidad
mediática de algunos para ganar elecciones. Esa chicana se inscribe en los
anales de la inescrupulosidad peronista, capaz de poner a gobernar un distrito
a quien se pasó la mitad de su vida disfrazado de mujer, o corriendo tras una
pelota de futbol, dos oficios del todo honorables pero que no dan respuesta a la
“idoneidad” que reclama la Constitución Nacional a la hora de ocupar cargos
públicos.
Por eso y aunque parezcan episodios disímiles, el festejo
argentino tras el dudoso triunfo de Nicolás Maduro, la decisión de arrasar con
lo que queda de independencia judicial argentina y las denuncias sobre corrupción
económica en cabeza de los personeros de la familia Kirchner son caras de una
misma moneda.
Porque en la genética de los tres está el desprecio
por la libertad y la ley, los derechos individuales y el estado de derecho. Si
bien la función de las leyes es limitar el poder, en América Latina ese
principio hace décadas que es historia. Hoy sólo reflejan el estado de ánimo
del poder político. Así las cosas, se comprueba que el humor de la dirigencia
nacional es sombrío y sombrío el recorrido en el que nos embarcaron. La última
estación es el caos. Y de eso sabe mucho el oficialismo.
Por acción y omisión, esa ristra de diputados supuestamente
no K en circulación no sirve de contención alguna a la voracidad del
kirchnerismo; algunos se benefician con las migajas que les tiran por colaborar
con “el modelo”; otros, ni siquiera pero tampoco se le animan. Mientras unos y
otros incumplen con el mandato de la representación popular que asumieron, el
periodismo independiente y los ciudadanos resisten y se convierten en el último
reducto de la libertad.
Los políticos les van a la zaga: denuncian tras la
denuncia periodística y salen a la calle detrás de la gente que, inorgánica
pero legítimamente, manifiesta sus descontentos. Esos políticos quieren
salvarse de la condena social y está en sus manos lograrlo. Del régimen K no se
puede esperar sino más indecencia y más arbitrariedad, por lo que la vista se
posa ahora en el resto. Y urge que se muevan de una buena vez porque van quedando
apenas hilachas de democracia, que
alcanzan apretadamente para beneficio exclusivo de los dictadores que a su vez las
aprovechan para consolidar su hegemonía; mientras que la república, fue hace
rato y ellos parecen no inmutarse.