La educación argentina es pésima. Hace un par de
décadas, yo sostenía que estábamos formando una generación de inadaptados para
la vida. Los chicos que iban a colegios públicos salían mal preparados, con
muchas horas menos de clase de las necesarias para estar capacitados de enfrentar
el siglo XXI. Porque venían de colegios que el populismo y la pobreza habían convertido
en comedores en los que, aleatoriamente, se los instruía y porque las carencias
materiales les hizo imposible el acceso a las herramientas tecnológicas de las
que dispone el mundo. Con suerte, habían compartido una computadora entre
docenas de alumnos una vez y cada tanto.
Esos establecimientos envejecidos no contienen a
nuestra población infantil ni en lo académico ni en lo humano. Las goteras, el
frío y los problemas edilicios son el marco de una escuela pública que fue perdiendo
sus laureles bien ganados en otras épocas. El egresado, entonces, resulta un
producto escasamente capacitado para enfrentar los desafíos que nos plantea el
mundo modernísimo al que la sociedad global se viene asomando.
No siempre la educación pública fue el adefesio actual.
Por el contrario, durante un siglo representó uno de los orgullos nacionales. Los
egresados de escuelas y universidades estatales eran garantía de excelencia que
la acumulación de políticas equivocadas transformó en parias sub capacitados. Haciendo
memoria, sin ira, buscando explicaciones hay que mirar para atrás porque definitivamente
allá están las respuestas. Probablemente la escuela pública fue distinta, por
ejemplo, cuando sus maestros no conformaban las filas de la CGT porque sentían
que su vocación de formar a nuestros hijos no tenía parecidos con los reclamos
que podrían inspirar a los obreros del puerto o a los metalúrgicos.
En la vereda de enfrente, estaban los privilegiados
hijos de quienes tienen las posibilidades económicas de pagar por una educación
a la altura de las necesidades de los tiempos que corren. Esos chicos tienen
acceso a internet, idiomas y una educación completa que les garantiza salida
laboral y buenas remuneraciones.
Mientras esto ocurría a la vista de la clase dirigente
que nada hacía por reducir la brecha, lo político también mutaba. La calidad
institucional se estrellaba a fuerza de corrupción. Los partidos políticos
hacían todo lo posible para volverse corporaciones monolíticas que impidieran el
debate, el disenso y la competencia interna. Cuando lo lograron, los espacios
de participación se achicaron aún más en tanto que los poderes del estado ya
habían sido capturados por minorías para beneficio propio; la ideología de la
mediocridad era ley y filtro.
A la pobreza de la educación pública y la aparición de
una casta política saqueadora con nuevos códigos se sumó y generalizó una filosofía
de lo fácil y lo rápido que traspasó a la sociedad y carcomió sus cimientos. Ser
rico pasó a ser infinitamente más importante que ser culto; sin educación ni
valores o, tal vez, sin educación en valores, estaban dadas las condiciones
para lo que vino: “vale todo” y “sálvese quien pueda”. Eso y decir que el
sistema imperante saca lo peor del ser humano es lo mismo. Y es lo que la
Argentina viene practicando desde hace décadas.
Ese día entendí que los grupos de inadaptados que
crecían en nuestra sociedad eran dos, por motivos diferentes, pero dos: los
hijos de la escuela pública por su falta de preparación para los desafíos del nuevo
siglo y los hijos de las escuelas exclusivas. Ellos, que a la par de los
idiomas y las herramientas académicas modernas conviven con el valor de la
competencia y de la palabra; que aprenden el mecanismo de los premios y los
castigos y son instados a la superación y la exigencia también tienen
dificultades a la hora de la inserción en una sociedad sin esos códigos de
comportamiento. Inadaptados en lo académico, unos; inadaptados para la
convivencia, los otros.
Cómo se sobrepone a una ecuación compleja quien no
estudió el modo de resolverla? Cómo se traicionan los principios con los que alguien
se educó para obtener un ascenso o “sacar” un expediente?
Alguien me dirá que puede haber egresados valiosos de
la escuela pública y atorrantes de la otra y yo les diré que sin ninguna duda
es cierto. El presente análisis es una descripción de tendencias, no de casos
aislados. Y la rebelión interna que padecemos los liberales es saber que muchos
padres de espíritu sano están atrapados por este sistema siniestro que les
impide elegir la educación de sus hijos; este sistema perverso de malandras
autoritarios y ladrones que los hacen rehenes de sus políticas de hambre; este
sistema que los convierte en clientes obligados de sus escuelas, de sus
hospitales y de sus limosnas.
La factura a los que no padecieron esa ostensible
violación al primero de los derechos individuales, el de la libertad, es
preguntarles qué excusa tuvieron para aceptar y en muchos casos, colaborar con
la instalación de estas gentuzas en los espacios de poder.
La Argentina actual está estancada por todo esto. Porque
muchos no están capacitados a entender el proceso en que estamos sumidos y, por
lo tanto, tampoco son capaces para encontrar el camino de salida. Hay quienes
entienden muy bien y que aprovechan las ventajas de corto plazo que les otorga
el caos. Ambos grupos sumados son mayoría. El resto somos los atrapados y para
los atrapados, no hay más opciones que soportar la arbitrariedad o emigrar mientras sea posible.
Se equivocan quienes refieren ejemplos de otras épocas
y otras dictaduras. Esta es única porque el peronismo es único y se compone de
lo peor de los autoritarismos que el mundo moderno conoce. Porque siempre hay
un peronista “bueno” (generalmente aislado circunstancialmente del peronismo
gobernante) dispuesto a reivindicar al régimen y porque siempre hay un comodín
inescrupuloso sin ideología que, en aras de obtener poder, hace alianza con él
para llegar.
El peronismo es la catástrofe de la historia
Argentina. Negarlo es resistir la realidad. Mientras tanto, nos imponen sus
códigos y como uno no elige las alternativas sino entre las alternativas que el
destino pone frente a nosotros, entre “vale todo” y “sálvese quien pueda” elijo
lo segundo. Ezeiza.