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sábado, 26 de mayo de 2012

Barranca abajo


La educación argentina es pésima. Hace un par de décadas, yo sostenía que estábamos formando una generación de inadaptados para la vida. Los chicos que iban a colegios públicos salían mal preparados, con muchas horas menos de clase de las necesarias para estar capacitados de enfrentar el siglo XXI. Porque venían de colegios que el populismo y la pobreza habían convertido en comedores en los que, aleatoriamente, se los instruía y porque las carencias materiales les hizo imposible el acceso a las herramientas tecnológicas de las que dispone el mundo. Con suerte, habían compartido una computadora entre docenas de alumnos una vez y cada tanto.
Esos establecimientos envejecidos no contienen a nuestra población infantil ni en lo académico ni en lo humano. Las goteras, el frío y los problemas edilicios son el marco de una escuela pública que fue perdiendo sus laureles bien ganados en otras épocas. El egresado, entonces, resulta un producto escasamente capacitado para enfrentar los desafíos que nos plantea el mundo modernísimo al que la sociedad global se viene asomando.
No siempre la educación pública fue el adefesio actual. Por el contrario, durante un siglo representó uno de los orgullos nacionales. Los egresados de escuelas y universidades estatales eran garantía de excelencia que la acumulación de políticas equivocadas transformó en parias sub capacitados. Haciendo memoria, sin ira, buscando explicaciones hay que mirar para atrás porque definitivamente allá están las respuestas. Probablemente la escuela pública fue distinta, por ejemplo, cuando sus maestros no conformaban las filas de la CGT porque sentían que su vocación de formar a nuestros hijos no tenía parecidos con los reclamos que podrían inspirar a los obreros del puerto o a los metalúrgicos.  
En la vereda de enfrente, estaban los privilegiados hijos de quienes tienen las posibilidades económicas de pagar por una educación a la altura de las necesidades de los tiempos que corren. Esos chicos tienen acceso a internet, idiomas y una educación completa que les garantiza salida laboral y buenas remuneraciones.
Mientras esto ocurría a la vista de la clase dirigente que nada hacía por reducir la brecha, lo político también mutaba. La calidad institucional se estrellaba a fuerza de corrupción. Los partidos políticos hacían todo lo posible para volverse corporaciones monolíticas que impidieran el debate, el disenso y la competencia interna. Cuando lo lograron, los espacios de participación se achicaron aún más en tanto que los poderes del estado ya habían sido capturados por minorías para beneficio propio; la ideología de la mediocridad era ley y filtro.
A la pobreza de la educación pública y la aparición de una casta política saqueadora con nuevos códigos se sumó y generalizó una filosofía de lo fácil y lo rápido que traspasó a la sociedad y carcomió sus cimientos. Ser rico pasó a ser infinitamente más importante que ser culto; sin educación ni valores o, tal vez, sin educación en valores, estaban dadas las condiciones para lo que vino: “vale todo” y “sálvese quien pueda”. Eso y decir que el sistema imperante saca lo peor del ser humano es lo mismo. Y es lo que la Argentina viene practicando desde hace décadas.
Ese día entendí que los grupos de inadaptados que crecían en nuestra sociedad eran dos, por motivos diferentes, pero dos: los hijos de la escuela pública por su falta de preparación para los desafíos del nuevo siglo y los hijos de las escuelas exclusivas. Ellos, que a la par de los idiomas y las herramientas académicas modernas conviven con el valor de la competencia y de la palabra; que aprenden el mecanismo de los premios y los castigos y son instados a la superación y la exigencia también tienen dificultades a la hora de la inserción en una sociedad sin esos códigos de comportamiento. Inadaptados en lo académico, unos; inadaptados para la convivencia, los otros.
Cómo se sobrepone a una ecuación compleja quien no estudió el modo de resolverla? Cómo se traicionan los principios con los que alguien se educó para obtener un ascenso o “sacar” un expediente?
Alguien me dirá que puede haber egresados valiosos de la escuela pública y atorrantes de la otra y yo les diré que sin ninguna duda es cierto. El presente análisis es una descripción de tendencias, no de casos aislados. Y la rebelión interna que padecemos los liberales es saber que muchos padres de espíritu sano están atrapados por este sistema siniestro que les impide elegir la educación de sus hijos; este sistema perverso de malandras autoritarios y ladrones que los hacen rehenes de sus políticas de hambre; este sistema que los convierte en clientes obligados de sus escuelas, de sus hospitales y de sus limosnas.
La factura a los que no padecieron esa ostensible violación al primero de los derechos individuales, el de la libertad, es preguntarles qué excusa tuvieron para aceptar y en muchos casos, colaborar con la instalación de estas gentuzas en los espacios de poder.
La Argentina actual está estancada por todo esto. Porque muchos no están capacitados a entender el proceso en que estamos sumidos y, por lo tanto, tampoco son capaces para encontrar el camino de salida. Hay quienes entienden muy bien y que aprovechan las ventajas de corto plazo que les otorga el caos. Ambos grupos sumados son mayoría. El resto somos los atrapados y para los atrapados, no hay más opciones que soportar la  arbitrariedad o emigrar mientras sea posible.
Se equivocan quienes refieren ejemplos de otras épocas y otras dictaduras. Esta es única porque el peronismo es único y se compone de lo peor de los autoritarismos que el mundo moderno conoce. Porque siempre hay un peronista “bueno” (generalmente aislado circunstancialmente del peronismo gobernante) dispuesto a reivindicar al régimen y porque siempre hay un comodín inescrupuloso sin ideología que, en aras de obtener poder, hace alianza con él para llegar.
El peronismo es la catástrofe de la historia Argentina. Negarlo es resistir la realidad. Mientras tanto, nos imponen sus códigos y como uno no elige las alternativas sino entre las alternativas que el destino pone frente a nosotros, entre “vale todo” y “sálvese quien pueda” elijo lo segundo. Ezeiza.

lunes, 21 de mayo de 2012

Los Abrazadores


La oposición está excitadísima. Cree haber encontrado el camino del protagonismo. Ha visto la luz y acaba de lanzar una amplia convocatoria para que mañana martes 22 el público la  acompañe a abrazarse a un edificio.
Sin embargo, cabe preguntarse por qué esto y por qué ahora. La vergonzosa dependencia del poder político de la que la justicia hace gala ¿acaso es nueva? ¿Cuántos años hace que se cuestionan la selección y el nombramiento de un lote cada vez más numeroso de jueces? ¿Hay alguien que pueda afirmar que jamás escuchó sobre el cajoneo de causas “sensibles”? O por el contrario ¿Quién no ha leído la larga lista de procesos “pendientes” que parecen esperar sin pudor ni prisa la prescripción?
Si hablamos de irregularidades en causas que involucran apellidos conectados con el poder, mejor ni calcular a cuánto asciende el montón de “perejiles” que padecen la acción u omisión del aparato judicial argentino. Si los casos de injusticias o de falta de justicia resonantes no le han movido un pelo a la clase dirigente, hay que colegir que los anónimos, mucho menos.
Entonces ¿Qué los lleva súbitamente a abrazarse al Palacio de Tribunales esta vez? Los tuvimos inmutables mientras desfilaban frente a sus ojos flagrantes violaciones a las normas: desde la valija repleta de dinero que portaba Antonini Wilson, pasajero VIP de un vuelo privado cargado de y contratado por funcionarios del Gobierno Nacional; la causa contra el ex secretario Ricardo Jaime, que acumula pruebas de actos de corrupción y cuyo ritmo nadie denuncia; los trámites “express” que archivó el juez Oyarbide en tiempo record y que involucraban a los Kirchner: las dudas sobre la veracidad del título universitario de Cristina y el enriquecimiento ilícito del matrimonio; la impunidad de la que gozan los responsables de adjudicar las millonarias asignaciones que recibió Hebe de Bonafini; las dudosas y comprobadas conexiones entre funcionarios políticos y miembros del poder judicial; la denuncia del propio vicepresidente de la Nación respecto del lobby judicial en cabeza del ex procurador Righi; la arbitraria decisión de impedir que asumiera un diputado electo, votado por la gente y habilitado por la justicia electoral o los miles de presos que hoy, en este instante, llevan años ilegalmente detenidos, violando los tratados internacionales con los que nos llenamos la boca. Este breve e incompleto listado es un mero ejemplo de las barbaridades con las que la oposición convive a diario, casi en armonía.
De repente, en coincidencia con el juicio oral que se le viene encima a Mauricio Macri, parte de la oposición al kirchnerismo se pone en marcha de una forma lícita aunque cuestionablemente legítima: hace casi una década que nos vienen pidiendo el voto y ahora nos piden la presencia física. ¿Capitalizarán como propio mostrarle al Gobierno que somos una multitud los que abominamos de esta “justicia”? Seguramente la respuesta es afirmativa y tampoco tiene tanta importancia pero ¿Tienen algo en mente para después del abrazo?
Porque mucha gente, sedienta de opciones frente a un oficialismo que “va por todo” se ilusiona. Alguien tiene que tener delineado un proyecto más allá de la foto porque con acciones aisladas de los que no avalan las políticas de la actual administración hemos llegado hasta acá mientras en la otra vereda ajustan cada detalle de la siguiente maniobra y tampoco es cuestión de dar lástima.
La convocatoria a reclamar por una justicia justa (parece una redundancia pero no lo es) surge del PRO, Patricia Bullrich y algunos peronistas de los autodenominados “federales” (o “buenos”, esos que hacen de opositores al peronismo en ejercicio del poder y que fueron oficialistas en algún otro período de la historia reciente). Pasando por alto que muchos de los jueces de los que ahora se quejan amargamente fueron elegidos por los mismos abrazadores, la movida huele a “hagamos algo que vienen por mí”.
Lo bien que hacen! porque la cosa es en serio: vienen por ellos, también. El reclamo es a esa clase dirigente en su conjunto más allá de la espada de Damocles judicial que hoy pende sobre la cabeza del Jefe de Gobierno; todos ellos tienen la obligación de adelantarse a los acontecimientos porque para eso los hemos sentado en el Congreso o en los despachos a los que quisieron acceder. Porque el ciudadano común, que mañana le va a dar entidad al reclamo de justicia, no cobra por hacer política y tiene que atender su trabajo, generalmente no tan bien pago como el de nuestros legisladores.  
Hay que pedirle a quienes nos convocan hoy algo más que hechos espasmódicos. Cuando la plaza se llene de gente las cámaras de televisión irán a registrar la multitud y los diputados presentes van a aprovechar para dar notas con los miles de NN haciéndoles de marco. No basta con escuchar de ellos la descripción de los hechos y el lamento por lo que nos pasa. Necesitamos que nos informen qué más van hacer. Mañana, la plaza ¿y después?
Ojalá sea éste el evento inaugural hacia alguna dirección y que se integre en un proyecto más amplio. Porque con capítulos unitarios no se arma un largometraje.