Es una lástima que el reclamo de soberanía esté siempre enancado
en una especulación política de orden interno. Por si no queda claro el
concepto: la Argentina utiliza el tema Malvinas cuando el frente doméstico está
espeso. Lo hizo en 1982 y lo vuelve a hacer ahora. ¿Determina esa circunstancia que un interés espurio motorizó a los
sucesivos gobiernos a agitar, generalmente airosos, el dedo índice frente a la
nariz del imperio británico? Por lo pronto, estaría probado que la preocupación
por la propiedad de esas tierras y la suerte de sus moradores vienen detrás de la coyuntura política que
anima el reclamo.
Durante las últimas décadas sucedieron hechos extraordinarios para
la humanidad: cayó el muro de Berlín,
China comenzó un lento proceso de apertura tras siglos de un férreo aislamiento
y desapareció la Rusia comunista que conocimos. El mundo entero interpretó que
el vecino no es necesariamente un adversario; se dio cuenta de que comerciar
puede ser un buen negocio para todas las partes y que la cultura o las
tradiciones no se diluyen por compartirlas. La tecnología y el increíble
desarrollo de las comunicaciones hicieron el resto. El planeta se achicó y los
profundos cambios descriptos le dieron a las fronteras una significación
distinta a la que habían tenido allá lejos, en la construcción de las
nacionalidades.
Sin embargo, las dictaduras siempre agitaron los nacionalismos
como un recurso de unión o acaso de distracción para los problemas cotidianos
sin resolver y en su genética la confrontación de "nosotros" vs.
"ellos" es un mandamiento que contradice el rumbo de la civilización
pero que replican no importa el continente ni el siglo.
Es difícil vivir en un país que suele transitar contra la
corriente universal. La Argentina practica ese estilo hace más de medio siglo.
Cuando el repudio del nazismo era unánime, nuestro país ofrecía protección a encumbrados criminales del ejército alemán. En la
actualidad y no sólo en el tema Malvinas, tampoco estamos registrando la
flexibilizaron de los límites geográficos que practica la civilización.
Durante su primer gobierno, Juan Manuel de Rosas instruyó por
escrito al representante argentino en Londres en los siguientes términos:
"Artículo adicional a las instrucciones dadas con fecha de hoy (21 de
noviembre de 1838) al Señor Ministro
Plenipotenciario Dr. Don Manuel Moreno. Insistirá así que se le presente la
ocasión en el reclamo de la ocupación de las Islas Malvinas [hecho acaecido en
1833] y entonces explorará con sagacidad sin que pueda trascender ser la idea
de este Gobierno si habría disposición en el de S. M. B. a hacer lugar a una
transacción pecuniaria para cancelar la deuda pendiente del empréstito
argentino". El texto mencionado consta en el expediente No. 3 del año 1842
de la División de Asuntos Políticos del Ministerio de Relaciones Exteriores y
Culto de la República Argentina.
Resulta casi una obviedad aclarar que la idea del Brigadier Rosas
de entregar las Islas Malvinas a los acreedores ingleses no tuvo acogida en el
Reino Unido. Pero es un episodio que merece el recuerdo por tratarse de una
opción llamativamente heterodoxa para un controvertido personaje de la historia
argentina, inmerecidamente recordado como un gran defensor de la soberanía y la
nacionalidad.
Valga la mención histórica pero también el intento de huir de las
dos taras argentinas de los últimos años: vivir mirándonos el ombligo y por el
espejito retrovisor. Vayamos directamente a la torpe incursión militar de 1982.
Esa insana decisión significó un empeoramiento del status quo argentino en el
contexto del conflicto y una simultánea mejora de la situación de los, hasta
entonces, "kelpers".
Para Gran Bretaña los habitantes de las islas eran ciudadanos de
segunda; sin embargo, a partir de su triunfo militar, la estrategia inglesa
pasó por atender los reclamos de ese puñado de moradores que le habían sido
absolutamente indiferentes y cuyo destino, muy probablemente, le siga sin
desvelar. Sin embargo, la Argentina le sirvió en bandeja la excusa y lo que
hicimos, y seguimos haciendo, es acercar los isleños al Foreing Office.
Ahora aducen que ellos tienen voz y que se deben respetar sus
preferencias. Hay una realidad política cierta: la mayoría de ellos son
ingleses o de raíz inglesa lo cual, los hace proclives a preferir esa
nacionalidad y no la nuestra. También son testigos, como el mundo entero, del
dudoso buen trato que reciben acá los ciudadanos de sus autoridades, por lo
cual parece difícil creer que alguien voluntariamente decida ser argentino por
elección en el contexto actual.
Tal vez no sean estas las reflexiones que preferiría el lector
pero es una necesidad decir la verdad. Tenemos que dejar de ser una sociedad
adolescente que hace lo que quiere (muchas veces sin medir los alcances de sus
acciones) y luego rechaza los costos. Es preciso asumir las consecuencias de
nuestras decisiones. En materia militar, la Argentina perdió la guerra en 1982
y desde entonces, en el plano político, no ha desarrollado una estrategia
coherente a favor de sus declamados objetivos. Y este cargo cuenta también para
la administración actual, independientemente de sus extemporáneas declaraciones,
absolutamente desaconsejadas por los manuales de buenos modales y de
diplomacia.
Excelente nota, yo creía que era la única persona que pensaba de esa manera, veo que, por lo menos somos dos. Hemos perdido la guerra, así como nos debemos hacer cargo de la deuda externa generada por otros gobiernos.
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