Hace algo más de un año recibí un
repudio casi unánime por haber escrito la nota "Hay que bancar a
Moyano" construida sobre la teoría del mal menor.
(http://maria-zaldivar.blogspot.com.ar/2011/03/hay-que-bancar-moyano.html) Entiendo ahora, como lo entendí en su momento, el riesgo que conlleva la sola
posibilidad que implica conformarse. Pero el argumento es otro. Armando Ribas
suele decir que uno no elige las posibilidades sino entre las posibilidades que
la realidad nos plantea. En ese contexto, entre la izquierda radicalizada y el
sindicalismo corrupto, prefería lo segundo. No dije que fuera la salida ni que
era el inicio del cambio.
Simplemente que, muy a mi pesar,
de lo que había era el mal menor. Porque hay que razonar de manera adulta y
estratégica y no festejar infantilmente quién se perjudica sino quién sale
fortalecido de la contienda. No sea cosa que el remedio termine siendo peor que
la enfermedad.
En la misma línea de
argumentación (pasado el tiempo algunos empezaron a encontrar cierta lamentable
lógica en aquel análisis) un escenario similar tiende a repetirse por estos
días: la gente "normal" se alegró con los tropiezos del
vicepresidente, por varias razones. Entre otros motivos, porque se esmera a
diario en demostrarnos que es un inútil de tiempo completo, que el cargo le
queda gigante, que sus esfuerzos por lucir como un corrupto alcanzan de un
éxito arrollador y porque su fracaso personal arrastraría a su verborrágica
mentora.
Y con eso nos dimos manija.
Cuando los diarios le pegaban, más gozábamos los "buenos", en algún
punto, porque el "malo" de las películas (que en la Argentina siempre
gana) andaba en problemas. Para peor, nos pareció verlo
medio solo en su cruzada por sobrevivir y eso, nos siguió alentando. Que Luis
D'Elía vía Twitter fuera su soporte político más sólido era casi una sinfonía
de Bach. Y explotamos cuando la ministra Garré declaró sentir un "gran
respeto" por el juez de la causa a quien Boudou había maltratado
públicamente.
Sin embargo, para el ojo del
análisis fue entonces cuando la luz colorada se encendió y el destello rezaba
con claridad "Danger". Los twitteros y el periodismo vislumbraron
desinteligencias en el equipo gobernante. Eso es correcto pero no la
interpretación. "La ministra de Seguridad defiende al juez" sonaba por todos lados
mientras el embate de envergadura pronunciado por el funcionario musical era
dejado en segundo plano; sin embargo, en esa mención hecha al pasar pero con
nombre y apellido al inicio de su monólogo estaba alojado el nudo gordiano del
conflicto K, los eternos dos bandos del kakismo.
Nilda Garré no defendía a Rafecas
(quien empuñó un arma contra personas e instituciones
y reivindica esa conducta no puede hoy desvelarse por los dichos desaforados de
Boudou). Garré defendía al "otro bando", encarnado en este caso
puntual en el procurador Righi, y al monje negro de ese grupo que ha sido
siempre Horacio Verbitsky.
Ellos representan la corporación
de Tribunales y sus allegados, el lobby
judicial, los estudios jurídicos "asociados" a los juzgados federales
y, en definitiva, los que tienen en sus manos la libertad de cada uno de
nosotros. Porque de nuestros bienes el gobierno ya dispone a través del
Ejecutivo y muchas veces, con la complicidad del poder legislativo que vota
exacciones ilegales, impuestos abusivos y retenciones confiscatorias. Pero los
jueces pueden disponer de nuestra libertad. Y lo hacen; si no, preguntémosle a cientos de
presos sin sentencia que el régimen apila en las cárceles desde hace años.
La corporación salió,
corporativamente si se me permite la redundancia, a bancarse a sí misma: los magistrados,
los fiscales, los profesionales, el ex ministro Iribarne, el Colegio Público de
Abogados y los distintos organismos que los nuclea. Son los mismos que impulsan
muchas de las aberraciones previstas en la revisión actual de los códigos. Son
los que tienen en barbecho la reforma de la constitución, cuyo eje es desterrar
el actual sistema de equilibrio de poderes y reemplazarlo por uno parlamentario
que les asegure el desdibujamiento de la figura del presidente tal como lo
conocemos y delegue más facultades en los diputados y senadores. Ese cambio
aseguraría más corporación y menos representación o sea más poder para ellos y
menos para el resto.
Resulta que el affaire que hoy
desvela al vicepresidente es una circunstancia paralela a la pelea de fondo. El
negocio del juego es muchas pero muchas veces millonario y compra y/o alquila
muchas pero muchas voluntades alojadas en muchos pero muchos y diversos estamentos.
Uno se sorprendería al enterarse cuántos políticos que ve indignarse en los
debates televisivos, cuántos periodistas que opinan sobre las virtudes o la
falta de virtudes de los funcionarios y cuántos jueces que deciden sobre
nuestros bienes y nuestra libertad ambulatoria le deben a la industria del
juego su banca, su espacio, su portal o su nombramiento. Pocos temas son tan
sensibles como la fortuna que manejan esas empresas para "adornar"
gente. Escasas son, entonces, las voces independientes que pueden opinar sin
condicionamientos.
En el caso argentino (como
siempre nosotros, poco afectos a la competencia) sólo hay dos contendientes. Lo
bueno de eso es que, al público, le facilita entender a qué bando o banda
pertenece cada uno y está claro que en estos casos, no hay buenos y malos,
simplemente rivales peleando por la misma baldosa y cómplices con una u otra camiseta.
Lo malo es que la gente se quede en la disputa de superficie y se le pase por
alto la otra, la de fondo, la que el año pasado enfrentó a Moyano con los K, la
que libran Mariotto y sus cruzados K contra el gobernador Scioli y la que hoy
disputa Boudou contra varios ex "cumpas". Por un hecho
circunstancial, se empieza a romper la omertá; en general es siempre así: el
desencadenante es un hecho fortuito. Crujen los tan mencionados
"códigos" propios de la mafia, esos que nos describió Hollywood en
películas memorables que hasta el vicepresidente aconseja ver. En este tema, la
casa tampoco está en orden, la suerte no está echada pero el ventilador está
prendido. Tiemblan y no de frío funcionarios, medios grandes y chiquitos y
también una larga lista de comunicadores.
El más reciente capítulo del “Boudougate”
lo acaba de escribir el Procurador Esteban Righi, quien optó por ofenderse en
lugar de defenderse. Su renuncia es un mensaje directo a Cristina Kirchner que
tomó partido por uno de los bandos. Habrá que observar de cerca las reacciones
de la corporación judicial. ¿Seguirá respondiendo a Righi? Si así fuera ¿Eso
implicará un enfriamiento de las aceitadas relaciones con el poder político?
Si veo de un lado una amenaza de
negocios turbios y del otro una amenaza a la libertad, prefiero que la batalla
la gane el primero o, mejor dicho, que la pierda el segundo. Insisto con que
las opciones son éstas. En el presente "multiple choice" las posibilidades son: a) Boudou; b)
Verbitsky. No hay c) ninguno; d)
Churchill.
Es Boudou o Verbitsky con lo que
cada uno de ellos implica. Yo ya elegí. Ahora le toca a Ud.