Bastó la mera promesa de una rebajita en el precio del transporte
público para encolumnar a la sociedad
argentina en una fila interminable, como la que hacíamos en el colegio aunque mucho
más larga y a una edad en la que ya no es tiempo de disciplinarnos. Horas y horas improductivas insumió el público
argentino sin lamentos ni reproche, bajo el calor abrasador del verano porteño.
Mientras tanto, mansos y no buenos, pasaban frente a sus narices y sus ojos
impávidos los temas que ninguna sociedad hubiese tolerado: el cierre de las importaciones
en pleno siglo XXI y el consiguiente malestar (que no será gratis) provocado en
los países vecinos a quienes decimos adorar; los largos y repetidos cortes de
luz consecuencia de la política oficial de pertinaz desinversión; los planes de
reforma constitucional con el objetivo de tener kirchnerismo para rato; la
pavorosa sequía que castigó el 80% de la cosecha y que se traduce en pérdidas
varias veces millonarias para los productores pero también para el Gobierno
que, vía impuestos, se queda con una interesante porción de sus ganancias; la
enfermedad de la señora Kirchner tratada al estilo presidencial: como un
conventillo; el índice de inflación que sigue arriba del 20% anual; la
estadística de seis policías muertos en veinte días (lo que hace un promedio de
uno cada tres días) y las declaraciones oficiales patoteriles sobre Malvinas
sumadas a la designación de una azafata súbitamente (por no decir “nueva”) rica
para representarnos ante una de las sociedades más conservadoras de
Europa.
En verdad, nada me importa
menos que lo que piensen o el mal trago de los ingleses cada vez que deban
sumar a la aeromoza a los ámbitos que así lo requieran. Al fin y al cabo, es la
misma Inglaterra que supo encantarse con la minifalda de Zulemita y el revoleo
del protocolo que hizo su encantador padre cuando juntos visitaron a la Reina
allá por los ´90. Churchill ya les había avisado lo que es el peronismo de modo
que ahora no hicieron más que cometer el mismo error que muchos argentinos:
desoir y creer que hay diferentes peronismos.
La designación de Castro
agrede a los argentinos porque es un clarísimo mensaje hacia nosotros. Como
agreden los demás devenidos diplomáticos K: Twitterman (menos locuaz que antes
por las redes sociales pero igualmente desafortunado), Patricia Vaca Narvaja,
Argüello o Balza. La vergüenza está en que se pueda nombrar personas tan
escasamente calificadas en la certeza de
que nadie se inmutará. El bochorno es peor hacia adentro porque habla del gobierno,
por supuesto, pero también desnuda a una sociedad sin reacción, o sin pudor.
Mientras todo esto ocurre,
la gente hace cola para obtener su tarjeta para viajar baratito en colectivo. Es
que la Argentina se ha vuelto baratita y no precisamente en sus precios. Como
las colas no difieren unas de otras, uno tiene que acercarse y preguntar para
qué es cada una. Porque hemos visto similares frente al consulado español para
conseguir la documentación europea, y otras no menos voluminosas en las paradas
de colectivos cuando hay paro de subtes o de trenes. Las únicas distintas son
aquellas que hacemos hace más de un año para cargar combustible porque, por
lógica, en esas estamos sentados en nuestros autos. Ahí hay que preguntar si hay
nafta o sólo gasoil.
Por eso, cuando algunos
arriesgaron que pronto vendrán las colas del racionamiento, no sonó demasiado
exagerado porque esos fueron maltratos que las sociedades no incorporaron
súbitamente sino de a poco, como en la Argentina, estando algo peor cada día. Así
fue en Rusia, en Cuba y en Venezuela. Bajo esos regímenes opresivos la
población ve una cola y aún sin saber qué se vende o reparte, se detiene pues
tales son sus carencias que cualquier producto que se consiga es bienvenido. El
público necesita tanto lechuga como medias. Y festeja conseguir lo que sea.
Hoy en la Argentina no
podemos elegir libremente qué libros, películas, comestibles, ropa, esencias, cosméticos,
electrónicos o autos comprar. Tampoco podemos celebrar contratos privados sin
el control del estado. No podemos decidir en qué moneda comerciar ni qué, ni
cuánto ni cómo. No podemos. Esas son algunas de las libertades que hemos
perdido a manos de la actual administración. Hoy, merced al control de importaciones
con que el “Príncipe” para la Presidente Kirchner o sea el iletrado secretario
Moreno pretende evitar la fuga de divisas, empezaron a faltar insumos básicos así
que, además de repuestos para los autos de alta gama, ya escasean hasta ciertos
medicamentos.
A ver si en este contexto alguien
puede sostener que resulta descabellado imaginar racionamiento masivo de
alimentos a mediano plazo.