Que el 2013 sea TU año!
lunes, 24 de diciembre de 2012
miércoles, 28 de noviembre de 2012
La "Corpo"
Que la marcha del 8 de noviembre y el paro nacional
del 20 hayan sido un éxito de participación cada uno en su género entusiasmó a
los millones de disconformes que ha producido la administración K a través de
los años. Los fue generando a golpe de arbitrariedades, excesos, destrato,
groserías, aprietes, inmoralidades y delitos.
En sí son equiparables en la trascendencia pero
disímiles en la génesis. El 8N fue un hecho espontáneo, la coincidencia de
millones de almas que, por obra de la tecnología, pudieron expresarse en el
mismo momento. Fue un partido abierto al público. El 20N fue armado, como todas
las movilizaciones sindicales; un hecho de fuerza en medio de una lucha de
mafias donde nada es espontáneo, ni gratis ni voluntario.
Después de décadas de peronismo en el ambiente, la
Argentina se transformó en una sociedad notablemente curiosa: por un lado
demuestra una tolerancia infinita a la corrupción, el atropello a la ley y la guaranguería, y por el otro, ha desarrollado
una intolerancia visceral a la libertad ajena. Está permitido todo excepto
disentir con la mayoría y eso es una dictadura. En la Argentina se instaló la
dictadura de las mayorías con el acuerdo de todos los sectores políticos o sea,
con la anuencia de los representantes de las minorías.
Ese es el drama nacional. La corporación que conforman
el poder político y el económico es tan vigorosa que no hay quien se le niegue.
Ante su poderío vamos viendo inclinarse a empresarios, sindicalistas, jueces,
legisladores, diplomáticos, periodistas y hasta autoridades religiosas. La
“corpo” banca; por acción u omisión. O están con ellos o hacen la vista gorda,
que es la otra manera de participar. La corporación es un monstruo con vida
propia, alimentado por sus propios integrantes y que consiste en una enorme
bola de variados privilegios. Los hay económicos y en especies. Las ventajas a
las que se accede a través de la corporación implican desde el billete cantante
y sonante al tráfico de influencias; el negocio y el negociado, la impunidad y
el reciclado indefinido de cualquiera. No es fácil llegar pero, una vez
adentro, la “corpo” no se abandona más. Como la droga, ese paraíso es un viaje
de ida.
Vista la larguísima lista de beneficios que vienen en
el combo, es legítimo que muchos sueñen con pertenecer a esa “elite” porque la
ambición humana es eso, querer más. Pero también por eso mismo es tan importante
el marco de valores que impere en la sociedad. Lo grave no es que algunos
quieran gozar de privilegios sino que nuestro sistema de principios tolere cualquier
inconducta, que los permisos para la inmoralidad y la defraudación sean
ilimitados y que la ley esté de adorno; lo grave es que la propia sociedad, más
allá de la justicia, no castigue la voracidad delictiva de sus integrantes. Porque
ahí sí, al no existir barreras morales de contención a la avidez, los inescrupulosos
se multiplican porque se respira en el ambiente un permiso infinito para
cualquier cosa. La sociedad admite todo, critica ácidamente en privado pero en
público disculpa y le extiende la mano al peor de los tránsfugas.
En el fondo, entonces, parece comprobarse que el
público rechaza la inconducta porque no puede practicarla, más que por lo que
tiene de indecente. No es repudio sino envidia; lo que enoja no es lo turbio de
los hechos sino no estar allí, la exclusión. Y por eso cuando llegan, todos repiten;
se suman a la sinfonía de la “corpo”: privilegios, efectivo y tarjeta.
Como el sistema se cambia únicamente desde adentro, va
a ser difícil encontrar quién se anime. ¿Alguien puede imaginar a un juez
reclamando pagar impuesto a las ganancias como cualquier cristiano? ¿O a un
diputado negándose a usar la decena de pasajes que tienen a disposición
anualmente o negándose a cambiarlos por dinero en efectivo como suelen hacer a
fin de año? ¿Es realista creer que algún empresario rechace los créditos que
otorgan los bancos oficiales indexados por el CER a 20 años y en pesos, o un
subsidio a la actividad que desarrolla, al producto que fabrica o al servicio
que presta? ¿Se lo imagina denunciando el dictado de una resolución que frena
el ingreso al país de la competencia?
¿Hay posibilidad de que los cargos electivos dejen de
ser heredados entre parientes, que los nombramientos no se obtengan a dedo y
que la amistad deje de ser el filtro? ¿Usted especula con que algún día los funcionarios
respondan con su patrimonio personal a los juicios al estado que devienen de
las decisiones que adoptan?
¿Se imagina una Argentina sin clase privilegiada?
¿Se explica ahora la falta de representación? Mire alrededor
y haga una lista de los políticos, funcionarios, burócratas, empresarios o
legisladores que se oponen al sistema en el que vivimos.
Las minorías
también colaboran con la dictadura que impera hoy en la Argentina. Por eso
callan y tratan de pasar desapercibidas. Por eso suelen animarse, como mucho, a
algún “twit” o a algún titulillo contra la gestión K. Pero que nos quede claro:
los que critican no quieren reemplazar esta dictadura electiva por una república.
Quieren, apenas, reemplazar a los K.
domingo, 11 de noviembre de 2012
El Día "D" (de "después")
Aplacada la
adrenalina que generó la movilización más imponente que la ciudadanía le hizo
al peronismo desde la histórica celebración de Corpus Christi, vino el tiempo
de las reflexiones.
Según el gobierno
fue un fracaso. El resto del mundo se impresionó. Un millón o quizá algo más de
personas movilizadas espontáneamente por el desagrado que provoca una persona y
el hastío que producen sus políticas es para impresionar. No estoy segura si lo
que más le sorprendió a los K fue la contundencia del evento o los buenos
modales de los participantes pues ellos carecen de ambos; lo cierto es que el
argumento más lúcido que encontró el oficialismo cuando vio caer el relato brutalmente
“knockeado” por la realidad fue cierta falta de claridad en el reclamo.
¿Habría que
explicarle a quien no escucha que “No hay peor sordo que el que no quiere oír”?
Decididamente no y ante ese panorama la sociedad tiene dos tareas inminentes:
aceptar que este gobierno no va a cambiar el rumbo y canalizar esa energía
renovada y constructiva que mostró en la marcha hacia una salida electoral. Por
ahora está faltando relacionar el descontento general con la acción política,
única vía para cambiar las cosas. Mientras ese paso no se materialice,
estaremos estancados en el dilema del eslabón perdido. Los argentinos nos enfrentamos
a dos peligros: uno es la supervivencia del kirchnerismo, que lleva una década mostrando
una capacidad de recomposición impensada; el otro es la carencia de opción a
esa fuerza carnívora.
El oficialismo,
por su parte, tiene un problema insalvable que puede convertirse en la fuente
de su autodestrucción: no puede con la clase media y cuando no entiende, el
kirchnerismo hace lo que hace el necio: levanta la apuesta, y más se aísla en
su ignorancia y en su error. La explicación es sencilla pero indigerible para
los interesados: la enorme mayoría de esta dirigencia peronista proviene de
familias de clase baja. Casi todos dieron un brinco económico que los hizo
adelantar varios casilleros de golpe. Fueron de Tolosa a Puerto Madero casi sin
escalas. El nuevo vecindario colaboró con la confusión; les devolvió una imagen
de clase alta que destiñe al sólo golpe de vista pero peor aún que la versión
equivocada de ellos mismos es que en el salto pasaron raudos sobre las cabezas
de la clase media sin detenerse y perdieron la oportunidad de tomar contacto
con el sector más genuino del proceso de la generación de riqueza.
La clase media es
el pilar económico de las sociedades modernas. La histórica clase media argentina
estudia y quiere que sus hijos estudien; piensa en el futuro, hace planes y
tiene proyectos. Esa clase media vive de su ingreso, ahorra y es la menos
subvencionada de toda la pirámide; espera la mejora de su calidad de vida de su
propia iniciativa. El esfuerzo y la superación son el motor de sus acciones. Sus
definiciones de dignidad y de progreso colisionan con las del “stablishment”
encaramado en el poder y por eso no se siente representado por ningún miembro
de la corporación política de la que el peronismo es anfitrión hace varias
décadas, a la que impuso sus malos modales y a la que fue invitando al resto
que, con escasísimas excepciones, se sumó gustoso.
La clase baja,
esa que el peronismo multiplicó con perversa planificación para su propio y
exclusivo beneficio, espera todo de los demás. Su signo inconfundible es la
mano extendida. Vive de la beneficencia pública y privada y en su rutina de
vida el esfuerzo no califica. Se pide y eventualmente se exige. Sus integrantes
son el producto de una política populista que los necesita y los tiene de
rehenes.
Otro problema de
los K es que no han trepado a sus lujosas torres con vista al río escalón por
escalón. La clase media que llega a esas cimas lo hace subiendo piso por piso;
un peronista desembarca por la terraza, quién sabe cómo y quién sabe de dónde.
Por eso nunca se cruzan en el trayecto. La clase media es el espejo en el que
el kirchnerismo se niega a mirarse. Los valores de la clase media son una
trompada en la boca del estómago para quienes hacen trampa en el juego de la
vida.
El peronismo
aplica una noción errónea de dignidad; cree que lo importante es tener y por
eso reparte limosna. La clase media entiende que lo que dignifica las
posesiones es el modo con que se obtienen; para ella las legitima el cómo y no el qué.
Las diferencias
entre esa clase media y el peronismo son tan abrumadoras como insalvables.
Nunca podrán doblegarla porque no existe el subsidio a la sana ambición de
progreso. A los millones que hoy engrosan la base de la pirámide social como a
los poderosos de la cúspide los compran con ventajas materiales. A la clase
media, no y por eso el poder de esa parte de la sociedad es enorme. Cuando se
dé cuenta y decida sacarle la alfombra a este sistema, que se agarren de la
torre los corruptos.
martes, 6 de noviembre de 2012
Que nos escuchen todas... y todos!!!
Es banal ocuparse de detalles coyunturales cuando la
gravedad del enfermo hace temer por su vida; como si decidiéramos hacerle un
lifting tras confirmar el diagnóstico de una enfermedad terminal.
Cada vez que recibo la invitación a una mesa redonda,
una exposición o un debate sobre las elecciones en Venezuela, la globalización
en el siglo XXI o la historia de las relaciones bilaterales con el Estado del Vaticano
me sube la presión. Y cuando veo que entre los disertantes figuran connotados
miembros de la llamada “oposición”, el desagrado se transforma en ira.
Porque nadie puede desconocer el hecho de que estamos
asomados al abismo y que el único debate que cabe en estos días es cómo evitar
zambullirnos en una dictadura electiva. Dedicarle tiempo a cualquier otro tema
significa distracción para el público y complicidad con el régimen. Para que
sea posible que la autoridad se apodere de nuestras libertades se necesita de
la colaboración de todos los factores de poder: la oposición política, los
sindicatos, las comunidades religiosas, los medios de comunicación y el poder
económico. Si pasamos revista, hay un
alarmante alineamiento de unos y otros actores a la política de pan y circo: el dinero está acomodado
bajo el sobaco de los negocios con el estado y desde allí se enriquece, calla
y otorga; los diferentes credos, otrora defensores de principios y valores
morales, emiten muy de tanto en tanto un imperceptible ruidito que, por tímido,
no alcanza ni a sonido; las décadas de promiscuidad con el poder político
debilitó tanto a los sindicatos que en la actualidad, aunque quisieran, no
tendrían la fuerza suficiente para hacerle frente al proyecto de poder absoluto;
el periodismo resultó ser la más auténtica de las resistencias pero el dinero
oficial viene comprando y alquilando voluntades a un ritmo imparable y la bola
de medios que responden al “relato” es de una magnitud sólo comparable a la que
construyó Perón a lo largo de su dictadura allá por los años ´50.
Vaya un párrafo especial a la “oposición”. Varios de
los más televisivos seguramente no leerán estas líneas por estar fuera del
país. Hace unas pocas semanas los vimos, relajados, sonrientes y juntos, en el
Caribe. Parece que fueron a Venezuela intentando frenar, sin suerte, las prácticas de fraude
que no pudieron evitar en la Argentina en 2011. Vinieron con el tiempo justo
para vaciar la valija y cambiar guayabera por ropa de abrigo y volar a Estados
Unidos. Como el riesgo de irregularidades por el norte está reducido a cero,
tal vez les quede un rato para aprovechar los precios conmovedoramente bajos que
pone al alcance del consumidor el capitalismo salvaje. O, dicho en otras
palabras, que se dediquen a hacer shopping puro y llano.
Algunos hasta nos harán la concesión de volver rápido
para estar presentes en la marcha de protesta del 8 de noviembre, tanto como
para arañar algún rédito político pensando en futuras candidaturas. Es que la
sociedad está tan espeluznantemente sola en esta lucha contra la dictadura y
tan golpeada por la estafa recurrente de las distintas “oposiciones” que
cualquier mínimo detalle de atención a sus reclamos lo recibe como una gota de agua en medio del desierto.
Pero llegada a esta instancia, esa gente movilizada
tiene que reconocer y aceptar que todos los políticos en la Argentina gozan de
un sinfín de privilegios y que, a la hora de la verdad, sus intereses los
ubican más cerca de los otros privilegiados que del ciudadano de a pie. En esa
encrucijada no les importa su procedencia ideológica. Los diputados y senadores
de cualquier partido se reparten las pensiones graciables (que otorgan
discrecionalmente a quienes ellos deciden y a veces se las quedan para consumo
familiar); cada mes cobran unos 20 sueldos mínimos, suma que aplaca los nervios a cualquiera; disponen de decenas de pasajes
que usan o los cambian por dinero en efectivo; tienen autos, vales de nafta,
secretarias, infraestructura, cargos para nombrar personal que se viene apilando
en la administración pública y que en muchos casos allí se eterniza aún después
del fin del mandato del funcionario que lo nombró; sesionan una vez cada muerte
de obispo; viajan por todo el mundo invitados por gobiernos, empresas,
organizaciones no gubernamentales o por nosotros, los asalariados que pagamos
impuestos. No rinden cuentas de su trabajo, del grado de eficiencia de sus
gestiones, de sus gastos ni de nada y tienen un carnet de cuero con la foto
(sólo de frente aunque varios deberían portar esa de frente y perfil con el
número debajo), paquetísimo carnet que les garantiza impunidad en la vía pública
porque saben que viven en un país donde ser clase dirigente es un privilegio.
Para que tenga una idea, los diputados se reparten en 45
comisiones permanentes y entre 24 los senadores (restando al vicepresidente y
alguna otra autoridad, a razón de dos y un pedacito de senador por cada una). Cada
comisión, en la práctica, significa presidente, vicepresidente, secretarios y secretarias,
asesores (nunca olvidar los valiosísimos asesores), puestos, cargos,
nombramientos y burocracia a granel.
Ahora yo le pregunto al amable lector: ¿Cree que uno
de los 257 diputados o uno de los 72 senadores querría cambiarse por Ud? ¿Se le
ocurre un buen motivo para eso? ¿Se imagina a uno de los 257 o de los 72 cambiando el sistema y despojándose de alguna de las ventajas mencionadas? ¿Los vio alguna vez con la SUBE en el
bolsillo esperando el 254 en Constitución o el tren en alguna estación del
conurbano? ¿Supone que invierten sólo 6 pesos en esos estresantes almuerzos de
trabajo que suelen ocuparlos hasta pasadas las 4 de la tarde?
Algunos diputados y senadores opositores, en lugar de sesionar y
tener asistencia perfecta en las reuniones de comisión ya que el oficialismo sí lo
hace, firmaron un compromiso público en orden a que la ciudadanía les crea que
evitarán la reelección indefinida de Cristina Kirchner. La noticia puede
resultar auspiciosa dependiendo de cómo se la lea. Porque también puede
alarmarnos que los legisladores tengan que comprometerse explícitamente y por escrito a no violar la Constitución Nacional porque sus palabras ya no
tienen valor ante la opinión pública, y no la tienen porque se han cansado de
traicionar sus propios dichos. Patricia Bullrich es apenas una muestra de esa
inconducta saltimbanqui. Suena pavoroso, ¿cierto?
Además, no va a faltar el idiota que critique a Carrió
por no firmar ese panfleto vergonzoso que privilegia los gestos corporativos sobre
el valor de la individualidad. En una sociedad profundamente socialista como la
argentina, distinguirse es pecado y en este caso particular, en las críticas
mezquinas va a pesar más la resistencia a sumarse al sindicato legislativo de
un instante y para la foto que la coherencia de conducta que se obtiene sólo a través del tiempo. Las acciones
colectivas sirven para neutralizar las diferencias porque todo va a parar a la
misma bolsa y en una sociedad que tiene historia de actitudes públicas
reprochables el manto masificador es cómodo y ventajoso.
El gobierno es sordo, mudo y malo; y no malo de ineficiente sino malo de maldad. No va a cambiar
porque no quiere y porque no sabe ser mejor. Nació en la marginalidad de la
política, allí creció, hibernó y perduró. Volvió recargado con los derrotados
de ayer y los resentidos de hoy. No tiene arreglo. Entonces, sería útil un
doble objetivo para la marcha del 8N: recordarle nuevamente al kirchnerismo que está
incumpliendo con todos los principios de la república y a la oposición, que para
derrotar a la dictadura electiva necesitamos algo más que críticos verbales de
la actual gestión.
miércoles, 24 de octubre de 2012
La Fragata Libertad
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En honor a nuestra tradición naval y a los marinos que la dignifican |
Son tantas y de tal magnitud las
barbaridades a las que esta administración nos tiene acostumbrados que ha
logrado adormecer la reacción. Son una tras otra, como una ametralladora
automática de repetición. No paran de disparar. Para quien viene barranca abajo
y que de barranca abajo proviene los dislates e inconductas en las que incurre
el país pueden no significar demasiado; sin embargo, somos millones los
argentinos que no queremos ser conocidos por los papelones que nuestras
políticas y nuestros funcionarios provocan.
El
canciller, cutter en mano revisando el avión americano que un día se le ocurrió
retener al Gobierno argentino; la presidente de la Nación divagando
lastimosamente en Harvard entre mentiras y agresiones personales o el abuso de
la cadena nacional para colaborar con su terapia semanal. Mansamente, la
sociedad argentina ha dejado que pasara frente a sus ojos una película de
espeluznantes bajezas: persecución política y judicial sobre dos seres humanos
por el hecho de llamarse "Noble"; aprietes a jueces, empresarios,
comerciantes, gobernadores, intendentes, periodistas y militares; muertos por
la inseguridad que se cuentan de a miles ante la indiferente pasividad oficial;
negociados tan vergonzosos como millonarios que siempre involucran dinero y
funcionarios públicos; atropellos al derecho de propiedad en sus más variados
formatos; milicias populares que se multiplican territorialmente bajo el amparo
de caudillos regionales vaya a saberse con qué fin y una distorsión escandalosa
de la verdad. Se miente a diario y se miente sobre el pasado. Estamos inmersos
en una gestión enferma que pelea y pelea, que no tiene amigos ni los quiere
tener, una gestión acomplejada que se siente a gusto sólo entre berretas,
incultos y resentidos, sus únicos pares, que inventa conflictos para hacerse notar
y que nos avergüenza a diario con un hecho distinto.
Esta vez fue la Fragata Libertad, el buque escuela de
nuestra Armada, la tradición misma con forma de barco. La inconducta económica
que cultiva la Argentina kirchnerista tuvo, en este caso, dos consecuencias
directas: acreedores que nos vienen siguiendo de cerca lograron retener el
barco argentino en el puerto de Ghana. A propósito del episodio, la
presidente Kirchner ha declamado una de sus frases vacías de sentido: “Podremos
perder la Fragata pero no la dignidad”. ¿Cómo se conserva la dignidad si se pierde
la Fragata? ¿Cómo se conserva la dignidad cuando el mundo nos apunta con el
dedo porque incumplimos los compromisos y nos quedamos con lo que no nos
pertenece? Ahora estamos intentando obtener apoyo global después de aislarnos del
mundo y enfrentarnos con la mayoría de los países que cuentan y, vayan las
ironías del destino, nos viene a ensartar un país que no cuenta. Que hasta
Ghana se nos anime es la segunda consecuencia, una descripción cruda de la
realidad y despojada del más mínimo espíritu discriminatorio.
Un gobierno como el actual, que
descree de la cooperación internacional va a apelar a un sistema global que ha descalificado
siempre mientras intenta su remanida estrategia de dividirlo entre buenos y
malos entendiendo como tales los que nos apoyan y los que no. Pero el concierto
de naciones tipifica a la Argentina como un deudor recurrente y, frente a los
antecedentes de morosidad contumaz, las razones de nuestro reclamo naufragan.
Es probable que José Pablo
Feinmann esgrima en este episodio el mismo argumento que aplicó en el ámbito
local y diga que la Fragata está retenida porque el Presidente de Ghana tiene
fantasías sexuales con nuestra presidente mientras las mujeres ghanesas,
envidiosas de su belleza, le copian el “look” y en esta oportunidad la
expresión del felpudismo militante ni siquiera alcance para hacernos sonreír. Esa
clase de tonterías son posibles por dos motivos: porque las cabezas de la
intelectualidad K no pueden picar filosóficamente más alto y porque la sociedad
es tolerante hasta la estupidez.
Hemos perdido mucho más que la
Fragata. Con ella se evaporaron parte de nuestro pasado histórico, la vergüenza
y los límites del gobierno de Cristina Kirchner. Sus antecedentes hablan por sí
solos e indicaban que no era realista esperar apego a las tradiciones. Ni de
ella ni de nadie del ámbito político por lo que se ha visto hasta hoy. A esta
altura ya deberíamos saber que la clase dirigente en su conjunto es una
corporación con vida propia que comparte la preocupación por mantener vigentes
sus privilegios, faena que los pone muy cerca entre ellos y muy lejos del resto
de la sociedad.
Hemos quedado solos. Hasta ahora
venimos siendo gente sin agallas, sin sangre en las venas ni identidad a la que
cualquier advenedizo le puede propinar bochorno a granel sin consecuencias. Dios
tiene que existir aunque sea para que los responsables de esta tragedia argentina
no queden impunes.
miércoles, 17 de octubre de 2012
Dada la vigencia del análisis que hice hace 19 meses (marzo de 2011), reproduzco la nota en la que vislumbraba el enfrentamineto que hoy es ostensible
Hay que "bancar" a Moyano

Antes de borrarme de su pantalla termine de leer esta nota. Y reflexionemos juntos.
Los argentinos, siempre tan afectos al espejo retrovisor, quieren encontrar en el presente enfrentamiento entre popes del actual gobierno, semejanzas con lo sucedido a comienzos de los ´70. Puede haberlas aunque lo más significativo de todo es que los peronistas en particular y los argentinos en general, no hayamos aprendido nada de tan lamentable porción de nuestra historia reciente.
Cuando el general Perón quiso disciplinar a los terroristas que cálidamente había prohijado en el seno de su movimiento y ellos se rehusaron por considerar, legítimamente, que habían colaborado de manera decidida y explícita con su vuelta al país, la pelea de fondo fue el poder. Tal vez acá haya una semejanza. Hoy también dos ramas del mismo árbol tironean por lo mismo. Vuelve a haber dos bandos peleándose por el poder absoluto.
Sin embargo, lo que sigue es la gran diferencia que anuncia, por ahora, final abierto para la disputa. En una esquina, el sindicalismo, que fue siempre “la columna vertebral” del movimiento; en el otro, la izquierda radicalizada, que supo crecer y reproducirse compartiendo techo con los gremialistas aunque sin guardarse la más mínima simpatía mutua.
En el ‘73 los terroristas se plantaron exigiendo más espacio y el reconocimiento público de su existencia, mientras que el sindicalismo estaba “adentro”, era parte de la administración del estado y su legitimidad no era puesta en duda. Hoy, los tantos están al revés: los terroristas de entonces más sus simpatizantes son el gobierno y desde ese lugar de privilegio intentan “marcarle la cancha” al “movimiento obrero”. ¿Podrán? ¿Se dejarán los involucrados?
La disolución, aplastamiento y desguace de las fuerzas armadas y de seguridad contó con la anuencia de sus miembros. La pregunta es si el sindicalismo permitirá que sus huestes corran la misma suerte que los uniformados en manos de quienes tienen en mente para ellos igual destino.
Otra diferencia salta a la vista: se dieron vuelta los tantos; los que antes pugnaban por entrar ahora son el gobierno y los que estaban adentro, quieren ser echados a empujones después de la innumerable cantidad de servicios que prestaron a la corona.
Entre los contendientes que velan sus armas, estamos el resto de los habitantes que inexorablemente padeceremos las consecuencias del enfrentamiento. Es muy probable que la mayoría rechace a ambos porque unos importaron una violencia inaudita e innecesaria y porque los otros han tejido un adiposo poder arbitrario y antipático para beneficio de unos pocos. Pero la vida nos pone frente a ciertas alternativas y la libertad no está en elegirlas sino elegir entre ellas.
Es de esperar que el público espectador no consuma el magnífico envoltorio que trae este conflicto. Ya se ha escuchado decir a furiosos anti-kirchneristas “En ésta estoy con Cristina” como si la pelea de fondo fuera ella contra Moyano. No señores; la pelea de fondo es el terrorismo contra el sindicalismo. Y porque son dos opciones espantosas es que se hace tan difícil decidirse por una. Tal vez sirva recordar la historia e imaginar la terrible disyuntiva que enfrentaron los aliados cuando el enemigo era Hitler y el mal menor, Rusia. La historia y la vida están llenas de ejemplos en los que no hay una solución perfecta y se necesita optar por el mal menor.
Hoy, la alternativa “ninguno de los dos” no está. Hay que elegir entre unos o los otros y para eso es preciso ser memoriosos y recordar la conducta de unos y de los otros. Y optar por el mal menor. Al menos eso sería una forma estratégica de decidir, en lo que cada uno le toca, el rumbo futuro. De otro modo es como votar en blanco. Habría que pensar en los males y los daños que ambos aportaron.
El sindicalismo ha sido, por esencia, corporativo; negocian hasta la extorsión mientras usan a sus representados para “apretar” al gobierno de turno. Hacen negocios, limpios y de los otros tantos como el poder político y el empresariado les permita. Esencialmente, corromper es el mayor aporte que han hecho en su larga existencia. Corrompen todo lo que pueden. Como Perón, nunca demostraron rechazo visceral por las instituciones ni detestaron a fuerzas armadas; las pisotearon cuando se cruzaban con sus negocios pero no por mandato filosófico. Su ideología, como la de Perón, es el dinero.
El terrorismo nacional se crió a la sombra del modelo cubano; admira los autoritarismos de izquierda y “banca” a los dictadores que lo defienden. No les tembló el pulso en empuñar armas para imponerse y, tratándose hoy de los mismos personajes que en los ´70, es muy posible que aún siga sin temblarles el pulso a la hora de armarse contra otros argentinos. Como su admirado “Che” Guevara, mataron para imponerse y, tratándose hoy de los mismos personajes que en los ´70, es muy posible que aún piensen en matar para imponerse. Sintieron rechazo por la organización social vigente en el país desde 1853 al punto de intentar, a los tiros, modificarla y, tratándose hoy de los mismos personajes que en los ´70, es muy posible que aún sigan abrigando idéntica esperanza. Odiaron, persiguieron y asesinaron y, tratándose hoy de los mismos personajes que en los ´70, es muy posible que aún sean capaces de la misma conducta. Detestan la libertad, el pensamiento independiente y el disenso. Su ideología es marxista.
Llegado este punto, mi historia personal y mi militancia antiperonista me avalan para decir, sin temor a los rótulos que suele encajar el público con cierto apuro, que me quedo con Moyano.
viernes, 28 de septiembre de 2012
Pearl Harbour o Peor Harvard?
"Gordi, sorry pero creo que esta vuelta te pasaste”
decía la única amiga kirchnerista que tengo, mientras mirábamos juntas el
desempeño de la presidente Kirchner frente a los alumnos de Harvard. “Vos sabés
que yo te re banco, pero decir que hablás con el periodismo, qué querés que te
diga…” balbuceaba nerviosa. Yo twitteaba
indignación y peleaba con un peronista de Rodriguez Saa que intentaba
despegarse del actual gobierno como si pertenecieran a concepciones políticas
diferentes. Mamá, desde otro cuarto,
aullaba “Defachatada!, defachatada!” en el momento en que mi hija adolescente se
asomaba justo a tiempo para preguntar: “¿qué significa “defachatada”?”. Nuestra
empleada doméstica (la que cacerolea con nosotros en Santa Fe y Callao para
mala sangre de Kunkel) aludiendo a otro plano del mismo episodio opinaba “qué
feo tiene el pelo. ¿Qué se puso ahí arriba?” y papá añadía indiferente: “¿sigue
con el luto esa señora?” El más cáustico fue el plomero que, con un ojo,
revisaba la columna del agua fría y con el otro, la pantalla del televisor. “En
Boston, eh? ¿Con qué dólares habrá viajado la presidente? decía mientras
cerraba la llave de paso.
Aquello parecía un programa de Mauro Viale. Hablábamos
todos juntos pero la que llevaba la voz cantante era, como es usual, Cristina. Desde
el televisor y con una verborragia un poquito sobreactuada le ponía varios
minutos a cada respuesta, echando a los perros la sobriedad que sugieren los
estrategas. “¡El que se excusa, se acusa” Cristina! decía yo en voz alta como
si estuviese dando clase a mis alumnos de ciencia política. El elemental consejo
es más viejo que andar a pie. Diez minutos para negar que la inflación
argentina sea del 25% es un tanto sospechoso. Y otros diez para explicar que
los medios mienten y tergiversan, también.
Yo seguía el cacerolazo virtual que se desarrollaba en
Twitter en simultáneo con la alocución. Y me entusiasmé porque había muchas más
ideas que insultos y porque los ciber-k se percibían en franco retroceso.
Los gritos desenfrenados de papá me devolvieron al
“aquí y ahora”. “¿Que no hay cepo cambiario?!?!?!” alcancé a escuchar entre
epítetos que ni al tano Pasman se le habían ocurrido. Fui a calmarlo; el viejo
es hipertenso y temí por su salud pero recibí un “y vos también rajá de acá”
por
respuesta. El no puede entender que
alguien sea kirchnerista y mucho menos que ese alguien sea amiga mía.
“Yo, que desafié al régimen negándome a usar luto por
la Eva tengo que tolerar que defiendan a esta gente en mi cara” decía mientras
yo me alejaba de la habitación. Fue casi como de película porque al traspasar
de un ambiente a otro sonaban campanas diferentes; encontré a mi amiga K aplaudiendo.
“Le chantó al yankie que Harvard es carísima. ¡Qué bien estuvo!” decía con una
amplia sonrisa. Lástima que no estaba allá porque el público presente reaccionó
bien distinto. Nadie interpretó que se trataba de una broma a pesar de la sonrisa
que esbozó Cristina y como los aplaudidores a sueldo eran minoría, nadie le
festejó la grosería.
“Si aceptó responder preguntas, ¿por qué se enoja con
los alumnos?” planteaba mi hija mientras fruncía el ceño. Yo le expliqué que
tantos años viviendo en una burbuja de público cautivo le jugaron una mala
pasada pero como ella no se tortura como yo con las semanales cadenas
nacionales, no entendió del todo a qué me refería. La dejé viendo un capítulo estreno
de “Lie to me” y me fui a ver cómo seguía mamá, que también tiene problemas de
presión. “No me tomo ahora porque debo estar en 25” me dijo apenas asomé la
cabeza. “Dice que nunca hubo tanta libertad para opinar como ahora, podés
creer?”. Yo acababa de leer un twitt muy gracioso al respecto que hacía
referencia al estudiante que había incomodado a la presidente con el tema de la
libertad en la Argentina: “Los padres de ese alumno en este momento están
abandonando su casa por la ventana y con lo puesto” decía uno de los tantos
“vecinos” ocurrentes del ciberespacio. Claro, Cristina Kirchner le había
preguntado con sospechoso interés de dónde era y todos pensamos que se le venía
una retribución de atenciones al estilo K, o sea, una amable visita de la Afip.
Como si el clima no estuviese suficientemente denso,
sonó el teléfono. Era un ex compañero de facultad que, sin siquiera saludar
apenas descolgué el auricular y antes de que alcanzara mi oreja, empezó a
enumerar lo que calificó de “barbaridades”. “Hace años que doy clases en la
Universidad de La Matanza y nunca me habían destratado de esta manera!” Sin
posibilidad de intercalar un bocadillo arremetió: “¿Qué le pasa? ¿Acaso es
egresada de la Sorbone o tiene un PhD de Stanford? Por lo menos me consta que
mis alumnos y yo podemos exhibir nuestro diploma universitario, no como ella.
Si niega la inflación y dice que habla con la prensa asiduamente ¿por qué
tendríamos que creerle que es abogada?” En un cursito de coaching que hice hace
varios años me indicaron que ante la ira del interlocutor, uno tiene que
acompañar evitando que la cosa escale. Por eso me limité a repetir en un tono
muy suave: “claro, claro” pero le tuve que cortar porque oí que el plomero
requería a alguien de la casa. A esa
altura los viejos se habían juntado
frente a un mismo televisor. No me pareció buena idea porque ya los conozco; juntos
se potencian; empiezan con Cristina y terminan en la clausura de “La Prensa”,
bochornosa arbitrariedad que mi abuelo materno vivió en carne propia. De pasada
hacia mi encuentro con el plomero barajé las pastillas para la presión. Era prudente
tenerlas a mano. De la pérdida de agua no supe más pero sí de la furia del
plomero. Estaba más colorado que Jacobo Winograd y gritaba enajenado: “Claro! Los
hoteles y las casas te las compraste con el sueldo de presidenta! Claro! Yo me
chupo el dedo! Vos mejor hacele un monumento al juez dulzón ese y pedile a Dios
que no se muera nunca! Consideré inoportuno preguntarle por el arreglo y opté por
convidarle el medicamento para la presión.
Se habían acallado las cacerolas y bocinas que sonaron
fuerte a la hora en que estaba previsto el inicio de la presentación de
Kirchner en Harvard. Nadie supuso que llegara una hora y media tarde. El “relato”,
aunque algo diletante, ya lo conocíamos. Las preguntas habían sido implacables.
En el momento de la silbatina confieso que me impresioné un poco. O hay muchos
argentinos estudiando en Harvard o el rechazo de las políticas peronistas
traspasa fronteras. Me inclino por creer que se trata de la
segunda opción.
jueves, 23 de agosto de 2012
Cristina y Obama
Parece que Cristina se ha vuelto conservadora. Al menos,
ahora está más cerca del tea party que del peronista (según ella misma lo
catalogara) Barak Obama. La presidente argentina se ha metido en la campaña
presidencial americana con los mismos modales con los que irrumpe en nuestras
casas dos o tres veces por semana: de prepo. Y la novedad es que juega para
Mitt Romney. Si, como lo "oye". Sólo así se entiende la reciente
declaración de guerra comercial que le ha revoleado al machucado moreno.
Algunos observadores especulan con los crecientes problemas
que acumulan los demócratas y los nubarrones que afrontan de cara a las
próximas elecciones. A partir de la conocida cintura política de
Cristina, dicen, su intención de mostrarle las uñas podría responder a un
posicionamiento estratégico apostando todas la fichas a ganador. Se trataría de
una movida de gran audacia pero digamos que los argentinos estamos
acostumbrados al peculiar estilo K. Es más, también estamos curtidos en materia
de barbaridades sobre política exterior: apuramos a la corona británica con el
tema Malvinas; le metemos una zancadilla tras otra a los "hermanos"
brasileños incumpliendo con los acuerdos firmados y con los deseos de
colaboración mútua declamados; le hicimos pito catalán a los
"hermanos" chilenos negándonos a colaborar con la justicia trasandina
cuando nos solicitó la extradición de un confeso terrorista; le tuvimos clausurado durante cuatro años un puente
internacional a los "hermanos" uruguayos mientras el
zafarrancho sirvió a la causa local; fastidiamos a los Reyes de España hasta
lograr que saltearan a la Argentina en su última visita a la región. En fin, no
se trata de un pormenorizado prontuario de lo actuado en materia de relaciones
exteriores sino apenas una muestra incompleta y al azar de algunos de nuestros
logros en la materia.
En esa línea de comportamiento ¿Por qué habría de salvarse
Obama? ¿Nos debería importar acaso que esté en plena campaña para lograr su
reelección y que una denuncia internacional en contra del país que administra,
por estrafalaria y absurda que sea, no lo favorece? ¿Son detalles de las
relaciones de altísimo nivel en las que Cristina repara? ¿Habrá tenido algo que
ver el patotero Guillermo Moreno? ¿Aportará una cuota de necesaria prudencia
con sesudas reflexiones el canciller Timmerman?
Definitivamente las respuestas a todas las preguntas son
"no". La Argentina se maneja en el mundo como en la versión de
entrecasa: es un mono con navaja, peligroso e irracional, y gratuitamente
dañino.
Es probable que nadie le diga a la presidente el concepto
que la comunidad internacional civilizada tiene de ella. Puede que ese lote de
impresentables que la rodea no tenga registro de ese concepto porque no
frecuenta ámbitos académicos o financieros globales. Puede que se trate de
ambientes que les son ajenos porque es muy probable que hayan salido del país
por primera vez como Néstor, una vez arribados a los espacios que La Cámpora y
la burocracia nacional les tenían reservados.
Alguien debería animarse y contarle a Cristina Kirchner que
las reacciones sobre ella en el mundo son dos: están los que se burlan y los
que se espantan. Tengo la dicha de estar pasando una temporada de estudio en
Chicago. La universidad es un ámbito fascinante porque uno se abstrae de lo
cotidiano para pensar. Y puedo asegurar que los académios americanos (y los no
americanos invitados por ellos a sumarse a sus equipos de trabajo) piensan y
mucho. En esos espacios la gente se horroriza del devenir argentino. Ven en
Cristina una copia desdibujada y emberretada de Perón, a quien tienen como la
bisagra argentina entre la plenitud y la decadencia.
Los estudiosos de la ciencia política no le encuentran
salida a la Argentina porque la ven entrampada en una espiral y porque el
sistema político sólo admite similares que retroalimentan en perversa sintonía
la selección minuciosa de parecidos. Los estudiosos del proceso argentino
tienen claro que la maquinaria peronista construida hace 70 años se alimenta de
glóbulos sanos donde sea que los encuentre, los tritura y escupe el
carozo. Ellos entendieron mejor y más rápido
que nosotros que tras el peronismo sólo quedan desperdicios. Son muy
respetuosos porque identifican claramente el drama de la sociedad, de los millones
que están atrapados por un sistema perverso que se aprovecha de ellos. Se
conduelen. Hacen silencio cuando se termina el diagnóstico y mueven la cabeza
de este a oeste.
También están los que se ríen
de ella y, por caracter transitivo, de cada uno de nosotros. Y esos son,
mayoritariamente, los demócratas que, con su aire de condescendiente
superioridad, miran al mundo por encima del hombro. No por ella sino por mí
tuve que decirle a más de uno que aflojara con las burlas porque "su"
peronista, si bien es más preparado y más sobrio, no viene luciéndose
precisamente. Obama ha duplicado el deficit americano en lo que va de su
gestión, multiplicó los subsidios y amplió las dádivas a indocumentados e
ilegales, una injusticia con el nativo que mira cómo sus impuestos fluyen al
mantenimiento de hordas de gente que viola la ley. En una palabra, Obama viene
aplicando con suma prolijidad el manual del buen peronista.
En oportunidad de los 100 años
del nacimiento de Milton Friedman, la fundación que lleva su nombre festejó el
acontecimiento en la ciudad de Chicago, donde el genio pasó varias décadas de
su prolífera vida académica. La oradora central del evento fue Condolezza Rice
que, además de dar una clase de sencillez y de oratoria, fascinó al auditorio
con anécdotas y reflexiones personales. "Vivir en una sociedad libre
implica que no siempre haya alguien que te cuide y que a veces hay cosas de las
que uno es el único responsable" dijo y arrancó un cerrado aplauso del
auditorio. Obama como Cristina se resisten a una de las dos premisas: a la
responsabilidad personal o a la libertad. O a las dos.
Por eso es una traición
denunciarlo. Porque pertenecen al mismo bando y porque la movida de Kirchner
termina beneficiando a los críticos del presidente americano a cuya cabeza se
encuentra la dupla Romney-Ryan. Bromas aparte, la fórmula republicana no debe
contarse entre los preferidos de la presidente argentina. Por
eso Cristina, a la larga lista de lo que le falta aprender, debería
agregar la noción de las consecuencias de los actos propios.
sábado, 26 de mayo de 2012
Barranca abajo
La educación argentina es pésima. Hace un par de
décadas, yo sostenía que estábamos formando una generación de inadaptados para
la vida. Los chicos que iban a colegios públicos salían mal preparados, con
muchas horas menos de clase de las necesarias para estar capacitados de enfrentar
el siglo XXI. Porque venían de colegios que el populismo y la pobreza habían convertido
en comedores en los que, aleatoriamente, se los instruía y porque las carencias
materiales les hizo imposible el acceso a las herramientas tecnológicas de las
que dispone el mundo. Con suerte, habían compartido una computadora entre
docenas de alumnos una vez y cada tanto.
Esos establecimientos envejecidos no contienen a
nuestra población infantil ni en lo académico ni en lo humano. Las goteras, el
frío y los problemas edilicios son el marco de una escuela pública que fue perdiendo
sus laureles bien ganados en otras épocas. El egresado, entonces, resulta un
producto escasamente capacitado para enfrentar los desafíos que nos plantea el
mundo modernísimo al que la sociedad global se viene asomando.
No siempre la educación pública fue el adefesio actual.
Por el contrario, durante un siglo representó uno de los orgullos nacionales. Los
egresados de escuelas y universidades estatales eran garantía de excelencia que
la acumulación de políticas equivocadas transformó en parias sub capacitados. Haciendo
memoria, sin ira, buscando explicaciones hay que mirar para atrás porque definitivamente
allá están las respuestas. Probablemente la escuela pública fue distinta, por
ejemplo, cuando sus maestros no conformaban las filas de la CGT porque sentían
que su vocación de formar a nuestros hijos no tenía parecidos con los reclamos
que podrían inspirar a los obreros del puerto o a los metalúrgicos.
En la vereda de enfrente, estaban los privilegiados
hijos de quienes tienen las posibilidades económicas de pagar por una educación
a la altura de las necesidades de los tiempos que corren. Esos chicos tienen
acceso a internet, idiomas y una educación completa que les garantiza salida
laboral y buenas remuneraciones.
Mientras esto ocurría a la vista de la clase dirigente
que nada hacía por reducir la brecha, lo político también mutaba. La calidad
institucional se estrellaba a fuerza de corrupción. Los partidos políticos
hacían todo lo posible para volverse corporaciones monolíticas que impidieran el
debate, el disenso y la competencia interna. Cuando lo lograron, los espacios
de participación se achicaron aún más en tanto que los poderes del estado ya
habían sido capturados por minorías para beneficio propio; la ideología de la
mediocridad era ley y filtro.
A la pobreza de la educación pública y la aparición de
una casta política saqueadora con nuevos códigos se sumó y generalizó una filosofía
de lo fácil y lo rápido que traspasó a la sociedad y carcomió sus cimientos. Ser
rico pasó a ser infinitamente más importante que ser culto; sin educación ni
valores o, tal vez, sin educación en valores, estaban dadas las condiciones
para lo que vino: “vale todo” y “sálvese quien pueda”. Eso y decir que el
sistema imperante saca lo peor del ser humano es lo mismo. Y es lo que la
Argentina viene practicando desde hace décadas.
Ese día entendí que los grupos de inadaptados que
crecían en nuestra sociedad eran dos, por motivos diferentes, pero dos: los
hijos de la escuela pública por su falta de preparación para los desafíos del nuevo
siglo y los hijos de las escuelas exclusivas. Ellos, que a la par de los
idiomas y las herramientas académicas modernas conviven con el valor de la
competencia y de la palabra; que aprenden el mecanismo de los premios y los
castigos y son instados a la superación y la exigencia también tienen
dificultades a la hora de la inserción en una sociedad sin esos códigos de
comportamiento. Inadaptados en lo académico, unos; inadaptados para la
convivencia, los otros.
Cómo se sobrepone a una ecuación compleja quien no
estudió el modo de resolverla? Cómo se traicionan los principios con los que alguien
se educó para obtener un ascenso o “sacar” un expediente?
Alguien me dirá que puede haber egresados valiosos de
la escuela pública y atorrantes de la otra y yo les diré que sin ninguna duda
es cierto. El presente análisis es una descripción de tendencias, no de casos
aislados. Y la rebelión interna que padecemos los liberales es saber que muchos
padres de espíritu sano están atrapados por este sistema siniestro que les
impide elegir la educación de sus hijos; este sistema perverso de malandras
autoritarios y ladrones que los hacen rehenes de sus políticas de hambre; este
sistema que los convierte en clientes obligados de sus escuelas, de sus
hospitales y de sus limosnas.
La factura a los que no padecieron esa ostensible
violación al primero de los derechos individuales, el de la libertad, es
preguntarles qué excusa tuvieron para aceptar y en muchos casos, colaborar con
la instalación de estas gentuzas en los espacios de poder.
La Argentina actual está estancada por todo esto. Porque
muchos no están capacitados a entender el proceso en que estamos sumidos y, por
lo tanto, tampoco son capaces para encontrar el camino de salida. Hay quienes
entienden muy bien y que aprovechan las ventajas de corto plazo que les otorga
el caos. Ambos grupos sumados son mayoría. El resto somos los atrapados y para
los atrapados, no hay más opciones que soportar la arbitrariedad o emigrar mientras sea posible.
Se equivocan quienes refieren ejemplos de otras épocas
y otras dictaduras. Esta es única porque el peronismo es único y se compone de
lo peor de los autoritarismos que el mundo moderno conoce. Porque siempre hay
un peronista “bueno” (generalmente aislado circunstancialmente del peronismo
gobernante) dispuesto a reivindicar al régimen y porque siempre hay un comodín
inescrupuloso sin ideología que, en aras de obtener poder, hace alianza con él
para llegar.
El peronismo es la catástrofe de la historia
Argentina. Negarlo es resistir la realidad. Mientras tanto, nos imponen sus
códigos y como uno no elige las alternativas sino entre las alternativas que el
destino pone frente a nosotros, entre “vale todo” y “sálvese quien pueda” elijo
lo segundo. Ezeiza.
lunes, 21 de mayo de 2012
Los Abrazadores
La oposición está excitadísima. Cree haber encontrado
el camino del protagonismo. Ha visto la luz y acaba de lanzar una amplia
convocatoria para que mañana martes 22 el público la acompañe a abrazarse a un edificio.
Sin embargo, cabe preguntarse por qué esto y por qué
ahora. La vergonzosa dependencia del poder político de la que la justicia hace
gala ¿acaso es nueva? ¿Cuántos años hace que se cuestionan la selección y el
nombramiento de un lote cada vez más numeroso de jueces? ¿Hay alguien que pueda
afirmar que jamás escuchó sobre el cajoneo de causas “sensibles”? O por el
contrario ¿Quién no ha leído la larga lista de procesos “pendientes” que parecen
esperar sin pudor ni prisa la prescripción?
Si hablamos de irregularidades en causas que
involucran apellidos conectados con el poder, mejor ni calcular a cuánto
asciende el montón de “perejiles” que padecen la acción u omisión del aparato
judicial argentino. Si los casos de injusticias o de falta de justicia resonantes
no le han movido un pelo a la clase dirigente, hay que colegir que los
anónimos, mucho menos.
Entonces ¿Qué los lleva súbitamente a abrazarse al
Palacio de Tribunales esta vez? Los tuvimos inmutables mientras desfilaban
frente a sus ojos flagrantes violaciones a las normas: desde la valija repleta
de dinero que portaba Antonini Wilson, pasajero VIP de un vuelo privado cargado
de y contratado por funcionarios del Gobierno Nacional; la causa contra el ex
secretario Ricardo Jaime, que acumula pruebas de actos de corrupción y cuyo
ritmo nadie denuncia; los trámites “express” que archivó el juez Oyarbide en
tiempo record y que involucraban a los Kirchner: las dudas sobre la veracidad
del título universitario de Cristina y el enriquecimiento ilícito del
matrimonio; la impunidad de la que gozan los responsables de adjudicar las
millonarias asignaciones que recibió Hebe de Bonafini; las dudosas y
comprobadas conexiones entre funcionarios políticos y miembros del poder
judicial; la denuncia del propio vicepresidente de la Nación respecto del lobby
judicial en cabeza del ex procurador Righi; la arbitraria decisión de impedir
que asumiera un diputado electo, votado por la gente y habilitado por la
justicia electoral o los miles de presos que hoy, en este instante, llevan años
ilegalmente detenidos, violando los tratados internacionales con los que nos
llenamos la boca. Este breve e incompleto listado es un mero ejemplo de las
barbaridades con las que la oposición convive a diario, casi en armonía.
De repente, en coincidencia con el juicio oral que se
le viene encima a Mauricio Macri, parte de la oposición al kirchnerismo se pone
en marcha de una forma lícita aunque cuestionablemente legítima: hace casi una
década que nos vienen pidiendo el voto y ahora nos piden la presencia física.
¿Capitalizarán como propio mostrarle al Gobierno que somos una multitud los que
abominamos de esta “justicia”? Seguramente la respuesta es afirmativa y tampoco
tiene tanta importancia pero ¿Tienen algo en mente para después del abrazo?
Porque mucha gente, sedienta de opciones frente a un
oficialismo que “va por todo” se ilusiona. Alguien tiene que tener delineado un
proyecto más allá de la foto porque con acciones aisladas de los que no avalan
las políticas de la actual administración hemos llegado hasta acá mientras en
la otra vereda ajustan cada detalle de la siguiente maniobra y tampoco es
cuestión de dar lástima.
La convocatoria a reclamar por una justicia justa
(parece una redundancia pero no lo es) surge del PRO, Patricia Bullrich y
algunos peronistas de los autodenominados “federales” (o “buenos”, esos que
hacen de opositores al peronismo en ejercicio del poder y que fueron
oficialistas en algún otro período de la historia reciente). Pasando por alto
que muchos de los jueces de los que ahora se quejan amargamente fueron elegidos
por los mismos abrazadores, la movida huele a “hagamos algo que vienen por mí”.
Lo bien que hacen! porque la cosa es en serio: vienen
por ellos, también. El reclamo es a esa clase dirigente en su conjunto más allá
de la espada de Damocles judicial que hoy pende sobre la cabeza del Jefe de
Gobierno; todos ellos tienen la obligación de adelantarse a los acontecimientos
porque para eso los hemos sentado en el Congreso o en los despachos a los que
quisieron acceder. Porque el ciudadano común, que mañana le va a dar entidad al
reclamo de justicia, no cobra por hacer política y tiene que atender su
trabajo, generalmente no tan bien pago como el de nuestros legisladores.
Hay que pedirle a quienes nos convocan hoy algo más
que hechos espasmódicos. Cuando la plaza se llene de gente las cámaras de
televisión irán a registrar la multitud y los diputados presentes van a aprovechar para dar
notas con los miles de NN haciéndoles de marco. No basta con escuchar de ellos
la descripción de los hechos y el lamento por lo que nos pasa. Necesitamos que nos
informen qué más van hacer. Mañana, la plaza ¿y después?
Ojalá sea éste el evento inaugural hacia alguna dirección y que se integre en un proyecto más amplio. Porque con capítulos
unitarios no se arma un largometraje.
miércoles, 11 de abril de 2012
La pelea de fondo
Hace algo más de un año recibí un
repudio casi unánime por haber escrito la nota "Hay que bancar a
Moyano" construida sobre la teoría del mal menor.
(http://maria-zaldivar.blogspot.com.ar/2011/03/hay-que-bancar-moyano.html) Entiendo ahora, como lo entendí en su momento, el riesgo que conlleva la sola
posibilidad que implica conformarse. Pero el argumento es otro. Armando Ribas
suele decir que uno no elige las posibilidades sino entre las posibilidades que
la realidad nos plantea. En ese contexto, entre la izquierda radicalizada y el
sindicalismo corrupto, prefería lo segundo. No dije que fuera la salida ni que
era el inicio del cambio.
Simplemente que, muy a mi pesar,
de lo que había era el mal menor. Porque hay que razonar de manera adulta y
estratégica y no festejar infantilmente quién se perjudica sino quién sale
fortalecido de la contienda. No sea cosa que el remedio termine siendo peor que
la enfermedad.
En la misma línea de
argumentación (pasado el tiempo algunos empezaron a encontrar cierta lamentable
lógica en aquel análisis) un escenario similar tiende a repetirse por estos
días: la gente "normal" se alegró con los tropiezos del
vicepresidente, por varias razones. Entre otros motivos, porque se esmera a
diario en demostrarnos que es un inútil de tiempo completo, que el cargo le
queda gigante, que sus esfuerzos por lucir como un corrupto alcanzan de un
éxito arrollador y porque su fracaso personal arrastraría a su verborrágica
mentora.
Y con eso nos dimos manija.
Cuando los diarios le pegaban, más gozábamos los "buenos", en algún
punto, porque el "malo" de las películas (que en la Argentina siempre
gana) andaba en problemas. Para peor, nos pareció verlo
medio solo en su cruzada por sobrevivir y eso, nos siguió alentando. Que Luis
D'Elía vía Twitter fuera su soporte político más sólido era casi una sinfonía
de Bach. Y explotamos cuando la ministra Garré declaró sentir un "gran
respeto" por el juez de la causa a quien Boudou había maltratado
públicamente.
Sin embargo, para el ojo del
análisis fue entonces cuando la luz colorada se encendió y el destello rezaba
con claridad "Danger". Los twitteros y el periodismo vislumbraron
desinteligencias en el equipo gobernante. Eso es correcto pero no la
interpretación. "La ministra de Seguridad defiende al juez" sonaba por todos lados
mientras el embate de envergadura pronunciado por el funcionario musical era
dejado en segundo plano; sin embargo, en esa mención hecha al pasar pero con
nombre y apellido al inicio de su monólogo estaba alojado el nudo gordiano del
conflicto K, los eternos dos bandos del kakismo.
Nilda Garré no defendía a Rafecas
(quien empuñó un arma contra personas e instituciones
y reivindica esa conducta no puede hoy desvelarse por los dichos desaforados de
Boudou). Garré defendía al "otro bando", encarnado en este caso
puntual en el procurador Righi, y al monje negro de ese grupo que ha sido
siempre Horacio Verbitsky.
Ellos representan la corporación
de Tribunales y sus allegados, el lobby
judicial, los estudios jurídicos "asociados" a los juzgados federales
y, en definitiva, los que tienen en sus manos la libertad de cada uno de
nosotros. Porque de nuestros bienes el gobierno ya dispone a través del
Ejecutivo y muchas veces, con la complicidad del poder legislativo que vota
exacciones ilegales, impuestos abusivos y retenciones confiscatorias. Pero los
jueces pueden disponer de nuestra libertad. Y lo hacen; si no, preguntémosle a cientos de
presos sin sentencia que el régimen apila en las cárceles desde hace años.
La corporación salió,
corporativamente si se me permite la redundancia, a bancarse a sí misma: los magistrados,
los fiscales, los profesionales, el ex ministro Iribarne, el Colegio Público de
Abogados y los distintos organismos que los nuclea. Son los mismos que impulsan
muchas de las aberraciones previstas en la revisión actual de los códigos. Son
los que tienen en barbecho la reforma de la constitución, cuyo eje es desterrar
el actual sistema de equilibrio de poderes y reemplazarlo por uno parlamentario
que les asegure el desdibujamiento de la figura del presidente tal como lo
conocemos y delegue más facultades en los diputados y senadores. Ese cambio
aseguraría más corporación y menos representación o sea más poder para ellos y
menos para el resto.
Resulta que el affaire que hoy
desvela al vicepresidente es una circunstancia paralela a la pelea de fondo. El
negocio del juego es muchas pero muchas veces millonario y compra y/o alquila
muchas pero muchas voluntades alojadas en muchos pero muchos y diversos estamentos.
Uno se sorprendería al enterarse cuántos políticos que ve indignarse en los
debates televisivos, cuántos periodistas que opinan sobre las virtudes o la
falta de virtudes de los funcionarios y cuántos jueces que deciden sobre
nuestros bienes y nuestra libertad ambulatoria le deben a la industria del
juego su banca, su espacio, su portal o su nombramiento. Pocos temas son tan
sensibles como la fortuna que manejan esas empresas para "adornar"
gente. Escasas son, entonces, las voces independientes que pueden opinar sin
condicionamientos.
En el caso argentino (como
siempre nosotros, poco afectos a la competencia) sólo hay dos contendientes. Lo
bueno de eso es que, al público, le facilita entender a qué bando o banda
pertenece cada uno y está claro que en estos casos, no hay buenos y malos,
simplemente rivales peleando por la misma baldosa y cómplices con una u otra camiseta.
Lo malo es que la gente se quede en la disputa de superficie y se le pase por
alto la otra, la de fondo, la que el año pasado enfrentó a Moyano con los K, la
que libran Mariotto y sus cruzados K contra el gobernador Scioli y la que hoy
disputa Boudou contra varios ex "cumpas". Por un hecho
circunstancial, se empieza a romper la omertá; en general es siempre así: el
desencadenante es un hecho fortuito. Crujen los tan mencionados
"códigos" propios de la mafia, esos que nos describió Hollywood en
películas memorables que hasta el vicepresidente aconseja ver. En este tema, la
casa tampoco está en orden, la suerte no está echada pero el ventilador está
prendido. Tiemblan y no de frío funcionarios, medios grandes y chiquitos y
también una larga lista de comunicadores.
El más reciente capítulo del “Boudougate”
lo acaba de escribir el Procurador Esteban Righi, quien optó por ofenderse en
lugar de defenderse. Su renuncia es un mensaje directo a Cristina Kirchner que
tomó partido por uno de los bandos. Habrá que observar de cerca las reacciones
de la corporación judicial. ¿Seguirá respondiendo a Righi? Si así fuera ¿Eso
implicará un enfriamiento de las aceitadas relaciones con el poder político?
Si veo de un lado una amenaza de
negocios turbios y del otro una amenaza a la libertad, prefiero que la batalla
la gane el primero o, mejor dicho, que la pierda el segundo. Insisto con que
las opciones son éstas. En el presente "multiple choice" las posibilidades son: a) Boudou; b)
Verbitsky. No hay c) ninguno; d)
Churchill.
Es Boudou o Verbitsky con lo que
cada uno de ellos implica. Yo ya elegí. Ahora le toca a Ud.
lunes, 2 de abril de 2012
El pobre destino de las Malvinas
Es una lástima que el reclamo de soberanía esté siempre enancado
en una especulación política de orden interno. Por si no queda claro el
concepto: la Argentina utiliza el tema Malvinas cuando el frente doméstico está
espeso. Lo hizo en 1982 y lo vuelve a hacer ahora. ¿Determina esa circunstancia que un interés espurio motorizó a los
sucesivos gobiernos a agitar, generalmente airosos, el dedo índice frente a la
nariz del imperio británico? Por lo pronto, estaría probado que la preocupación
por la propiedad de esas tierras y la suerte de sus moradores vienen detrás de la coyuntura política que
anima el reclamo.
Durante las últimas décadas sucedieron hechos extraordinarios para
la humanidad: cayó el muro de Berlín,
China comenzó un lento proceso de apertura tras siglos de un férreo aislamiento
y desapareció la Rusia comunista que conocimos. El mundo entero interpretó que
el vecino no es necesariamente un adversario; se dio cuenta de que comerciar
puede ser un buen negocio para todas las partes y que la cultura o las
tradiciones no se diluyen por compartirlas. La tecnología y el increíble
desarrollo de las comunicaciones hicieron el resto. El planeta se achicó y los
profundos cambios descriptos le dieron a las fronteras una significación
distinta a la que habían tenido allá lejos, en la construcción de las
nacionalidades.
Sin embargo, las dictaduras siempre agitaron los nacionalismos
como un recurso de unión o acaso de distracción para los problemas cotidianos
sin resolver y en su genética la confrontación de "nosotros" vs.
"ellos" es un mandamiento que contradice el rumbo de la civilización
pero que replican no importa el continente ni el siglo.
Es difícil vivir en un país que suele transitar contra la
corriente universal. La Argentina practica ese estilo hace más de medio siglo.
Cuando el repudio del nazismo era unánime, nuestro país ofrecía protección a encumbrados criminales del ejército alemán. En la
actualidad y no sólo en el tema Malvinas, tampoco estamos registrando la
flexibilizaron de los límites geográficos que practica la civilización.
Durante su primer gobierno, Juan Manuel de Rosas instruyó por
escrito al representante argentino en Londres en los siguientes términos:
"Artículo adicional a las instrucciones dadas con fecha de hoy (21 de
noviembre de 1838) al Señor Ministro
Plenipotenciario Dr. Don Manuel Moreno. Insistirá así que se le presente la
ocasión en el reclamo de la ocupación de las Islas Malvinas [hecho acaecido en
1833] y entonces explorará con sagacidad sin que pueda trascender ser la idea
de este Gobierno si habría disposición en el de S. M. B. a hacer lugar a una
transacción pecuniaria para cancelar la deuda pendiente del empréstito
argentino". El texto mencionado consta en el expediente No. 3 del año 1842
de la División de Asuntos Políticos del Ministerio de Relaciones Exteriores y
Culto de la República Argentina.
Resulta casi una obviedad aclarar que la idea del Brigadier Rosas
de entregar las Islas Malvinas a los acreedores ingleses no tuvo acogida en el
Reino Unido. Pero es un episodio que merece el recuerdo por tratarse de una
opción llamativamente heterodoxa para un controvertido personaje de la historia
argentina, inmerecidamente recordado como un gran defensor de la soberanía y la
nacionalidad.
Valga la mención histórica pero también el intento de huir de las
dos taras argentinas de los últimos años: vivir mirándonos el ombligo y por el
espejito retrovisor. Vayamos directamente a la torpe incursión militar de 1982.
Esa insana decisión significó un empeoramiento del status quo argentino en el
contexto del conflicto y una simultánea mejora de la situación de los, hasta
entonces, "kelpers".
Para Gran Bretaña los habitantes de las islas eran ciudadanos de
segunda; sin embargo, a partir de su triunfo militar, la estrategia inglesa
pasó por atender los reclamos de ese puñado de moradores que le habían sido
absolutamente indiferentes y cuyo destino, muy probablemente, le siga sin
desvelar. Sin embargo, la Argentina le sirvió en bandeja la excusa y lo que
hicimos, y seguimos haciendo, es acercar los isleños al Foreing Office.
Ahora aducen que ellos tienen voz y que se deben respetar sus
preferencias. Hay una realidad política cierta: la mayoría de ellos son
ingleses o de raíz inglesa lo cual, los hace proclives a preferir esa
nacionalidad y no la nuestra. También son testigos, como el mundo entero, del
dudoso buen trato que reciben acá los ciudadanos de sus autoridades, por lo
cual parece difícil creer que alguien voluntariamente decida ser argentino por
elección en el contexto actual.
Tal vez no sean estas las reflexiones que preferiría el lector
pero es una necesidad decir la verdad. Tenemos que dejar de ser una sociedad
adolescente que hace lo que quiere (muchas veces sin medir los alcances de sus
acciones) y luego rechaza los costos. Es preciso asumir las consecuencias de
nuestras decisiones. En materia militar, la Argentina perdió la guerra en 1982
y desde entonces, en el plano político, no ha desarrollado una estrategia
coherente a favor de sus declamados objetivos. Y este cargo cuenta también para
la administración actual, independientemente de sus extemporáneas declaraciones,
absolutamente desaconsejadas por los manuales de buenos modales y de
diplomacia.
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