
Antes de borrarme de su pantalla termine de leer esta nota. Y reflexionemos juntos.
Los argentinos, siempre tan afectos al espejo retrovisor, quieren encontrar en el presente enfrentamiento entre popes del actual gobierno, semejanzas con lo sucedido a comienzos de los ´70. Puede haberlas aunque lo más significativo de todo es que los peronistas en particular y los argentinos en general, no hayamos aprendido nada de tan lamentable porción de nuestra historia reciente.
Cuando el general Perón quiso disciplinar a los terroristas que cálidamente había prohijado en el seno de su movimiento y ellos se rehusaron por considerar, legítimamente, que habían colaborado de manera decidida y explícita con su vuelta al país, la pelea de fondo fue el poder. Tal vez acá haya una semejanza. Hoy también dos ramas del mismo árbol tironean por lo mismo. Vuelve a haber dos bandos peleándose por el poder absoluto.
Sin embargo, lo que sigue es la gran diferencia que anuncia, por ahora, final abierto para la disputa. En una esquina, el sindicalismo, que fue siempre “la columna vertebral” del movimiento; en el otro, la izquierda radicalizada, que supo crecer y reproducirse compartiendo techo con los gremialistas aunque sin guardarse la más mínima simpatía mutua.
En el ‘ 73 los terroristas se plantaron exigiendo más espacio y el reconocimiento público de su existencia, mientras que el sindicalismo estaba “adentro”, era parte de la administración del estado y su legitimidad no era puesta en duda. Hoy, los tantos están al revés: los terroristas de entonces más sus simpatizantes son el gobierno y desde ese lugar de privilegio intentan “marcarle la cancha” al “movimiento obrero”. ¿Podrán? ¿Se dejarán los involucrados?
La disolución, aplastamiento y desguace de las fuerzas armadas y de seguridad contó con la anuencia de sus miembros. La pregunta es si el sindicalismo permitirá que sus huestes corran la misma suerte que los uniformados en manos de quienes tienen en mente para ellos igual destino.
Otra diferencia salta a la vista: se dieron vuelta los tantos; los que antes pugnaban por entrar ahora son el gobierno y los que estaban adentro, quieren ser echados a empujones después de la innumerable cantidad de servicios que prestaron a la corona.
Entre los contendientes que velan sus armas, estamos el resto de los habitantes que inexorablemente padeceremos las consecuencias del enfrentamiento. Es muy probable que la mayoría rechace a ambos porque unos importaron una violencia inaudita e innecesaria y porque los otros han tejido un adiposo poder arbitrario y antipático para beneficio de unos pocos. Pero la vida nos pone frente a ciertas alternativas y la libertad no está en elegirlas sino elegir entre ellas.
Es de esperar que el público espectador no consuma el magnífico envoltorio que trae este conflicto. Ya se ha escuchado decir a furiosos anti-kirchneristas “En ésta estoy con Cristina” como si la pelea de fondo fuera ella contra Moyano. No señores; la pelea de fondo es el terrorismo contra el sindicalismo. Y porque son dos opciones espantosas es que se hace tan difícil decidirse por una. Tal vez sirva recordar la historia e imaginar la terrible disyuntiva que enfrentaron los aliados cuando el enemigo era Hitler y el mal menor, Rusia. La historia y la vida están llena de ejemplos en los que no hay una solución perfecta y se necesita optar por el mal menor.
Hoy, la alternativa “ninguno de los dos” no está. Hay que elegir entre unos o los otros y para eso es preciso ser memoriosos y recordar la conducta de unos y de los otros. Y optar por el mal menor. Al menos eso sería una forma estratégica de decidir, en lo que cada uno le toca, el rumbo futuro. De otro modo es como votar en blanco. Habría que pensar en los males y los daños que ambos aportaron.
El sindicalismo ha sido, por esencia, corporativo; negocian hasta la extorsión mientras usan a sus representados para “apretar” al gobierno de turno. Hacen negocios, limpios y de los otros tantos como el poder político y el empresariado les permita. Esencialmente, corromper es el mayor aporte que han hecho en su larga existencia. Corrompen todo lo que pueden. Como Perón, nunca demostraron rechazo visceral por las instituciones ni detestaron a las fuerzas armadas; las pisotearon cuando se cruzaban con sus negocios pero no por mandato filosófico. Su ideología, como la de Perón, es el dinero.
El terrorismo nacional se crió a la sombra del modelo cubano; admira los autoritarismos de izquierda y “banca” a los dictadores que lo defienden. No les tembló el pulso en empuñar armas para imponerse y, tratándose hoy de los mismos personajes que en los ´70, es muy posible que aún siga sin temblarles el pulso a la hora de armarse contra otros argentinos. Como su admirado “Che” Guevara, mataron para imponerse y, tratándose hoy de los mismos personajes que en los ´70, es muy posible que aún piensen en matar para imponerse. Sintieron rechazo por la organización social vigente en el país desde 1853 al punto de intentar, a los tiros, modificarla y, tratándose hoy de los mismos personajes que en los ´70, es muy posible que aún sigan abrigando idéntica esperanza. Odiaron, persiguieron y asesinaron y, tratándose hoy de los mismos personajes que en los ´70, es muy posible que aún sean capaces de la misma conducta. Detestan la libertad, el pensamiento independiente y el disenso. Su ideología es marxista.
Llegado este punto, mi historia personal y mi militancia antiperonista me avalan para decir, sin temor a los rótulos que suele encajar el público con cierto apuro, que me quedo con Moyano.