
Se hace difícil explicar la popularidad del kirchnerismo a siete años de su desembarco porque tiene una conducta celular, endogámica y desconfiada. Nadie como Néstor Kirchner ha dominado el tablero de la escena nacional con la colaboración de tan pocos peones y menos alfiles. Es autoritario, desleal, cínico, arbitrario maltratador y así todo consigue altísimos niveles de fidelidad y acatamiento. O tal vez por eso los obtiene. La sociología más que la ciencia política debería interesarse en semejante fenómeno.
La propuesta política que esgrime no difiere de cualquiera de los adefesios ofrecidos por los peronismos anteriores y sucesivos aunque sus modos están notablemente devaluados porque, hasta ahora, ellos habían reservado el destrato para los opositores pero Kirchner lo aplica aún a los propios.
Si no colectan por las formas ni por el fondo ¿Qué los hace tan populares que han ganado dos elecciones y ya se tema no lograr vencerlos en la próxima? Debe haber algo que ellos y sólo ellos están ofreciendo al electorado. La gente está viendo algo que los analistas pasamos por alto. Hay que descubrir qué ingrediente consigue la convergencia de sindicalistas y empresarios a su alrededor; de juventud, ex guerrilleros y nueva militancia, clases bajas y acomodadas, ocupados y piqueteros, instruidos y analfabetos.
Porque el reparto de miles de planes de vagancia no explica por sí sólo los millones de voluntades que constituyen el piso de votos kirchneristas. Cierto es que el ojo con el que eligen a sus beneficiados es de una precisión comparable a la pinza con la que extirpan las complicaciones pero aún así no alcanza. Soborno cantante y sonante para los que no quieren trabajar; privilegios para el empresariado adicto y sumiso; prebendas para los popes sindicales; viajes y otras vituayas para los legisladores complacientes; impunidad, negocios, nombramientos y cargos para los amigos; cobertura para los jueces comprensivos sazonada con una suerte de escozor es una buena fórmula de acatamiento pero sigue sin alcanzar. Veinticinco por ciento del electorado es mucho. Hay que identificar el otro componente, el que macera y funde los ingredientes pero-kirchneristas descriptos que siempre han dado tan buen resultado para quebrar las dignidades humanas y las miltancias políticas. El otro ingrediente que atraviesa a todos los grupos mencionados y a esa porción de la sociedad que, aún no incluida en la variedad beneficiados que el regimen volantea, simpatiza con él.
Desde esta columna habremos de proponer una hipotesis. Hay una pasión nacional, inmanejable como toda pasión, que nos hace los más antinorteamericanos de América Latina: el resentimiento. El resentimiento nos impide disfrutar del éxito de los demás y nos impulsa a festejar los problemas ajenos con más bríos que sus logros: nos alegran los contratiempos en los que está envuelta la gestión de Mauricio Macri, los conflictos que atraviesa el Grupo Clarín, la crisis del Acuerdo Cívico y Social, la bronca de los periodistas frente a la nueva ley de medios, el manotazo a las cajas de jubilaciones privadas o los papelones del canciller "Twiterman". El resentimiento. Los que festejan los reveses de los banqueros por ricos, la embestida a Clarín por poderosos, el enfrentamiento de Carrió con sus socios por complicada, el revés del periodismo por petulante, el despido de Redrado por rubio, la persecución a los militares por autoritarios o el despojo a las administradoras de los fondos de pensión por envidia, etcétera, etcétera han encontrado en el kirchnerismo un aliado. El les permite como nadie exponer sin prurito una variada paleta de sentimientos bajos tan humanos como deplorables, esos que la civilización intenta moderar con educación en pos de mejorar la calidad de vida del conjunto.
La exhaltación de la mezquindad hace juego con el estilo presidencial, potencia sus peores instintos, lo energiza y acompaña un proceso de deterioro social que cala, a veces sin vuelta.
La propuesta política que esgrime no difiere de cualquiera de los adefesios ofrecidos por los peronismos anteriores y sucesivos aunque sus modos están notablemente devaluados porque, hasta ahora, ellos habían reservado el destrato para los opositores pero Kirchner lo aplica aún a los propios.
Si no colectan por las formas ni por el fondo ¿Qué los hace tan populares que han ganado dos elecciones y ya se tema no lograr vencerlos en la próxima? Debe haber algo que ellos y sólo ellos están ofreciendo al electorado. La gente está viendo algo que los analistas pasamos por alto. Hay que descubrir qué ingrediente consigue la convergencia de sindicalistas y empresarios a su alrededor; de juventud, ex guerrilleros y nueva militancia, clases bajas y acomodadas, ocupados y piqueteros, instruidos y analfabetos.
Porque el reparto de miles de planes de vagancia no explica por sí sólo los millones de voluntades que constituyen el piso de votos kirchneristas. Cierto es que el ojo con el que eligen a sus beneficiados es de una precisión comparable a la pinza con la que extirpan las complicaciones pero aún así no alcanza. Soborno cantante y sonante para los que no quieren trabajar; privilegios para el empresariado adicto y sumiso; prebendas para los popes sindicales; viajes y otras vituayas para los legisladores complacientes; impunidad, negocios, nombramientos y cargos para los amigos; cobertura para los jueces comprensivos sazonada con una suerte de escozor es una buena fórmula de acatamiento pero sigue sin alcanzar. Veinticinco por ciento del electorado es mucho. Hay que identificar el otro componente, el que macera y funde los ingredientes pero-kirchneristas descriptos que siempre han dado tan buen resultado para quebrar las dignidades humanas y las miltancias políticas. El otro ingrediente que atraviesa a todos los grupos mencionados y a esa porción de la sociedad que, aún no incluida en la variedad beneficiados que el regimen volantea, simpatiza con él.
Desde esta columna habremos de proponer una hipotesis. Hay una pasión nacional, inmanejable como toda pasión, que nos hace los más antinorteamericanos de América Latina: el resentimiento. El resentimiento nos impide disfrutar del éxito de los demás y nos impulsa a festejar los problemas ajenos con más bríos que sus logros: nos alegran los contratiempos en los que está envuelta la gestión de Mauricio Macri, los conflictos que atraviesa el Grupo Clarín, la crisis del Acuerdo Cívico y Social, la bronca de los periodistas frente a la nueva ley de medios, el manotazo a las cajas de jubilaciones privadas o los papelones del canciller "Twiterman". El resentimiento. Los que festejan los reveses de los banqueros por ricos, la embestida a Clarín por poderosos, el enfrentamiento de Carrió con sus socios por complicada, el revés del periodismo por petulante, el despido de Redrado por rubio, la persecución a los militares por autoritarios o el despojo a las administradoras de los fondos de pensión por envidia, etcétera, etcétera han encontrado en el kirchnerismo un aliado. El les permite como nadie exponer sin prurito una variada paleta de sentimientos bajos tan humanos como deplorables, esos que la civilización intenta moderar con educación en pos de mejorar la calidad de vida del conjunto.
La exhaltación de la mezquindad hace juego con el estilo presidencial, potencia sus peores instintos, lo energiza y acompaña un proceso de deterioro social que cala, a veces sin vuelta.
Creo que el resultado próximo sera distinto,decididamente le resultara imposible llegar al menos al 30%....hoy debe estar claramente debajo del 20% y sin parar la perdida de adhesiones,,además con fuga desde su izquierda y su derecha...su intención de radicalizar el voto no tendra exito...no hay plafond en la argentina para la contienda y refriega...la gente quiere paz,seguridad y trabajo...de ahi que prospere por ej. la candidatura de Ricardo Alfonsin...solo con mostrarse como un muchacho bueno
ResponderBorrarOtra vez..., totalmente de acuerdo con lo que decís María... el kirchnerismo se nutre del resentimiento y del revanchismo retrógrado... pero agregaría, además, la hipocresía. Cuando hablaste del sentimiento "antinorteamericano" de los argentinos (o al menos una gran parte), no pude dejar de pensar en lo verídico de esa afirmación, pero también en lo contradictorio, (y esto es algo que, como estudiante, puedo palpar todos los días en las juventudes de izquierda)... ese odio a los EE.UU,, pero al mismo tiempo, las juntadas en McDonalds, los starbucks llenos, las películas norteamericanas con entradas agotadas... en fin... izquierda de café que le dicen...
ResponderBorrarOoooobvio, Alvaro! Y agregá las Nike, la gorrita (con la visera para atrás)y los jeans, para mencionar algunas de las cosas típicamente americanas q el zurdaje local consume. Es cierto, esta es una sociedad super hipócrita.
ResponderBorrarGracias x visitar el blog!
Ojalá sea como vos suponés Harold, aunq mucho me temo q la cuenta no sea esa.
Dificil encontrar motivos para los ridículos resultados y gobiernos que tenemos. La frase que dice que los pueblos tienen los gobiernos que se merecen suena y suena, pero me resisto. No merezco a esta gente ni asus pateticos aliados, ni a los maleducados ministros, ni a la neurotica (en el mejor de los casos) señora que nos preside. Sin embargo, como decpis los votamos 2 veces. Yo no, pero si los argentinos. Estaremos destinados a la traición y la verguenza? o de una vez por todas pensaremos un poquito mas alla de nuestros resentimientos y de nuestro bolsillo?
ResponderBorrarMaría: Tal como insinuás sin querer decirlo con todas las letras, una importante masa de argentinos (si no la mayoría) son KKs hipócritas y esta gente no hace más actuar como les nace de las vísceras ¡porque lo saben!
ResponderBorrarEs un problema cultural, de ahi lo preocupante. Es la forma de ser del argentino medio. Queremos disfrutar de los beneficios del capitalismo pero sin el esfurzo que ello implica, es decir: nos gusta la plata pero no el laburo. Nos gusta el Estado paternalista, el caudillo protector, el voluntarismo magico. Nos gusta que nos mientan nuestros politicos, etc. Perdon por la generalizacion, se que algunos pocos no pensamos ni vivimos asi.
ResponderBorrarAhhhh...qué pregunta la tuya, Soledad! Para cambiar hay q proponérselo. Las sociedades han vuelto de males peores de modo q imposible no es pero...habrá que querer.
ResponderBorrarClaro q me refiero a la veta hipócrita q cultivamos. El problema es el "permiso" q se transmite desde el poder para serlo. Una lástima q se alimenten esas inclinaciones humanas y no otras q nos harían mejores personas.
Como dice GC, hay una tendencia a la comodidad y los K explotan esos vericuetos para su propio beneficio.
Gracias a todos x reflexionar x estos lares.
Aquí nos encontramos nuevamente con un problema recurrente, no solamente argentino sino universal: La lucha entre la Civilización y la Barbarie.
ResponderBorrarTal vez necesitemos otro Sarmiento...por lo menos, la tecnología estaría a su favor.
Para mi los motivos son variados y complejos. Lo cierto es que la desgastante pelea entre el gobierno y los medios de comunicación (Grupo Clarín y La Nación) le ha jugado a favor a la imagen de los Kirchner ya que se habla cada vez menos de propuestas y proyectos y cada vez más de arrebatos de poder. Como decía Tomas Abraham, el gobierno fue al mercado y compró todo el saldo setentista.
ResponderBorrarLa gente en general tiene poca memoria histórica y se olvida de la luna de miel que tuvo Kirchner con Clarín durante sus primeros años de gobierno, se olvida de los negocios con amigos capitalistas, y termina convencida de que este gobierno, en sus más de 7 años, viene haciendo bien las cosas.
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