
Por estricta prescripción médica debí hacer un obligado receso en mis actividades con la esperanza de aflojar a fuerza de descanso las contracturas que ningún relajante muscular logró suavizar.
“Ahora se me va a encarnar el control remoto de la tele” me dije en el ascensor del consultorio. Estaba decidida a tomar revancha y subsanar el síndrome de abstinencia televisiva que padezco arrancando con “Mañaneras” y pegándole derecho hasta los pastores brasileños. ¡Qué programón para quien suele perderse casi toda la programación diurna! Ya no iba a estar desorientada cuando alguien hiciera referencia a los papelones de Graciela Alfano, el noviazgo de la hija de Palito Ortega con el ex ministro Lousteau o el casamiento entre dos muchachitos.
Cuando llegué a casa el programa ya había empezado. Supuse que iba a dar con uno de esos “magazine” de chimentos que vomitan los detalles más insignificantes de la vida de los demás pero enganché una novela entre cómica y de terror. La protagonista era una conocida actriz cuyo nombre se me escapa haciendo de jueza o algo así y cientos de actores, de reparto seguramente, sentados en un recinto semicircular frente a ella. El público era notablemente hostil. Como transcurría en horario de protección al menor, tapaban los insultos más procaces con cánticos de unos extras envueltos en un traperío que desplegaban a modo de identificación. Obviamente se trataba de un producto nacional y de bajo costo.
“Producción independiente” me dije, esas hechas a puro esfuerzo, con poquísima inversión y muchos amateurs. Esas epopeyas suelen ser un bodrio pero conmueven porque están plagadas de vocación. Ahí no hay segundas intenciones, no hay una moneda, un choripán para nadie, ni siquiera un colectivo que los lleve y traiga como ganado. Tal vez fueran la barra brava de algún club de futbol que les hizo la “gauchada” a los productores. “Seguro que los cientos de extras que aúllan, se envuelven en banderas, tiran papelitos, chiflan, insultan y escupen a los protagonistas ni siquiera cobran cachet. Están ahí por el placer de participar” pensé. Bueno, a decir verdad, la tarea distaba mucho de ser compleja; por el contrario, era evidente que la consigna había sido lucir como unos forajidos, sacar el animal pre-social de adentro y jorobar. Mucho. En esa, estaban para el Oscar.
Muchos de los presentes se adelantaban y de pie frente a la veterana actriz juraban no sé qué cosa. Algunos lo hacían por la patria y otros, además, por Dios. En esa parte se ve que había versión libre porque unos ponían su mano derecha sobre la Biblia, otros las dejaban quietas y juraban sólo de palabra. Un par vociferó sobreactuadas dedicatorias y una actriz en silla de ruedas juró sobre los Santos Evangelios pero colocó sobre ellos su mano izquierda. Raro. En fin, cada uno llamaba la atención dentro de sus posibilidades.
Yo estaba medio perdida con el argumento de la tira; no le encontraba el hilo pero como eso no es extraño en la televisión argentina, esperé y de repente una cerrada silbatina proveniente de los extras que contemplaban la filmación me atrapó. Una señora muy rubia y algo excedida de peso era la destinataria del abucheo. No la reconocí pero por su impertérrita actitud, descarté que se tratara de una novata. Ella también fue hasta adelante y parada al lado de un joven digno de mirarse, extendió su mano derecha y respondió a las palabras que pronunciaba la actriz que hacía de jueza. Los chiflidos la acompañaron en el trayecto de vuelta mientras la cámara enfocaba la cara de un señor de traje cruzado que miraba para arriba, para el costado, cuchicheaba con sus vecinos e intentaba, infructuosamente, disimular la profunda incomodidad que sentía.
Un señor barbado ubicado a su siniestra empezó a hablar acompañando sus palabras con airosos ademanes. El tono de voz y los colores de sus mejillas aumentaban en tándem. Se ve que estaba sentado entre amigos porque los de alrededor eran los únicos que aplaudían sus vituperios. En un momento su discurso se puso difícil de entender; me di cuenta de que mientras despotricaba contra los actores que habían participado unos minutos antes, intentaba deglutir el sapo que le habían servido por primera vez en muchos años y, como venía sin entrenamiento, le estaba costando horrores. Finalmente pasó y la novela pudo continuar; luego de una breve intervención de la protagonista, casi todos los actores levantaron la mano. Tras el “Aprobado” que mandó la veterana actriz con voz firme, un cerrado aplauso se apoderó del estudio y cedió la tensión.
Las cámaras buscaban reflejar las caras de algunos actores pero, como suele pasar en la vida real, no es protagonista quien encabeza los créditos sino quien se come la película. Un actor de impecable corbata celeste y pelo rojizo lucía particularmente desleído. La actriz en silla de ruedas, salvo por su pronunciado escote, no despertó interés alguno. El vecino del barbado hablaba por lo bajo tapándose la boca con la mano para que nadie pudiese leerle los labios aunque es impensable creer que estuviera diciendo inconveniencias pues su personaje representaba un bastión de poder pasado y presente. Esperó un poco, se cercioró de que el barbado no se hubiese atragantado y luego de verlo respirar con normalidad se fue tan discretamente rodeado de hombres de seguridad como había llegado. La rubia abucheada, por el contrario, era permanentemente consultada, explicó a los presentes detalles varios de funcionamiento interno y se quedó hasta el final del capítulo.
En los balcones del estudio había un paisano de cada pueblo. Se ve que la filmación era abierta al público. Los cantores habían aflojado un poco con los estribillos, el bombo y los papelitos, a Dios gracias. En verdad parecían algo decepcionados lo cual fue una bendición porque no hay cosa más incómoda para la civilización que ese tipo de bandas enfervorizadas.
Recién cuando un conocido locutor de un canal de noticias apareció informando la finalización de la sesión preparatoria en el Congreso Nacional que se estaba transmitiendo en vivo, me avivé de que no se trataba de una miniserie. Y lo lamenté porque no era de gran calidad pero, tratándose de ficción, había posibilidad de un final feliz.
Alguien por ahí empezaba a analizar lo sucedido mientras yo me preguntaba cuánto tiempo pasará hasta volver a ver votando juntos a Carrió, Solá, Donda, Pinedo, Macaluse, Caamaño, Solanas y de Narváez. Porque el espanto une, pero cada tanto.
jajaja sos terrible pero muy bueno la verdad uno que los conoce de cerca sabe como son en realidad
ResponderBorrarcariños jose gh
sos una genia
Estimado José GH, me debés estar confundiendo con alguien. Genia, si; terrible, jamás...!!!
ResponderBorrarGracias x leer el blog y x tus comentarios.
Es así, cuanto más conozco a ESOS hombre, más quiero a mi perro...