La anunciada partida de Alberto Fernández que se acaba de concretar no es, por sí sola, una buena noticia. Casi podría significar todo lo contrario si es el resultado del cisma interno que padece el partido gobernante tras la batalla entre dos sectores claramente enfrentados. La salida de Fernández estaría marcando que ganó una de las facciones; claramente, la más dañina para la institucionalidad.
El lote de funcionarios que mira los cambios desde adentro del gabinete es el auténtico fogonero de la crispación que ha sido el signo predominante, si no el único, de los últimos cuatro meses de gestión oficial. Paradojas de la obcecación.
Mientras Julio De Vido siga siendo la pieza clave del poder kirchnerista nada podrá solucionarse ni se aplicará ninguna herramienta de conducción política que prometa atemperar los ánimos. El conflicto continuará reinando como forma y fondo de la administración del estado. Lamentable y preocupante.
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