¿Alguien supone que la genética peronista, en esencia, muta según el bando o la banda que sus hombres circunstancialmente integran? Después de sobrados ejemplos de coherencia, amoral y perversa pero coherencia al fin ¿podría alguno de ellos actuar diferente a lo que han sido desde los albores de su participación en la vida política nacional?
A ver si lo entendemos y lo aceptamos: los peronistas son peronistas, estén momentánea, estratégica o coyunturalmente donde estén y el error más costoso que puede cometer la sociedad es olvidar esto que, lejos de ser un detalle, es el meollo, la explicación misma del peronismo y de nuestros sucesivos fracasos. Cualquier cosa se les puede reprochar menos esconder su propia esencia y por eso cualquier cosa pueden las sucesivas oposiciones aducir sobre ellos menos desconocer sus tics pues nunca han intentado disimularlos. Los peronistas nacieron simpatizando con los fascismos europeos; continuaron haciendo gala de una fuerte debilidad por los dictadores latinoamericanos de Stroessner a Castro, de Torrijos a Chávez por mencionar algunos. Intervienen sin pudor la economía, la política o las instituciones según la necesidad. Aman el poder tanto como el dinero y los persiguen sin límites porque para ambos, tienen planes bien concretos. La pobreza no es un problema sino una herramienta porque, en realidad, todo se transforma en herramienta a la hora de ir tras cualquiera de sus dos debilidades.
Que esta descripción, objetiva y desapasionada, sirva para la reflexión ya que, si bien no se habla de ningún dirigente peronista en particular, las características enunciadas les cabe a cualquiera de ellos. Hay de todo en el análisis de la sangre peronista menos escrúpulos. Porque Perón amenazó con que “por cada uno de nosotros caerán cinco de los de ellos” y lo cumplió. Las promesas de los que lo sucedieron no corrieron la misma suerte: Menem le dijo a la sociedad “No los voy a defraudar”; Duhalde, que “quien depositó dólares, recibirá dólares” y Scioli que seguiría en política “en el lugar que Menem me indique”. Kirchner por su parte y desde la ciudad que le quita el sueño a la Primera Dama, nos anotició que “todos somos hijos de las Madres de Plaza de Mayo” esas, que desde un extraño instinto maternal, festejaron la muerte de miles de personas cuando el ataque a las Torres Gemelas. Escrúpulos; sin darwinismos, son el eslabón perdido que entroncaría al peronismo con la política.
Entonces, frente a las próximas elecciones de una gravedad institucional percibida por demasiado pocos, sepan los argentinos que, tanto el peronismo frontal como el agazapado y diluido en otras fuerzas, en el fondo, están juntos. Se protegen, se apañan, se disculpan como lo han hecho siempre. Sus enfrentamientos no son más que un subibaja de grupos internos en una permanente devolución de atenciones donde funciona invariablemente el “Hoy por ti, mañana por mí”.
Razonemos juntos. Hay tres peronismos cuyas diferencias están en el “packaging”, únicamente en el packaging. El menemismo confluye en el “potrerismo”. El “Frente para la Victoria” es el peronismo en el poder con lo que eso significa: pragmatismo a granel más el apoyo oportunista de los grupos empresarios y el sindicalismo. Y también está Eduardo Duhalde, el tercer vértice del triángulo peronista. La pregunta es en cuál de los tres ancla el peronismo macrista y para responder esta cuestión no hace falta más que buena memoria, la gran carencia argentina.
A pesar de la intención kirchnerista de enredarlo con los ´90, cierto es que Mauricio Macri siempre simpatizó con Duhalde, por eso no sorprende la prescindencia del ex presidente para con el potrerismo ni el apoyo de “Chiche” a Francisco de Narváez, ni la prescindencia de de Narváez respecto del candidato presidencial y su inocultable reparo frente a Ricardo López Murphy, personaje intachable si los hay. En la disputa interna, de Narváez es a Kirchner lo que Aldo Rico fue a Menem, o sea, el “jocker” de Eduardo Duhalde que divide el voto opositor para ventaja, ¡oh, casualidad! del peronismo en el poder, porque hasta el más inocente observador alcanza a deducir que la dispersión favorece al proyecto K.
Duhalde se ha encargado de crear un personaje. Es el incendiario que dicta cátedra sobre sofocamiento de incendios. El percibe oportunamente las disconformidades latentes y elabora para ellas la opción del “peronismo bueno”. Lo hizo en los ´90 y lo repite ahora. En el conurbano, cuatro por ciento para uno, nueve por ciento para otro, tres para éste, seis para aquel tiene un efecto multiplicador para el que galopa en el caballo del comisario. Por eso, confundir el comisario del conurbano es no entender nada de política y menos de peronismo. Y suponer que ha cambiado el comisario del conurbano es la gran trampa de esta partida. Según parece, la condena al éxito que pesaba sobre la sociedad argentina no era de cumplimiento efectivo. Por ahora, el éxito es para el comisario. A nosotros nos sigue tocando la condena.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario