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jueves, 2 de noviembre de 2017

El post kirchnerismo


La derrota del kirchnerismo en 2015 causó a buena parte de la sociedad argentina un atendible alivio que pronto se transformó en euforia. Habían sido muchos años de desquicio, de maltrato por parte del estado (mayor al habitual) y de deterioro general. El alejamiento de los vándalos era motivo suficiente para el festejo. 

Sin embargo, a diferencia de lo que el PRO había instalado, el recambio en sí mismo no determinó un florecimiento espontáneo e instantáneo. Para cambiar los efectos hay que cambiar los incentivos y, si bien el discurso viró casi de inmediato de manera sustancial, en los hechos había que desmantelar un aparato perverso que ahoga y esquilma. A juzgar por las reacciones, esa parte práctica parece no haberse alterado, o no con la velocidad esperada. El gobierno no introdujo grandes modificaciones a la estructura del estado elefantiásico, no suprimió regulaciones que mantienen atadas muchas transacciones económicas ni propuso reformas profundas en plano alguno. El aparato kirchnerista seguía en pie. El empresariado nacional y el extranjero en particular, que llena de elogios a la nueva administración, tampoco varió demasiado su postura en términos de apuesta al mediano plazo. Para decirlo en criollo, nadie abrió la billetera.

Dos años después, Mauricio Macri fortalece su perfil político tras batir a Cristina Kirchner en las elecciones de medio término, esas que servían de excusa a sus seguidores para explicar por qué se demoraba en arrancar con las reformas de fondo. Ahora ya no quedan motivos para dilatar más las transformaciones.   

Y no se trata solamente del tamaño del estado. El déficit fiscal, la acumulación de deuda externa, la inflación, el crecimiento exponencial de los empleados públicos, la falta de independencia de los poderes y la corrupción son males endémicos de la sociedad argentina que responden a una cultura que es preciso erradicar. Pero también existe un falla en el sistema político que no ha podido sanarse aún tras la debacle peronista y la aparición de este nuevo espacio político llamado PRO. 

La reciente convocatoria cursada a todos los sectores para escuchar un monólogo presidencial en un recinto tan imponente como innombrable, fue más de lo mismo. No se trató, aunque los explicadores se esfuercen por contorsionar las palabras, de un gobierno que finalmente se abre a la discusión de los grandes temas. Fue una administración que convocó a acompañarla, que es muy distinto. El diálogo no es un preferido del macrismo. 

Los argentinos necesitamos aprender a darle más importancia a los hechos que a las palabras porque el inmenso éxito de los sucesivos relatos responde a ese fallido. El PRO dice. Pero es preciso mirar lo que hace. 

Los memoriosos recuerdan la manera poco elegante con la que Mauricio Macri se deshizo de Ricardo López Murphy cuando el macrismo era apenas una intención y Recrear, una estructura política en pie. Con la inestimable colaboración de su flamante senador electo Esteban Bullrich, se quedó con el partido y con sus glóbulos rojos: las miles de fichas de afiliación con las que robusteció su, hasta entonces, humilde armado. 

Con Lopez Murphy fuera de la cancha (los fiscales de entonces recuerdan a Jorge Macri recomendando cortar boleta y descartar la del “bull dog” senador) anduvo tranquilo hasta el surgimiento de Martín Lousteau y de Sergio Massa. Desde dos orígenes distintos, ambos disputan un electorado muy preciso: anti K-no macrista, casualmente el mismo segmento del que se nutre Cambiemos. 

El ex-ministro de economía de Cristina Kirchner le hizo pegar un buen susto cuando su caudal de votos se acercó peligrosamente al de su pollo, Horacio Rodríguez Larreta. Tal fue el impacto que pergeñaron neutralizarlo distinguiéndolo con la, luego supimos, inmerecida confianza de representarnos ante el gobierno norteamericano. 

Más tarde, cuando lo rechazaron para integrar la alianza “Cambiemos” nos enteramos de que era apto para ser nuestra voz frente en el país más importante del planeta pero no para disputar una interna en las filas del oficialismo. En el clima que plantó el kirchnerismo en donde si no sos mi amigo, sos mi enemigo (y que Cambiemos no alteró ni un poquito) Lousteau quedó del otro lado del Jordán. No alcanzó las mieles del bautismo macrista. 

Así devaluado y sumados los buenos oficios de Elisa Carrió destratando verbalmente a quien fuera su candidato en la elección anterior, Lousteau vio mermadas sus posibilidades electorales. 

El otro adversario incómodo es Sergio Massa, del que bastó recordar y recordar su pertenencia al kirchnerismo para descalificarlo. Aunque fuera el que se le paró de manos a la propia Cristina en pleno auge K, allá por 2013 y truncó el sueño reeleccionista de la entonces Presidente. A Massa se le reclamó que criticara a un gobierno que estaba tratando de enderezar los dislates heredados y su independencia indignó a la dirigencia cambista; la misma que se negó a que el massismo se integrara a una alianza amplia como sugería Gerardo Morales. O sea, el macrismo que puso a Massa en la vereda de enfrente se indignaba cuando Massa hablaba, desde la vereda de enfrente. 

La grieta, intacta, mientras tanto hizo el resto fidelizando votos para los dos antagónicos y no dejando espacio a los grises. 

Así llegó la Argentina a las elecciones legislativas de 2017. De un lado, los representantes del peor gobierno de la historia, inmorales, mendaces, corruptos hasta la paranoia y del otro, Cambiemos, una mezcla de macristas sin tradición política, radicales, peronistas menemistas, peronistas ex massistas y hasta un nutrido lote de peronistas ex kirchneristas diseminados entre el gobierno nacional, local y provincial. 

El día después, medio país festeja el retroceso del kirchnerismo cuya pérdida de poder aleja sus posibilidades de volver. La otra mitad está fragmentada y algo desorientada pero es la mitad del país y quien conduce el barco no puede seguir alentando esa dispersión para su particular beneficio. El sistema político argentino cruje porque tiene memoria emotiva de los efectos adversos para la sociedad de la figura de partido dominante (no lo digo yo, lo explica magistralmente Giovanni Sartori). 

Qué quiere el PRO en materia política? Cambiemos se convirtió, en poco tiempo, en una aspiradora. Pero es iluso pensar que la diáspora de los que no son absorbidos va a mantenerse inactiva. Si el plan es “los sanos se vienen con nosotros” van a dejar a la sociedad sin opciones. El post-kirchnerismo tiene que ser más que el anti-kirchnerismo amontonado: Carrió más Cariglino más Ritondo más Angelici más Ocaña más Santili más Suarez Lastra.

“El líder tiene que decirle al público la verdad” recomienda Rudolph Giuliani. Mucho antes, Maquiavelo concluyó que las crisis democráticas tienen dos orígenes: el sectarismo extremo y las desigualdades extremas. “Las demandas de los fanáticos empujan a dividir a la gente en dos bandos enemigos. Quienes creen que así se puede unir la República” dice Maquiavelo, “están muy engañados”.



viernes, 28 de abril de 2017

La villa - barrio




Una de las áreas que le quita el sueño al PRO es la comunicación. Tal vez movidos por eso, los vecinos de la ciudad de Buenos Aires somos ametrallados con mails, encuestas y llamados. “Conocé tu policía”, “Decinos qué opinas de esto”, “Vení a ver aquello”. Respondí afirmativamente a “Queremos saber qué pensás del Proyecto de urbanización de los barrios 31 y 31 bis”. 

Me recibió “Sole”. “Sole ¿qué?” pregunté descubriendo mi pertenencia a una generación en la que las personas teníamos apellido. Tan joven como amable, Sole me comunicó que “Agustín” estaba por llegar. No por nada son muchachos 3.0; “Sole” sabía porque, efectivamente, a los pocos minutos apareció un simpático “Agustín” quien, me vine a enterar, reemplaza a “Facu” al frente de la Comuna 2. 

Pasadas las presentaciones, Agustín nos dijo que la verdadera responsable de explicar el proyecto, Belén, estaba en camino. Y así fue. Sole y otros tres jóvenes observaban el desenvolvimiento de la reunión desde una mesa vecina. Uno sacaba fotos, otro tipeaba en una computadora y los cuatro lucían pendientes de sus respectivos teléfonos celulares. Hasta ahí, todo muy PRO. 

Mi planteo inicial fue “cambiar”, no simplemente las palabras ni maquillar la realidad; les dije algo así como “desde que tengo memoria en Retiro hay una villa de emergencia; hoy, una tremenda villa que me acabo de enterar de que son dos. Si me convocan para hablar de los barrios 31 y 31 bis me predisponen a creer que vamos a ser engañados por la política otra vez. Votamos cambiar y entre los cambios que debemos encarar los argentinos está aceptar la realidad por dura que sea. Si el plan es “Hagamos de la villa un barrio”, cuenten conmigo; mientras arranquen con la demagogia de cambiarle la denominación, empezamos torcido”.

Durante el transcurso de la reunión mencionaron muchas veces a Diego (primero creí que se referían a Santilli pero después descubrí que se trataba del jefe de Belén, Diego Fernández, subsecretario de Integración Social y Urbana de la Ciudad) a quien, veinticuatro horas después, escuché por radio repitiendo el mismo libreto que desarrolló Belén, con los mismos ejemplos y las mismas palabras, haciendo énfasis y callando en los mismos ítems.

A lo largo de las dos horas y media que estuve allí, noté lo “coacheados” que estaban Agustín y Belén: no se engancharon nunca en las críticas y objeciones que se plantearon y jamás perdieron el hilo de lo que fueron a decir. Esperaban con educación que terminaran las interrupciones y retomaban su discurso exactamente donde había quedado. 

Nos contaron del terreno que la ciudad le compró a YPF donde está en marcha la construcción de 1200 viviendas para la gente que en la actualidad se aloja debajo de la autopista que se suma al plan de mejoramiento de las casillas ya construidas; nos contaron que el cambio de la traza de la Autopista Illia viene con la construcción de un edificio que albergará al ministerio de educación de la ciudad más la construcción de centros de salud, escuelas y hasta un polo de generación de trabajo y nos contaron también que la finalización de las obras, cuyo costo ronda los 450 millones de dólares, está calculada para dentro de seis años por lo menos. Por si lo descripto fuera poco, nos contaron que está previsto un parque lineal de 800 metros en el tramo de la actual autopista que deje de servir cuando se construya la nueva. Buenos Aires tendrá su “high line” al mejor estilo de Manhattan con la única diferencia de que, allá, uno baja y se encuentra con el icónico Chelsea Market y acá nuestro “high line” telúrico desembocará en una villa de cada lado. 

Nos contaron sobre la alta tasa de mortalidad infantil que registra la villa por, entre otros motivos, las escaleras de caracol que los padres de los pequeños construyen para alojarse en pisos superiores y también nos transmitieron la preocupación que tiene el gobierno de la ciudad por integrarnos a todos.
Respondieron preguntas, algunas con más detalle que otras; estaban decididos (aunque Agustín nos adelantó que “no queremos convencerlos de nada”) a mostrarnos una villa amable, llena de gente ansiosa por abandonar la ilegalidad en la que viven y empezar a pagar por todo aquello que reciben gratis desde hace años. Evitaron cualquier referencia a índices de criminalidad, robo de autos, secuestros express, droga, indocumentados y la ilegalidad comercial que alberga ese enorme predio, preocupación por completo legítima que transmitimos sus vecinos más próximos. Tampoco hubo mención del millón de dólares que se le pagó, vía contratación directa, a un prestigioso estudio de arquitectura de origen danés para el desarrollo de un plan que incluye el área comercial de la villa 31 y la “urbanización” integral de Retiro-Puerto.

“Los mismos prejuicios que tienen uds respecto de ellos los tienen ellos respecto de Uds” nos aclaró de entrada Belén, claramente ubicada del “bando” de “ellos”. Se le escapó al coach de la joven evitar semejante sincericidio que desnudó el concepto marco del emprendimiento: que “ellos” están ahí por falta de oportunidades, porque la población en general les dio la espalda, porque el interior los expulsó y porque la sociedad es por completo indiferente a sus problemas. Eugenio Zaffaroni no lo hubiese explicado distinto. Sin embargo, la verdad es otra, más amplia y más compleja y contiene datos históricos que resisten la descripción romántica de los jóvenes PRO. La industrialización desordenada que impulsó el peronismo atrajo a la población rural hacia los primeros cordones de la provincia y la ciudad de Buenos Aires, población que más tarde fue utilizada para modificar a su favor los resultados de los comicios, en tanto alteraron el peso histórico de las preferencias políticas de los habitantes de los centros urbanos, naturalmente antiperonistas. 

Entonces, el responsable de esos asentamientos no es la indiferencia del vecino sino el peronismo; en primer término el de los años ´50 y luego el kirchnerismo, alentando el ingreso indiscriminado de población ilegal proveniente de países vecinos, que tomó las villas como enclaves de concentración familiar. Dicho esto y asumido que las villas son otra herencia peronista, la política tiene la obligación de resolver el problema. Mientras tanto, se rechaza la mirada sesgada y errónea que le imprime esta administración. 

La noche había caído sobre Buenos Aires. Consideré que ya sabía suficiente del tema. Sabía más que cuando había llegado: para empezar, ahora sabía que el proyecto no era un proyecto sino un plan en ejecución. Sin embargo, eso no fue lo principal; ni siquiera el endeudamiento con el Banco Mundial al que se someterá por no sabemos cuántos años al vecino de la ciudad de Buenos Aires para llevar adelante la faraónica obra; lo inquietante es el enfoque, profundamente socialista, injusto, desigual y errado del proyecto. 

Por lo general la juventud es inconformista e interpela al poder. En este caso, el poder se las volvió a ingeniar para ser el “dador” de privilegios pagados por una población a la cual, veladamente, acusa de responsable de esa marginalidad; una clase política que se sabe rodear de jóvenes dóciles que acompañan su arbitrariedad, convencidos de estar enderezando una desigualdad a fuerza de más estado mientras ignoran la noción de responsabilidad personal y de esfuerzo individual que le cabe a cada individuo en la construcción de su destino. 

Jóvenes que ignoran el principio de la igualdad ante la ley cuando le otorgan una vivienda a quien usurpó terrenos públicos, casi como un premio, mientras quienes hace décadas trabajan y tampoco han accedido al techo propio son discriminados por la varita mágica del estado distribucionista. Eva Perón inventó aquello de “la necesidad crea derechos”. Esta camada de burócratas lo pone en práctica a favor de sus pobres elegidos en desmedro de otros pobres, los que no se atrevieron a violar la ley. Se sienta, otra vez, un mal precedente en una sociedad repleta de malos precedentes. 

La buena fe de sus ejecutores no compensa los errores que envuelven el emprendimiento. La idea de la sociedad culpable se suma a otra horrible falacia: la convicción de que con las leyes (a las que aludieron repetidamente) y las obras en marcha y futuras habrán de “integrar” a los pobladores de Recoleta y la villa. Así de simple. O de simplista.