De 70 años, entre 1945, fecha en que Juan Domingo Perón asumió la
primera magistratura de la República Argentina y el presente, el peronismo
gobernó 37, esto es más de la mitad del tramo. Su responsabilidad,
entonces, sobre la decadencia actual no requiere de mayores
precisiones.
A las puertas de una elección presidencial y en su rol de principal
rival del oficialismo, la necesidad de diferenciarse de quienes han sumergido a
la Argentina en los niveles actuales alentó a Mauricio Macri a intentar en
los últimos meses un discurso de fuerte contenido antiperonista. Ese
atrevimiento fidelizó a un impreciso número de simpatizantes que coinciden con
su explicación histórica de la postración argentina. Pero resulta ser que la vida no
es una foto y lo que fue, hoy puede no ser. Peronistas versus
antiperonistas es la foto del siglo XX.
Si bien el peronismo es exclusivo responsable de
haber Introducido conductas tan reprochables como inadmisibles
en la vida política nacional, cierto es también que las mismas fueron
notablemente contagiosas, al punto de que, en la actualidad, la corrupción no
reconoce color partidario, salvo escasísimas excepciones. El hacer y dejar
hacer se ha transformado en una modalidad de las clases dirigentes
argentinas que, entre guiños y acuerdos, se entienden a las mil maravillas,
por lo general, en desmedro del conjunto. En la Argentina, los beneficios de
ejercer el poder en cualquiera de sus estamentos son tales que los que
llegan conforman un formato muy parecido a la omertá. O tal vez al revés,
no suele llegar quien no está dispuesto a hacer o a permitir que se haga.
Ese modelo de captación salvaje del estado para beneficio de unos
pocos (lo que en el derecho penal
configura el delito de asociación ilícita) está agotado y hay quienes lo
reconocen, aún entre los privilegiados miembros de las dirigencias política y
empresarial. Ahora falta comprobar quién está dispuesto a cambiarlo. Porque no
se trata de un mero reemplazo de autoridades sino de un cambio de
paradigma.
Así las cosas, si la confrontación peronismo-antiperonismo fue válida
en el siglo pasado, en éste ha dejado de serlo. Primero porque
el antiperonismo no es garantía de nada especial ni tiene patente de
superioridad moral y luego porque el peronismo ha traspasado el
tejido social de manera transversal y hoy sobrevive en todos partidos
políticos sin excepción.
Plantear la próxima opción presidencial a partir de este antagonismo es
poner a la población ante una disyuntiva sin salida pero, además, falaz. Porque
hay peronistas en el Frente para la Victoria, pero también los hay en las filas
de la coalición de Mauricio Macri con los radicales. Sin profundizar siquiera,
el jefe de gobierno electo para el próximo mandato (quien fuera mano derecha de
Macri) y uno de los dos senadores del PRO por la capital federal son de
extracción peronista.
La ley electoral argentina prevé
un sistema original que se aparta del mundialmente consagrado 50% más uno.
Pícaramente cincelada a medida del peronismo, la nuestra dice que el candidato
que obtenga el 40% de los votos y una diferencia mayor a diez puntos
porcentuales sobre la fórmula que le sigue en número de votos, resulta electo.
Scioli está a menos de dos puntos de ese porcentaje: lo votó el 38,4% de los
argentinos. El que le sigue es Mauricio Macri, con el 24,3.
La apuesta de Daniel Scioli, su
competidor y garante de la continuidad de las políticas y las personas fieles a
Cristina Kirchner, es audaz pero no imposible. En las recientes elecciones
primarias fue el candidato más votado. Ambos deben salir a buscar más votos de
los obtenidos el pasado domingo: Scioli, para llegar por lo menos al 40%. Esa
posibilidad que pone al Frente para la Victoria ganando en primera vuelta le exige
a Macri hacer todos los esfuerzos posibles para impedirlo.
Ahora bien. Un rápido recorrido
de los demás candidatos donde deberán abrevar los dos principales contendientes
arroja el siguiente escenario: el peronismo no kirchnerrista con distintas
etiquetas obtuvo el 22,7% del total de
votos en las personas de Sergio Massa (14,2), José Manuel de la Sota (6,4) y
Adolfo Rodríguez Saa (2,1). El radicalismo, aliado de Macri, el 5,8.
Esta cuenta básica desmorona el
ideal purista del PRO. Despreciar el aporte de ese casi 23% es suicida. Si
Mauricio Macri pretende representar al 61,6% de los argentinos que no votó a
Daniel Scioli y sueña con el final del kirchnerismo, la coalición electoral
amplia se impone.
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