Los católicos argentinos tenemos la
amarga sensación de que el Santo Padre es, antes que Papa, peronista. En su
juventud, Jorge Bergoglio engrosó las filas de la mítica organización “Guardia
de Hierro” inspirada, aunque se intente negar, en “Garda de Fier”, un
movimiento fascista y ultranacionalista rumano de principios del Siglo XX que
sobrevivió hasta la Segunda Guerra Mundial. La militancia política crea
vínculos que el tiempo no desata y eso nos pasa a todos los que algún día nos
reunimos alrededor de una causa.
Claro que, tratándose del
peronismo, la evolución es compleja y sinuosa. Para el general Perón “Primero está
la patria, luego el movimiento y por último los hombres”. Francisco desde el
papado no estaría sino siendo fiel a esa doctrina política.
“La patria” es una entelequia que
el peronismo utilizó y utiliza de escudo para descolocar a sus adversarios. En su
nombre se ha permitido avasallar al individuo imponiendo un modelo de sociedad
colectivista y demagógica a la que le hizo creer que el todo es más que la suma
de las partes. Así, se instaló que el bien de la comunidad no se construye con
el bienestar individual sino vaya a saber con qué otro misterioso ingrediente que
provee, obviamente, “el movimiento”, ese otro ente no corpóreo con vida propia
que sabe mejor que cada uno de nosotros lo que nos conviene.
Así razonada la realidad, suena
casi lógico que “la patria” y “el movimiento” estén antes que “el hombre” a
secas. Se trata de un planteo filosóficamente perverso y políticamente peligroso,
que se transforma en la puerta de acceso al autoritarismo puro y duro.
En esa frase quizá esté condensado
el espíritu corporativo del peronismo, sin eufemismos; el fascismo genético que
implica desprecio por el individuo con la consecuente indiferencia por los
derechos individuales y el rechazo consciente por las instituciones como garantía
de una organización social sólida. El peronismo cree tanto en el Estado protector
que rechaza cualquier construcción que modere el poder del estado y, por tanto,
es adversario explícito de las instituciones creadas para limitarlo.
El peronismo es la versión moderna
de “El Estado soy yo”. Aggiornado al siglo XX y con el latiguillo de “la patria”
viene arrasando con las libertades y los derechos individuales en connivencia
con otras corporaciones históricamente poderosas. La pata militar y el sindicalismo
significaron piezas claves a la hora de edificar el poder omnímodo al que
apuntó Perón desde su participación en los golpes del ´30 y del ’43. Ambos elementos,
altamente corporativos, fueron valiosas plataformas que Perón supo poner a disposición
de su propia causa.
Vaya un párrafo aparte para la actuación
de la Iglesia Católica por aquellos años y, si queremos dejar de engañarnos también
con la historia, es necesario reconocer que Perón, aún con su simpatía por los
nazis o hasta por ella, fue respaldado inicialmente por el nacionalismo
católico que engrosaba las filas de nuestro ejército. La fuerza de los acontecimientos
posteriores enfrentó a Perón con la jerarquía eclesiástica y la buena
convivencia entre ellos ardió junto con las iglesias que la militancia peronista
profanó.
El punto de coincidencia entre el
peronismo y la iglesia son los pobres. Para ambos la población sin recursos, en
crecimiento gracias a las políticas populistas implementadas desde mitad del
siglo pasado a la fecha, se ha transformado en destinataria de sus desvelos. La
diferencia entre ambos es que la iglesia católica no inventa pobres ni los
multiplica.
La repentina devoción por Francisco
excede a Cristina Kirchner. En el mundo se ha despertado una ola de simpatías
comparable con la que produjo en su momento Barak Obama. Es interesante el
ejercicio intelectual de averiguar el por qué.
¿Qué los hace tan populares? Nos quedaríamos
con una explicación muy pobre de atribuirlo
a que uno es negro y el otro sudamericano. El mundo les sonríe a dos populistas
porque el mundo se ha vuelto populista.
Cuando personajes encolumnados con
el terrorismo de los ´70, en su mayoría agnósticos, se emocionan con los dichos
del Papa Francisco no lo hacen porque comparten su nacionalidad sino por la carga
ideológica de sus dichos. No escuchan al Papa argentino; los conmueve el Papa
peronista.
El Papa peronista, mientras tanto, se
involucra en la interna de su partido. Sus allegados repiten que colabora para
que el fin del mandato llegue sin tropiezos. ¿Sabe acaso el Papa algo que
nosotros desconocemos? ¿Hay peligros latentes que debieran preocuparnos? Quienes
dicen interpretarlo sostienen que no se volvió repentinamente “K” sino que en
aras de la armonía recibió a Cristina Fernández en tres oportunidades, sabiendo
el significado político de tamaña deferencia y aunque le consta que sus
opiniones nunca fueron valoradas por ella ni su marido, a juzgar por los
reiterados desprecios que recibió del matrimonio durante una década. Y por esa
misma razón recibe también a popes y menos popes del partido peronista, su
partido. Y por la paz social está en vísperas de encarar una reunión con el
ministro Tomada (que será recibido en calidad de tal) junto a algunos
sindicalistas. Ante esa suerte de conciliación se hace difícil suponer que se
trate de un encuentro de corte religioso. De Scioli a Ishii, los que quisieron
posaron junto a Su Santidad. Hasta acá, todo se enmarcaría en su búsqueda del
consenso y el traspaso no traumático. Sin embargo, en esa tarea casi ecuménica evita, con premeditación,
a Sergio Massa y según se puede colegir del entorno papal, todas las señales indicarían que el candidato a presidente por el Frente Renovador deberá
hacer su campaña sin esa foto ni ese respaldo político.
A esta altura de la evidencia
recabada podría decirse sin exagerar que Francisco, entonces, está operando la
interna del PJ. A full. Si bien nadie está en condiciones de cuestionar al
Papa, cualquiera puede opinar del militante peronista. Y a los católicos argentinos
nos está empezando a doler tanto compromiso terrenal en inclinar la balanza en
favor de una porción de nuestra realidad nacional, deslegitimada por la enorme
mayoría de los argentinos. Aunque la opinión de esos millones esté, para el peronismo, detrás
de “la patria” y “el movimiento”.