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jueves, 27 de marzo de 2014

El Papa peronista




Los católicos argentinos tenemos la amarga sensación de que el Santo Padre es, antes que Papa, peronista. En su juventud, Jorge Bergoglio engrosó las filas de la mítica organización “Guardia de Hierro” inspirada, aunque se intente negar, en “Garda de Fier”, un movimiento fascista y ultranacionalista rumano de principios del Siglo XX que sobrevivió hasta la Segunda Guerra Mundial. La militancia política crea vínculos que el tiempo no desata y eso nos pasa a todos los que algún día nos reunimos alrededor de una causa.

Claro que, tratándose del peronismo, la evolución es compleja y sinuosa. Para el general Perón “Primero está la patria, luego el movimiento y por último los hombres”. Francisco desde el papado no estaría sino siendo fiel a esa doctrina política.

“La patria” es una entelequia que el peronismo utilizó y utiliza de escudo para descolocar a sus adversarios. En su nombre se ha permitido avasallar al individuo imponiendo un modelo de sociedad colectivista y demagógica a la que le hizo creer que el todo es más que la suma de las partes. Así, se instaló que el bien de la comunidad no se construye con el bienestar individual sino vaya a saber con qué otro misterioso ingrediente que provee, obviamente, “el movimiento”, ese otro ente no corpóreo con vida propia que sabe mejor que cada uno de nosotros lo que nos conviene.  

Así razonada la realidad, suena casi lógico que “la patria” y “el movimiento” estén antes que “el hombre” a secas. Se trata de un planteo filosóficamente perverso y políticamente peligroso, que se transforma en la puerta de acceso al autoritarismo puro y duro.

En esa frase quizá esté condensado el espíritu corporativo del peronismo, sin eufemismos; el fascismo genético que implica desprecio por el individuo con la consecuente indiferencia por los derechos individuales y el rechazo consciente por las instituciones como garantía de una organización social sólida. El peronismo cree tanto en el Estado protector que rechaza cualquier construcción que modere el poder del estado y, por tanto, es adversario explícito de las instituciones creadas para limitarlo.

El peronismo es la versión moderna de “El Estado soy yo”. Aggiornado al siglo XX y con el latiguillo de “la patria” viene arrasando con las libertades y los derechos individuales en connivencia con otras corporaciones históricamente poderosas. La pata militar y el sindicalismo significaron piezas claves a la hora de edificar el poder omnímodo al que apuntó Perón desde su participación en los golpes del ´30 y del ’43. Ambos elementos, altamente corporativos, fueron valiosas plataformas que Perón supo poner a disposición de su propia causa.  

Vaya un párrafo aparte para la actuación de la Iglesia Católica por aquellos años y, si queremos dejar de engañarnos también con la historia, es necesario reconocer que Perón, aún con su simpatía por los nazis o hasta por ella, fue respaldado inicialmente por el nacionalismo católico que engrosaba las filas de nuestro ejército. La fuerza de los acontecimientos posteriores enfrentó a Perón con la jerarquía eclesiástica y la buena convivencia entre ellos ardió junto con las iglesias que la militancia peronista profanó.

El punto de coincidencia entre el peronismo y la iglesia son los pobres. Para ambos la población sin recursos, en crecimiento gracias a las políticas populistas implementadas desde mitad del siglo pasado a la fecha, se ha transformado en destinataria de sus desvelos. La diferencia entre ambos es que la iglesia católica no inventa pobres ni los multiplica.

La repentina devoción por Francisco excede a Cristina Kirchner. En el mundo se ha despertado una ola de simpatías comparable con la que produjo en su momento Barak Obama. Es interesante el ejercicio intelectual de averiguar el por qué.

¿Qué los hace tan populares? Nos quedaríamos con una explicación muy pobre de  atribuirlo a que uno es negro y el otro sudamericano. El mundo les sonríe a dos populistas porque el mundo se ha vuelto populista.
Cuando personajes encolumnados con el terrorismo de los ´70, en su mayoría agnósticos, se emocionan con los dichos del Papa Francisco no lo hacen porque comparten su nacionalidad sino por la carga ideológica de sus dichos. No escuchan al Papa argentino; los conmueve el Papa peronista.

El Papa peronista, mientras tanto, se involucra en la interna de su partido. Sus allegados repiten que colabora para que el fin del mandato llegue sin tropiezos. ¿Sabe acaso el Papa algo que nosotros desconocemos? ¿Hay peligros latentes que debieran preocuparnos? Quienes dicen interpretarlo sostienen que no se volvió repentinamente “K” sino que en aras de la armonía recibió a Cristina Fernández en tres oportunidades, sabiendo el significado político de tamaña deferencia y aunque le consta que sus opiniones nunca fueron valoradas por ella ni su marido, a juzgar por los reiterados desprecios que recibió del matrimonio durante una década. Y por esa misma razón recibe también a popes y menos popes del partido peronista, su partido. Y por la paz social está en vísperas de encarar una reunión con el ministro Tomada (que será recibido en calidad de tal) junto a algunos sindicalistas. Ante esa suerte de conciliación se hace difícil suponer que se trate de un encuentro de corte religioso. De Scioli a Ishii, los que quisieron posaron junto a Su Santidad. Hasta acá, todo se enmarcaría en su búsqueda del consenso y el traspaso no traumático. Sin embargo, en esa tarea casi ecuménica evita, con premeditación, a Sergio Massa y según se puede colegir del entorno papal, todas las señales indicarían que el candidato a presidente por el Frente Renovador deberá hacer su campaña sin esa foto ni ese respaldo político.


A esta altura de la evidencia recabada podría decirse sin exagerar que Francisco, entonces, está operando la interna del PJ. A full. Si bien nadie está en condiciones de cuestionar al Papa, cualquiera puede opinar del militante peronista. Y a los católicos argentinos nos está empezando a doler tanto compromiso terrenal en inclinar la balanza en favor de una porción de nuestra realidad nacional, deslegitimada por la enorme mayoría de los argentinos. Aunque la opinión de esos millones esté, para el peronismo, detrás de “la patria” y “el movimiento”.

viernes, 7 de marzo de 2014

Leer lejos de las comidas

Dres. Zaffaroni, Arslanián, Pinedo y Gil Lavedra entregando a CFK el proyecto de Código Penal. De pie, Dr Zannini

Alguien tiene que cargar con la ingrata tarea de decir lo que la gente no quiere escuchar. Y, si se trata de una sociedad adolescente y malcriada a fuerza de gobiernos populistas que durante décadas le endulzaron el oído con falacias, tanto peor. Los políticos en la Argentina saben muy poco; de hecho vienen cada vez más iletrados pero aterrizan en la lucha por el poder con un experto en marketing político bajo el brazo que les susurra cómo ganar elecciones.

Eso lo copiaron del primer mundo. Como suele ocurrir, toman la receta incompleta. La preparación personal previa y los equipos de consulta que se necesitan para el después, quedan en el tintero. Así, como Dios los trajo al mundo en materia de proyecto, encaran gestiones para una sociedad que viene escuchando desde hace setenta años del peronismo y sucedáneos “Vos no tenés la culpa de nada. El país se hizo pelota solo. El responsable de la decadencia es otro”.

Contenta y satisfecha la ciudadanía, exultante cada domingo de votación creyendo que la magia de la urna resuelve por sí misma los problemas, se volvió experta en silbar cuando aquellos a los que elige resultan torpes, indecentes, ladrones, corruptos y/o incapaces. No conformes con su propia performance en materia electiva, cuando los mismos que fracasaron y/o los defraudaron cambian de partido, los siguen para volverlos a votar en la hipócrita creencia de que el envase modifica el contenido.

En este sentido, hay casos emblemáticos que ilustran la conducta esquizoide del votante medio. Allá por 2008, miles de personas marcharon indignadas por la avenida del Libertador de la capital para manifestar su rechazo a la famosa “Resolución 125”, entendida como un avance desmedido del estado sobre el sector agropecuario. En 2013, quien fuera el inspirador de aquella salvajada, el entonces ministro de Economía Martín Lousteau, fue masivamente votado por millones de porteños para representarlos en el Congreso Nacional.  

No es el único caso. Para hacer honor a la verdad, los inventores del salto en garrocha en términos políticos fueron los peronistas. Allá por los ´90 hizo punta Patricia Bullrich. Si bien obtuvo una ininterrumpida beca dentro de la estructura del estado, su trascendencia política ha sido siempre escasa; por suerte. La catarata vino después. Pero el punto digno de reflexión no son los caraduras que buscan sobrevivir en el mar de chantas en que se ha transformado la política toda, sino la reacción del público.

Es asombroso constatar los halagos que arrancan una sarta de individuos que hemos visto recorrer el espinel del peronismo en todas sus variedades, con lo que eso implica: menemistas con Menem, duhaldistas con Duhalde, sciolistas con Scioli y kirchneristas con los Kirchner; son figuras que han desfilado por los permeables medios de comunicación locales explicando cómo se sale de las crisis que ellos mismos provocan.

La izquierda argentina, cuya representación crece por falta de opciones válidas más que por una legítima coincidencia ideológica del electorado, ha sido históricamente estatista y autoritaria y, por ende, simpatizante de las dictaduras de izquierda. No engañan a nadie hoy cuando se identifican con Maduro porque lo hicieron aún antes de las elecciones. Ni cabe tampoco indignarse con su apoyo a cualquier estatización. Son izquierdas con banderas de izquierda. No usan careta para promover políticas aberrantes y perimidas.

Para una mente razonablemente crítica, tampoco es opinable el papel demoledor que ha jugado el peronismo desde que alumbró en la escena nacional. Porque es una fuerza que sabe y mucho de persecución política y de arbitrariedad, de desprecio por la ley y de corrupción y ni siquiera se ha tomado la molestia de disimular. La ostentación del delito es un tic netamente peronista.

Entonces, aplaudir a quien critica a Aníbal Fernández es tan útil como vibrar de emoción con los juicios anti kirchneristas de Julio Bárbaro o de Jorge Yoma. O de Marcos Aguinis, que con una mano empuña la pluma con la que fustiga al sistema por inmoral y con la otra cobra una jubilación de privilegio, precisamente una de las baratijas más vergonzosas de ese sistema y reflejo de la connivencia transversal de la clase dirigente argentina.

Pero cuando Federico Pinedo dice que Guillermo Moreno “se hace el malo pero es un tipo simpático”, se abstiene de denunciar el empujón a la justicia que promovía el ministro Alak por ser “su amigo personal” o colabora con el oficialismo en el intento de destrozar el Código Penal vigente ¿en qué se diferencia de Luis D´Elía destilando veneno contra la “puta oligarquía”? ¿No espera el pueblo que esa oposición que se vende como distinta sea un dique de contención frente al “puto populismo”?

¿Sirve de algo que Sanz y Stolbizer compitan a ver quién dice más calificativos agraviantes contra los K en público y luego voten la “profundización del modelo” acompañando los adefesios kirchneristas en el Congreso? ¿Suma el civilista-penalista Ricardo Gil Lavedra hablando mal del gobierno frente a las cámaras y trenzando con sus esbirros en las comisiones demoledoras de nuestros códigos?

¿Vale un cospel que cualquiera de ellos acompañe a la ciudadanía en las marchas de protesta callejeras cuando son brazos incondicionales de esa corporación política que apila privilegios? En el fondo ¿no se siente uno un poco tonto defendiéndolos?  

No me mate, amable lector. No mate al mensajero por el mensaje. Yo no los inventé. Ni siquiera colaboré en sentarlos en las bancas que ocupan. Como mucho puede acusarme de mal gusto por describirlos.