Sostener que el país está partido en dos no luce como una novedad. Cierto es que los K han explotado esa veta pero la circunstancia no es nueva en la Argentina. Del rosismo para acá siempre hubo en la política nacional dos grupos enfrentados. La originalidad la aporta el peronismo, que logra subdividir la división.
Históricamente siempre fuimos dos
bandos; rosistas o republicanos, unitarios o federales, azules o colorados,
peronistas o antiperonistas. Ellos vinieron a profundizar los enfrentamientos y
lo lograron: ahora entre ellos mismos hay sub-especies. Está el kirchnerismo,
el cristinismo, el menemismo, el sciolismo, el massismo, el delasotismo, el
denarvaísmo y el duhaldismo entre las variedades principales. La cepa que
enferma a la sociedad desde hace 70 años es la misma pero el virus se renueva y
muta. Uno tiene más montoneros, el otro una pizca menos de estatismo, otro
alguna dosis más de libertad y otro, más autoritarismo y arbitraiedad. Pero
populismo, corrupción y escaso respeto por las instituciones le son
comunes a toda la paleta.
Porque lo estamos padeciendo, el
kirchnerismo pareciera ser el peor de la clase. Pero eso sí que es una
sensación, porque en verdad es el más parecido al régimen que le dio origen.
Las medidas de controles y “persecutas” fueron moneda corriente en la
administración de Juan Domingo Perón.
El peronismo sigue por estos días
fracturando la sociedad mientras la entretiene con debates menores. Es una
máquina de producir humo porque, frente a los graves problemas de falta de
energía, inflación, caída galopante de reservas, inseguridad, lavado de dinero
y anomia general, inventa distracciones para seguir marcando el ritmo y la
dirección del debate. Es fácil manipular a la opinión pública porque el
kirchnerismo, etapa inferior del peronismo (“inferior” por berreta, no por
menos mala), recibe una sociedad inculta y escasamente reflexiva. Es que a
pensar también se aprende y cuando la enseñanza viene empobreciéndose durante
décadas, el resultado es el actual.
En las pruebas PISA la Argentina ocupa
el puesto 61 entre 67 países en comprensión de textos. Esto quiere decir que el
que lee no entiende lo que lee. En ese estado de cosas, ¿alguien puede creer
que los millones de “ni – ni” más los millones que no entienden lo que leen más
los millones que ni siquiera leen pueden estar desvelados por el adefesio de
reforma al Código Civil? En verdad, ¿alguien supone que cualquiera de esos
segmentos sabe de la mera existencia del Código? Quien no puede captar la
esencia de un texto sencillo ¿estará capacitado para entender que la libertad
está en juego en cada medida gubernamental? Porque más allá de los cortes de
luz por escasez de energía; la suba de precios por efectos de mecanismos
monetarios aberrantes o la proliferación de la delincuencia de todo calibre, lo
que está en juego hoy es la libertad.
Cuando la Corte Suprema de
Justicia determinó que la pauta oficial debía repartirse entre los medios de
comunicación de manera “equitativa”, hasta el diario “La Nación” editorializó
loas sobre ese fallo y no hubo ni una tímida voz ya no para oponerse, sino tan
luego para preguntarse sobre la legitimidad de la existencia de pauta oficial.
Es lógico que la dirigencia no
“levante la perdiz” sobre tamaño presupuesto. Los políticos saben que los
ciclos, ciclos son y que si bien hoy le toca disponer y repartir al
kirchnerismo, mañana le tocará a otro. Con el mismo criterio los medios y
comunicadores callan. Pero el público, el que paga impuestos que luego van a
engrosar los bolsillos de medios y periodistas, también festejó tamaña
arbitrariedad.
Nadie se paró y dijo: “lo único
que hay que legislar sobre la pauta oficial es que desaparezca”. Y lo
preocupante no es que la gente calló sino que ni siquiera se le ocurrió pensar
que no es competencia del estado utilizar su dinero para “sponsorear” programas
de radio y tv. Este es un claro ejemplo del lavado de cerebro que padecemos los
argentinos
¿Cuál sería el principio a
aplicar para ser ecuánimes en la distribución de esos dineros? ¿El rating? ¿El
valor periodístico? ¿La trayectoria? Y la otra cuestión es la legitimidad del
gasto. ¿Es legítimo que el estado disponga de parte de nuestros impuestos para “avisar”
en los medios de prensa? ¿Con qué objeto? Porque es lógico que lo hagan las
marcas comerciales para aumentar las ventas de un detergente pero ¿un estado y
con dinero de los contribuyentes?
Cuando se planteó el debate
alrededor de la exención al impuesto a las ganancias de la que disfrutan los
magistrados judiciales, casi todos los opinólogos sostuvieron airosos que era
“justo que pagaran como todo el mundo”. Y de vuelta, a nadie se le ocurrió
cuestionar por qué diablos tenemos que cargar con ese impuesto que se inventó
hace poco menos de un siglo y, como es usual, con carácter de extraordinario para
resolver una urgencia pasajera.
La gente se indigna con el nuevo
impuesto al turismo pero por el motivo equivocado. Lamentan el encarecimiento
de sus viajes porque el shopping en el exterior ya no será tan ventajoso pero
no reconocen en la medida el avance del estado sobre su capacidad de elegir,
del mismo modo que pasa con el recargo sobre los autos. Distinguen con claridad
la mano sobre sus bolsillos pero no sobre sus derechos individuales.
Y con esa misma dificultad
tropiezan para advertir que debajo del sombrero peronista hay siempre lo mismo.
Llegados hasta acá, confiar en sus matices se pasa de ingenuidad. Sepamos que
Sergio Massa aventó la sombra de la “re-re”, que no es poca cosa, pero que sus
diferencias son más de forma que de fondo.
La barbarie de Córdoba se mudó a
la puerta del Rectorado de la UBA ante una sociedad impávida que sólo atina a repetir
“qué horror, qué horror!”. Es violencia versus ley. Mientras seguimos
retrocediendo se impone la primera, una manera muy peronista de dirimir su
interna.