Una tensa amabilidad es el común
denominador en el trato, amabilidad tan amistosa como forzada. Todos
nombran a la presidente. Es una suerte de referencia turística: “cerca del
hotel de la presidente, lejos de la casa de la presidente, el otro hotel de la
presidente, el que le adjudican pero que no es de la presidente, los custodios
de la presidente, la hostería de la presidente”.
Nadie la critica. En principio.
Sobra cautela en los lugareños y las ganas de dar su opinión compite con el
temor reverencial a la dueña del pueblo. "Este desarrollo tiene 10
años" repiten como una plegaria. "La ruta al glaciar era de ripio
hasta que Néstor se ocupó de pavimentar". "El intendente también está
con el proyecto nacional y popular". Los Kirchner son omnipresentes aunque
la preferencia por el ex presidente es decidida y explícita. "El iba al
centro y saludaba a los viejitos de a uno" dicen con nostalgia quienes lo
conocieron.
Esa es, en esencia, la
superficie. Cuando preguntamos por las tierras fiscales, uno solo contestó
"los periodistas mienten"; para el resto fue la apertura del grifo.
Coincidieron en que "ellos" las administran y reparten a
"piacere". La versión del taxista K difiere; él explicaba que
"cualquiera va al municipio, pide tierras y le dan, con la única condición
de ser residente de Calafate". Cuando le puntualicé que la señora no lo
es, se erizó y en aras de la información preferí obviar el detalle y continuar
la charla. Ni qué mencionarle el precio vil con que fueron adquiridas las
grandes extensiones de la familia presidencial.
El resto admitió que el reparto
es arbitrario y que los "amigos" suelen tener más suerte que los
demás. Lo cierto es que la única manera de recibir tamaña bicoca en Calafate es
residir allá por cinco años, ponerse en la fila, extender la mano y esperar el
gesto bondadoso del señor feudal.
La gente milita en el Frente para
la Victoria. Muchos van a los actos que se organizan en Calafate y aún en Río
Gallegos pero hay "pica" con "La Cámpora". La militancia
sureña no digiere la forma en que los integrantes del movimiento nac&pop
ingresan a la política. "En Gallegos les copamos los actos" dicen con
orgullo. Se nos hizo difícil entender la diferencia entre unos y otros pero
ellos la ven clarísima: "nosotros somos FPV" dicen dando a entender
que los otros son el subgrupo del subgrupo. Como auténticas Matryoshkas,
el PJ sería la muñeca grandota que contiene al kirchnerismo, que contiene a La
Cámpora.
Ese submundo político convive con
el aluvión de turistas extranjeros y nacionales que inundan la zona. Se escucha
una simpática mezcla de idiomas y eso barniza el pueblito de un agradable aire
de informalidad manifiesta.
Las maravillas del paisaje son
una garantía de satisfacción aunque los precios son escandalosamente elevados y
el dólar corre casi como moneda de curso legal. Las ventajas de la SUBE no
alcanzan esos lares y cualquier viajecito en taxi de algunas cuadras puede
costar unos 50 argentinos.
El turismo latinoamericano no
tiene nada que envidiar en número al europeo. Me interesó, por razones obvias,
conversar con venezolanos. En un principio lucen un inquietante parecido con
los lugareños del Calafate en tanto les cuesta comentar su verdadero sentir
respecto de su mandamás, Hugo Chávez. Nadie se anima a criticarlo hasta que se
les ofrece un puente de comprensión. Hace más años que a nosotros que se les
instaló un caudillo y el temor no es incomprensible.
Ellos nos explicaron la
conveniencia de que Chávez llegue con vida al 10 de enero pues la Constitución
prevé dos tipos de ausencias: definitiva o transitoria. En el caso de
la primera, esto es, si el impedimento para asumir fuera permanente (por
ejemplo, la muerte del futuro presidente) la autoridad está obligada a convocar
a elecciones dentro de los siguientes 30 días. Pero si ese impedimento es
transitorio (una enfermedad encuadra en ese concepto) o sea que existe la
posibilidad de que la asunción se realice, la Constitución amplía los plazos:
90 días en un principio con opción a otros 90. Trasladada la ley al caso
concreto, esa cláusula le da a la actual administración seis meses para seguir
gobernando sin necesidad de llamar a elecciones ni forzar legislación alguna
para mantener este "status quo". No es poca cosa.
Sin embargo, un mes, tres o seis
los venezolanos saben que hay chavismo para rato con o sin Chávez. Cuando se
les hace el paralelo con el peronismo asienten desanimados. Aprendieron que el
populismo más que cara tiene mañas y que si las caras no se repiten las mañas,
sí. Ellos, como los argentinos, han visto llegar para quedarse los planes de
asistencia, el reparto de favores, la arbitrariedad, los personalismos, el
fogoneo del enfrentamiento interno, la descalificación y el acoso a los
opositores, la pérdida progresiva de las libertades y el consecuente deterioro
general de la calidad de vida.
Ellos saben que en Venezuela
conviven dos países irreconciliables y que, para salir del estancamiento, uno
deberá derrotar al otro y en eso están mejor que nosotros porque muchos
argentinos siguen sin identificar que la perversidad del peronismo pone un velo
sobre las opciones para que los distraídos se sigan confundiendo. Cada vez que
flaquean sus fuerzas, los peronistas se comen los glóbulos rojos de alguna
fuerza sana y siguen con vida. Lo hizo el peronismo menemista con la UCeDé, el
peronismo aliancista con el radicalismo y la izquierda, y el peronismo
kirchnerista con la transversalidad. En 2003 abrieron la interna y desde
entonces obligan al país entero a participar del proceso en el que dirimen sus
camorras. Sin embargo, hay quienes todavía creen en la existencia de un peronismo
menos letal que el gobernante. No se dan cuenta o no quieren reconocer que el
peronismo es uno solo y genéticamente letal.
Cristina usa el Tango 01 para
hacer el pool con Máximo y Menem se construyó una pista de aterrizaje en la
puerta de su casa. Pero no son Cristina o Menem los indecentes (o también) sino
la filosofía que abrazan. El peronismo es venal y desconoce límites. Antes de
él, el argentino reconocía la frontera que separa el bien del mal y si la
transgredía era a conciencia sabiendo que estaba transitando el camino equivocado.
El peronismo desdibujó ese límite y ahora la sociedad pisa los canteros sin
ruborizarse, porque todos lo hacen y nadie señala la inconducta. Hay un permiso
tácito para la inmoralidad. Es la única explicación posible para la tolerancia
infinita que la sociedad le tiene a la escandalosa corrupción política y el
rechazo por las figuras que proponen terminar con el sistema prebendario y las
vagancias.
Mi vuelo de regreso a Buenos
Aires estaba anunciado en hora pero el intempestivo aterrizaje del avión
presidencial alteró los cronómetros. Ella y un nutrido grupo de privilegiados
demoró a unos 300 pasajeros de dos aerolíneas distintas. No fue más que otra
demostración de ese coctel de prepotencia y malos modales del que hacen gala
nuestros funcionarios. El ejercicio del poder no es para cualquiera.
Cuando el rápido operativo
terminó y la presidente desapareció rauda en la caravana de camionetas que
esperaban sobre la pista al pie del avión a tan ilustre comitiva, volvió la
calma. "Me tomo unas gotas de Reliverán y sigo" dijo en tono audible un
mozo que apenas pasaba los 20 años. Me reí, claro, de la ocurrencia, cargada de
espontaneidad juvenil pero un erizo me llamó al orden. "Algo no está
bien" pensé casi inmediatamente. Nada demasiado bueno puede salir de una
juventud desmotivada y resentida con su dirigencia. Ese chico convive con una
incomodidad profunda. Me pregunté quién estará trabajando por sus sueños y por los millones de otros sueños atrapados en un
sistema que sólo produce insatisfechos o acomodados.
Pensé en Cristina Kirchner y
supuse que el enojo permanente que manifiesta tiene que ver con la comprobación diaria del rotundo fracaso
de su gestión. Me pregunté si en algún momento de lucidez reconocerá que su
capacidad no está a la altura de sus responsabilidades y que parte de su
incompetencia queda demostrada en la pésima elección que hace de colaboradores,
y algo me dijo que no.
Mientras en Tango 02 se alejaba
vacío y nos llamaban a embarcar, miré a mi alrededor. Me despedí de los
empleados del aeropuerto con quienes habíamos entablado una inesperada y
empática conversación y enfilé hacia mi asiento sin más norte que la rutina. Y sentí
pena por el mozo, por el país y por mí.
Calafate, 2 de enero, 2013