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En honor a nuestra tradición naval y a los marinos que la dignifican |
Son tantas y de tal magnitud las
barbaridades a las que esta administración nos tiene acostumbrados que ha
logrado adormecer la reacción. Son una tras otra, como una ametralladora
automática de repetición. No paran de disparar. Para quien viene barranca abajo
y que de barranca abajo proviene los dislates e inconductas en las que incurre
el país pueden no significar demasiado; sin embargo, somos millones los
argentinos que no queremos ser conocidos por los papelones que nuestras
políticas y nuestros funcionarios provocan.
El
canciller, cutter en mano revisando el avión americano que un día se le ocurrió
retener al Gobierno argentino; la presidente de la Nación divagando
lastimosamente en Harvard entre mentiras y agresiones personales o el abuso de
la cadena nacional para colaborar con su terapia semanal. Mansamente, la
sociedad argentina ha dejado que pasara frente a sus ojos una película de
espeluznantes bajezas: persecución política y judicial sobre dos seres humanos
por el hecho de llamarse "Noble"; aprietes a jueces, empresarios,
comerciantes, gobernadores, intendentes, periodistas y militares; muertos por
la inseguridad que se cuentan de a miles ante la indiferente pasividad oficial;
negociados tan vergonzosos como millonarios que siempre involucran dinero y
funcionarios públicos; atropellos al derecho de propiedad en sus más variados
formatos; milicias populares que se multiplican territorialmente bajo el amparo
de caudillos regionales vaya a saberse con qué fin y una distorsión escandalosa
de la verdad. Se miente a diario y se miente sobre el pasado. Estamos inmersos
en una gestión enferma que pelea y pelea, que no tiene amigos ni los quiere
tener, una gestión acomplejada que se siente a gusto sólo entre berretas,
incultos y resentidos, sus únicos pares, que inventa conflictos para hacerse notar
y que nos avergüenza a diario con un hecho distinto.
Esta vez fue la Fragata Libertad, el buque escuela de
nuestra Armada, la tradición misma con forma de barco. La inconducta económica
que cultiva la Argentina kirchnerista tuvo, en este caso, dos consecuencias
directas: acreedores que nos vienen siguiendo de cerca lograron retener el
barco argentino en el puerto de Ghana. A propósito del episodio, la
presidente Kirchner ha declamado una de sus frases vacías de sentido: “Podremos
perder la Fragata pero no la dignidad”. ¿Cómo se conserva la dignidad si se pierde
la Fragata? ¿Cómo se conserva la dignidad cuando el mundo nos apunta con el
dedo porque incumplimos los compromisos y nos quedamos con lo que no nos
pertenece? Ahora estamos intentando obtener apoyo global después de aislarnos del
mundo y enfrentarnos con la mayoría de los países que cuentan y, vayan las
ironías del destino, nos viene a ensartar un país que no cuenta. Que hasta
Ghana se nos anime es la segunda consecuencia, una descripción cruda de la
realidad y despojada del más mínimo espíritu discriminatorio.
Un gobierno como el actual, que
descree de la cooperación internacional va a apelar a un sistema global que ha descalificado
siempre mientras intenta su remanida estrategia de dividirlo entre buenos y
malos entendiendo como tales los que nos apoyan y los que no. Pero el concierto
de naciones tipifica a la Argentina como un deudor recurrente y, frente a los
antecedentes de morosidad contumaz, las razones de nuestro reclamo naufragan.
Es probable que José Pablo
Feinmann esgrima en este episodio el mismo argumento que aplicó en el ámbito
local y diga que la Fragata está retenida porque el Presidente de Ghana tiene
fantasías sexuales con nuestra presidente mientras las mujeres ghanesas,
envidiosas de su belleza, le copian el “look” y en esta oportunidad la
expresión del felpudismo militante ni siquiera alcance para hacernos sonreír. Esa
clase de tonterías son posibles por dos motivos: porque las cabezas de la
intelectualidad K no pueden picar filosóficamente más alto y porque la sociedad
es tolerante hasta la estupidez.
Hemos perdido mucho más que la
Fragata. Con ella se evaporaron parte de nuestro pasado histórico, la vergüenza
y los límites del gobierno de Cristina Kirchner. Sus antecedentes hablan por sí
solos e indicaban que no era realista esperar apego a las tradiciones. Ni de
ella ni de nadie del ámbito político por lo que se ha visto hasta hoy. A esta
altura ya deberíamos saber que la clase dirigente en su conjunto es una
corporación con vida propia que comparte la preocupación por mantener vigentes
sus privilegios, faena que los pone muy cerca entre ellos y muy lejos del resto
de la sociedad.
Hemos quedado solos. Hasta ahora
venimos siendo gente sin agallas, sin sangre en las venas ni identidad a la que
cualquier advenedizo le puede propinar bochorno a granel sin consecuencias. Dios
tiene que existir aunque sea para que los responsables de esta tragedia argentina
no queden impunes.