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jueves, 23 de agosto de 2012

Cristina y Obama

Parece que Cristina se ha vuelto conservadora. Al menos, ahora está más cerca del tea party que del peronista (según ella misma lo catalogara) Barak Obama. La presidente argentina se ha metido en la campaña presidencial americana con los mismos modales con los que irrumpe en nuestras casas dos o tres veces por semana: de prepo. Y la novedad es que juega para Mitt Romney. Si, como lo "oye". Sólo así se entiende la reciente declaración de guerra comercial que le ha revoleado al machucado moreno. 
Algunos observadores especulan con los crecientes problemas que acumulan los demócratas y los nubarrones que afrontan de cara a las próximas elecciones.  A partir de la conocida cintura política de Cristina, dicen, su intención de mostrarle las uñas podría responder a un posicionamiento estratégico apostando todas la fichas a ganador. Se trataría de una movida de gran audacia pero digamos que los argentinos estamos acostumbrados al peculiar estilo K. Es más, también estamos curtidos en materia de barbaridades sobre política exterior: apuramos a la corona británica con el tema Malvinas; le metemos una zancadilla tras otra a los "hermanos" brasileños incumpliendo con los acuerdos firmados y con los deseos de colaboración mútua declamados; le hicimos pito catalán a los "hermanos" chilenos negándonos a colaborar con la justicia trasandina cuando nos solicitó la extradición de un confeso terrorista; le tuvimos clausurado durante cuatro años un puente internacional   a los "hermanos" uruguayos mientras el zafarrancho sirvió a la causa local; fastidiamos a los Reyes de España hasta lograr que saltearan a la Argentina en su última visita a la región. En fin, no se trata de un pormenorizado prontuario de lo actuado en materia de relaciones exteriores sino apenas una muestra incompleta y al azar de algunos de nuestros logros en la materia.
En esa línea de comportamiento ¿Por qué habría de salvarse Obama? ¿Nos debería importar acaso que esté en plena campaña para lograr su reelección y que una denuncia internacional en contra del país que administra, por estrafalaria y absurda que sea, no lo favorece? ¿Son detalles de las relaciones de altísimo nivel en las que Cristina repara? ¿Habrá tenido algo que ver el patotero Guillermo Moreno? ¿Aportará una cuota de necesaria prudencia con sesudas reflexiones el canciller Timmerman? 
Definitivamente las respuestas a todas las preguntas son "no". La Argentina se maneja en el mundo como en la versión de entrecasa: es un mono con navaja, peligroso e irracional, y gratuitamente dañino.  
Es probable que nadie le diga a la presidente el concepto que la comunidad internacional civilizada tiene de ella. Puede que ese lote de impresentables que la rodea no tenga registro de ese concepto porque no frecuenta ámbitos académicos o financieros globales. Puede que se trate de ambientes que les son ajenos porque es muy probable que hayan salido del país por primera vez como Néstor, una vez arribados a los espacios que La Cámpora y la burocracia nacional les tenían reservados. 
Alguien debería animarse y contarle a Cristina Kirchner que las reacciones sobre ella en el mundo son dos: están los que se burlan y los que se espantan. Tengo la dicha de estar pasando una temporada de estudio en Chicago. La universidad es un ámbito fascinante porque uno se abstrae de lo cotidiano para pensar. Y puedo asegurar que los académios americanos (y los no americanos invitados por ellos a sumarse a sus equipos de trabajo) piensan y mucho. En esos espacios la gente se horroriza del devenir argentino. Ven en Cristina una copia desdibujada y emberretada de Perón, a quien tienen como la bisagra argentina entre la plenitud y la decadencia.  
Los estudiosos de la ciencia política no le encuentran salida a la Argentina porque la ven entrampada en una espiral y porque el sistema político sólo admite similares que retroalimentan en perversa sintonía la selección minuciosa de parecidos. Los estudiosos del proceso argentino tienen claro que la maquinaria peronista construida hace 70 años se alimenta de glóbulos sanos donde sea que los encuentre, los tritura y escupe el carozo. Ellos entendieron mejor y más rápido que nosotros que tras el peronismo sólo quedan desperdicios. Son muy respetuosos porque identifican claramente el drama de la sociedad, de los millones que están atrapados por un sistema perverso que se aprovecha de ellos. Se conduelen. Hacen silencio cuando se termina el diagnóstico y mueven la cabeza de este a oeste. 
También están los que se ríen de ella y, por caracter transitivo, de cada uno de nosotros. Y esos son, mayoritariamente, los demócratas que, con su aire de condescendiente superioridad, miran al mundo por encima del hombro. No por ella sino por mí tuve que decirle a más de uno que aflojara con las burlas porque "su" peronista, si bien es más preparado y más sobrio, no viene luciéndose precisamente. Obama ha duplicado el deficit americano en lo que va de su gestión, multiplicó los subsidios y amplió las dádivas a indocumentados e ilegales, una injusticia con el nativo que mira cómo sus impuestos fluyen al mantenimiento de hordas de gente que viola la ley. En una palabra, Obama viene aplicando con suma prolijidad el manual del buen peronista. 
En oportunidad de los 100 años del nacimiento de Milton Friedman, la fundación que lleva su nombre festejó el acontecimiento en la ciudad de Chicago, donde el genio pasó varias décadas de su prolífera vida académica. La oradora central del evento fue Condolezza Rice que, además de dar una clase de sencillez y de oratoria, fascinó al auditorio con anécdotas y reflexiones personales. "Vivir en una sociedad libre implica que no siempre haya alguien que te cuide y que a veces hay cosas de las que uno es el único responsable" dijo y arrancó un cerrado aplauso del auditorio. Obama como Cristina se resisten a una de las dos premisas: a la responsabilidad personal o a la libertad. O a las dos.  
Por eso es una traición denunciarlo. Porque pertenecen al mismo bando y porque la movida de Kirchner termina beneficiando a los críticos del presidente americano a cuya cabeza se encuentra la dupla Romney-Ryan. Bromas aparte, la fórmula republicana no debe contarse entre los preferidos de la presidente argentina. Por eso Cristina, a la larga lista de lo que le falta aprender, debería agregar la noción de las consecuencias de los actos propios.