Esto sí que se pone complejo. Y oscuro. Prácticamente
ya no quedan caretas puestas. Se han caído todas. Cristina Kirchner picó en punta cuando, entre
los festejos por su triunfo en las elecciones de octubre de 2011, nos revoleó
la quita de los subsidios con los que consiguió su reelección. La lista de
pendientes que acumulaba en su Vuitton obtuvo trámite rápido y las medidas salieron
una tras otra como trompada.
Su careta y la de su flamante vicepresidente que, con
sonrisa indeleble dejó el camino arado al sucesor, se apilan con las de los
empresarios que, uno a uno, formaron fila para succionarles las medias y
apretarles la mano, en ese orden.
Del Congreso cuesta hablar. El mero hecho de describir
la conducta o inconducta de los esbirros rentados que mantenemos allí adentro
por centenas carcome la dignidad. Es un espectáculo vergonzoso, una galería y
rejunte de farsantes, oportunistas, arrastrados e ignorantes salvo honrosas excepciones
que, por aisladas, no modifican la estadística sino que confirman la regla. El
Congreso Nacional es un espejo que nos devuelve el exacto contorno de nuestra
sociedad. Que nadie se haga el distraído y balbucee con cara de sorprendido:
“¿Yo, señor?”. Pues Sí, señor: ese amontonamiento de diputados, senadores,
asesores, secretarias, beneficiados y ñoquis que aceptan conformar una suerte
de asociación ilícita para despilfarrar anualmente casi tres millones de pesos por
legislador, no son más que una muestra en escala de aquello en lo que nos hemos
convertido. Ellos, elegidos por nosotros, no son peores que nosotros en
conjunto. Parvas de caretas legislativas se hicieron trizas contra la realidad
en los últimos años y eso los ha dejado expuestos con su hipocresía y sus
miserias a la intemperie. La de Carlos Menem al caer fue una de las más
ruidosas. Durante su primer mandato, el “Turco querido” de muchos
antiperonistas se encargó, entre otras cosas, de convertir los medios de
comunicación en un bruto oligopolio privado repulsivo para cualquier individuo
que respete la libertad. Pero con su voto a favor del reciente proyecto oficial
de controlar el insumo básico de los medios escritos, perdió algo más que la
careta.
Justo es reconocer que el “rush” legislativo del
último día no es invento K; lo practicaron todos las cámaras adictas porque no
son adictas a una administración sino a sus privilegios de casta, de modo que
votar lo que le viene bien al gobierno de turno es afianzar el sistema en el
que todos ellos se benefician. Hoy es otra vez la emergencia económica,
paradójica necesidad para el país de ensueño que describe la presidente, pero
de esa delegación gozaron casi todos los anteriores, cada uno con su excusa.
La maratón de las leyes, una de las pocas tradiciones
que conserva la Argentina, se corre los últimos días de diciembre y la canasta
navideña de este año viene completita: una ley de tierras antidiluviana, delegación
inconstitucional de funciones al Ejecutivo, zarpazo a la caja de peones
rurales, nacionalización/expropiación del insumo papel para diarios, un “pito
catalán” masivo a la Constitución Nacional y a los tratados internacionales a
los que adherimos y alguna que otra nadería.
Es lógico que mientras esas cosas pasaban la gente estuviera por
millones viendo llorar a los empleados de Tinelli. Aquella manga de crápulas que
durante el año se rascaron a cuatro manos y prácticamente no sesionaron, son
los mismos que votaron una ley de primarias que sella este círculo vicioso y
viciado. Esa norma le pone un candado a la política y asegura que
ningún independiente sueñe siquiera con llegar a ocupar espacios desde los
cuales sea posible cambiar el sistema. Bravo por ellos,
porque entre todos y haciendo la parodia de que se pelean, si con la lista sábana
nos tenían empaquetados, ahora con la ley de primarias nos pusieron el moño. Ya
tenemos garantizada la reelección indefinida de los mismos de siempre y/o sus
secuaces.
También tenemos garantizada la monocromía de ideas. No se entiende la
devoción del gobierno por controlarlo todo pues estos años quedó demostrado que
ni la oposición se juega por sus convicciones, si las tuviere, ni el público se
lo reclama. No logro decidir quién fue más apático de los dos.
Lo cierto es que, ante la eventualidad de que alguien se despertase y
pusiera reparos al autoritarismo reinante, se sancionaron leyes de enorme
riesgo institucional que garantizan problemas a quien se atreva a expresar
disidencias. No es que los argentinos tuviéramos en la prensa nacional un
semillero de cuestionadores implacables pero ahora no va a haberlos por imperio
de la ley. Acallar el pensamiento crítico es un mandato genético de todas las
dictaduras y ésta no quiso escapar a la tradición.
Cuando Perón atropelló a “La Prensa” la batalla fue campal. En el país,
medio siglo después de consumir peronismo, todo es más berreta, más tibio y más
parcial. Por eso hoy, el kirchnerismo y sus aliados (recordemos siempre que no
lo hicieron solos) tienen enfrente sólo un puñado de camaleones.
Cada vez que el titular lo requería, el "gran diario
argentino" no hesitó en tergiversar, omitir y reinterpretar la historia. Debe ser
por eso que ahora, que la arbitrariedad les toca de cerca, hay tantos
espectadores satisfechos con el mal momento que atraviesan.
No es q esté bien que los persigan pero es humano no lamentar los
conflictos de quienes no pocas veces se apartaron de su misión primaria. Fueron
muchos los q padecieron arbitrariedades varias y que no lograron conmover a
Clarín ni a La Nación. Fueron muchos los silencios y las posturas capciosas. En
lo personal, qué suerte haber sido coherente! Qué suerte haber seguido la
tradición familiar y tener un pasado periodístico orgullosamente ligado a “La
Prensa”, el referente indiscutido de la defensa de la libertad. Qué suerte no
haber sucumbido a la tentación en la que cayeron Clarín y La Nación de pactar
con el poder de turno para obtener privilegios. Qué suerte no haber pertenecido
a medios involucrados con pactos espurios, sea por insumos como el papel para
diario o de dinero en efectivo por publicidad oficial. Qué suerte!
Es probable que el vendaval autoritario se lleve puestos a antiguos
socios. La tradición política está plagada de esos ejemplos. "Donde la
justicia no existe, es peligroso tener razón ya que los imbéciles son mayoría"
dijo Quevedo y huelgan agregados.
¿Quién podrá defenderlos ahora que nos hemos transformado en una
sociedad en la que no importa tener
razón sino tener amigos con poder y donde el poder vigente es esencialmente
maniqueo y crematísticamente corrupto?
La justicia es un capitulito aparte. ¡Qué poco duró la alegría de los
cambios que creímos haber introducido en los ámbitos de control! Alejandro
Fargosi hizo campaña denunciando los atropellos K al deber ser y en la primera
oportunidad, votó con ellos para ampliar
la planta permanente de jueces adictos. Eso sí, contó con el inestimable apoyo de
Federico Pinedo que, como su antiguo compañero de colegio, sabía bien a quién
estaba defendiendo.
Tras este somero raconto se hace difícil desearles una Navidad feliz y
casi peor, un 2012 con expectativas. No me salió un saludo navideño clásico
pero, qué quiere que le diga, para lavarle el cerebro, están las autoridades.