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martes, 25 de enero de 2011

Política Demográfica "K"


El kirchnerismo no se anda con vueltas; cuando quiere algo va a su encuentro. Guillermo Moreno, el secretario de comercio que decide quién exporta y quién no, quién vende y a qué precio espanta a todos los que tengan la desgracia de tratarlo y, sin embargo, Cristina Kirchner lo mantiene en el cargo contra viento y marea. El poderoso funcionario es absolutamente inamovible lo que viene a demostrar que la opinión general no cuenta para el kirchnerismo y que los propios planes se cumplen cueste lo que cueste.

Moreno no es un hecho aislado sino un ejemplo más de la pertinaz defensa que hace el oficialismo de sus elecciones. Por eso cuando se emperran en dejar que la delincuencia se apodere de las calles y de las vidas no se trata de un capricho sino de una causa. Como todas las ilusiones socialistas que deben fundarse en acciones épicas, el peronismo suele enmarcar cada movimiento en el contexto de una pequeña apoteosis en la que el líder de turno es el máximo inspirador sin cuya impronta nada es posible. Así explicado, lo cotidiano se vuelve leyenda y pagar a los jubilados con el dinero que ellos mismos ahorraron mientras eran empleados activos no es darles lo suyo sino dignificar la vejez; atender en los hospitales públicos a miles de personas insolventes no es reconocer que una porción importante de la sociedad no accede a la salud que quiere sino a la que puede, sino interesarse por los más necesitados, y repartir comida y dinero a gente subalimentada, desempleados e indigentes no es la foto de un país con niveles de indigencia altísimos sino caminar hacia una sociedad más “igualitaria”, noción que adoran como corresponde a cualquier gobierno autoritario.

En ese marco, que el delito haya modificado el paisaje urbano llenando de rejas y custodios privados los vecindarios, es un costo insignificante para una administración que no encuentra “glamour” en cumplir, lisa y llanamente, con su obligación primaria de reprimir las conductas antisociales. En su particular “relato” de la historia le adosan explicaciones “sicologizadas” al hecho concreto de robar o matar. Hasta es muy probable que las tengan pero ellas no suavizan el daño producido a los damnificados ni la responsabilidad de sus autores. El peronismo le suma al hecho policial su argumento estrella: la inequitativa distribución de la riqueza, la marginalidad y las culpas sociales; luego prende la batidora y ¿qué sale? Tolerancia infinita con el delito rozando con la impunidad.

Aclarado que la convivencia y la connivencia del gobierno con el delito no es una pose de marketing político sino un principio genético (no hay más que recordar la afinidad de muchos funcionarios actuales con las armas y el uso de la violencia) es una pérdida de tiempo y de energía reclamar un cambio. Porque ellos tienen su personal explicación de cada delito y, a partir de ella, su personal solución. Además, como niegan el feroz incremento de la delincuencia en todas sus formas se eximen de plantear una solución integral y se atrincheran en que se trata de hechos aislados.

Ante la aparición de pasta base (“paco”) a lo largo del conurbano bonaerense cualquiera supone que resulta de la proliferación de cocinas para la elaboración de cocaína, pero para el gobierno, no, como tampoco admite relación entre aquello y el crecimiento en el consumo de paco entre los adolescentes de los sectores más pobres de la provincia de Buenos Aires. Así encarado el problema, el oficialismo minimiza la magnitud de la penetración que ha tenido el narcotráfico en nuestro país durante los últimos años.

El robo perpetrado a quienes hacen operaciones bancarias, conocido como “salideras” también cuenta con una original respuesta oficial: la autoridad en lugar de combatir al ladrón, carga contra bancos y clientes. Los primeros deben multiplicar sus medidas de seguridad puertas adentro porque, a priori, para este gobierno el universo de usuarios y los empleados encabezan la lista de sospechosos. Ahora, de la tercera “pata” del problema, esto es el asaltante, siguen sin ocuparse.

Solucionado el tema seguridad repartiendo culpas y responsabilidades hasta quedarse sin ninguna para sí, el partido gobernante anda hace rato con muchas ganas de legalizar el aborto y de ese modo utilizar los impuestos en atender “sin costo” los casos de quienes lo solicitaran en hospitales públicos. Los espasmos feministas presentes en el Congreso Nacional alcanzarían para ganarle la pulseada a quienes reconocen un asesinato en la interrupción voluntaria del embarazo y, en este caso, los derechos humanos de los nonatos no serían representados por quienes suelen decirse sus máximos defensores.

A los delincuentes les entrega un “bill” de impunidad; mide el consumo de drogas con la seriedad del INDEC y alienta la esperanza de dar vía libre a una ley abortista. La política demográfica de la administración Kirchner podría resumirse en tres palabras: delincuencia, “paco” y aborto. Por suerte y a expensas de una ardua labor del PRO nadie, eso sí, se va a intoxicar con el humo de un cigarrillo. ¡Qué bueno que el estado nos proteja!

jueves, 13 de enero de 2011

Peronismo: el PacMan argentino

Lo positivo de la crisis que padece la Argentina en la actualidad es que nadie se puede hacer el distraído; bueno, casi nadie; porque con excepción de Cristina Kirchner y su entorno, en mayor o menor medida, con voz enérgica o suavemente todos reconocen la profundidad de nuestra decadencia.

Que el universalmente aplicado sistema de partidos no pueda resolver en nuestro país una cuestión tan básica como la representación de las minorías es un rasgo en el que la ciencia política debiera detenerse; o tal vez la sociología porque la involución que registra el mapa político argentino es única en el mundo moderno.

No siempre nuestras instituciones fueron insuficientes para ordenar la convivencia. Es más, gracias a su sano y pleno funcionamiento el país alcanzó el nivel cultural y el desarrollo económico que lo ubicó entre las naciones más prósperas de la tierra hace apenas un siglo. ¿Qué pasó? Hay países que sufren catástrofes naturales que los obligan a concentrar esfuerzos de manera diferente a los planes trazados; a otros la guerra los destruye. En la Argentina apareció Juan Domingo Perón que inventó un cocktail letal con el que envenenó a la sociedad y cuyos efectos siguen vigentes. Nacionalismo católico con fuerte dosis de simpatías mussolinianas, populismo, demagogia, arbitrariedad, corrupción económica y moral, concentración del poder, injerencia en lugar de independencia de poderes, persecución política de los adversarios, pensamiento único y una prédica de permanente descalificación que alimenta el odio hacia todo el que no comulga con sus respuestas que son, obviamente, las únicas válidas y correctas. Desde el nacimiento del peronismo y en adelante, la política paulativamente dejó de nutrirse en el debate de ideas, clausuró la convivencia e implicó un enfrentamiento entre enemigos con la lógica consecuencia de una necesidad imperiosa de aplastar al otro.

Aún cuando el peronismo no abandonó nunca su perfil original, en las décadas siguientes a su nacimiento su vigencia se asentaría en un camaleónico perfil ideológico que le permite todo: iniciarse con una estrecha participación en los golpes militares al orden democrático y denostarlos al mismo tiempo; contar con un decidido apoyo desde las filas del ejército y simultáneamente proteger y estimular la formación de grupos marxistas en su seno. La amoralidad peronista cobija opuestos sin el más mínimo pudor y eso le permite retener al terrorista que se armó contra el poder constituido y al soldado que lo combatió; a los católicos y a los que quemaron sus iglesias; al dueño de las tierras y al que las expropió porque hay lugar para todos en el arco ideológico que el peronismo permite con tolerancia infinita por las contradicciones.

Se equivocan, entonces, quienes plantean ciertas similitudes con el PRI mexicano en tanto que ambos son partidos políticos cuyos procesos de concentración del poder los hizo reinar casi sin oposición por más de medio siglo. Sin embargo, el PRI no mutó para seguir estando y fue víctima de un desgaste lógico que lo llevó a perder adeptos primero y elecciones luego. El peronismo, en cambio, es esencialmente tramposo. No tiene pudor en cambiar de opinión ni aún en contradecirse. El peronismo impulsó amnistías y votó a mano alzada las leyes de “punto final” para terminar con los juicios a los militares argentinos que habían luchado contra la subversión y veinte años después anuló las leyes y amnistías de las que era autor y los juzgó con la misma saña que mostraron cuando ellos mismos integraban los ejércitos terroristas.

Guy Sorman, Mario Vargas Llosa, José Saramago, Alvaro Vargas Llosa y hasta el propio Winston Churchill son algunas de las personalidades del mundo que se han referido al peronismo identificándolo con la peor pesadilla argentina del siglo XX en una suerte de coincidencia con otros tantos pensadores locales que, como Jorge Luis Borges o la recientemente desaparecida María Elena Walsh, alzaron sus voces para denunciar los excesos del peronismo. Ninguno descreyó de los argentinos sino del peronismo. Sería cuestión de escucharlos ¿no habrá llegado la hora de rechazar por insuficiente el gesto estrictamente superficial del cambio de nombres que nos vienen proponiendo, reconocer que como solución no sirve y reclamar el abandono definitivo de las mañas populistas y el autoritarismo solapado tras la fachada de gobiernos “redistribuidores” de la riqueza, eso sí, siempre ajena.

¿Cuántos más reemplazos de fachada faltarán todavía hasta que la sociedad argentina reconozca que cambiar a Cámpora por Perón, a Perón por Isabel, a Menem por Duhalde, a Duhalde por Kirchner o a Cristina por Scioli es un entretenimiento inútil y que la solución no pasa por elegir por la cara sino descartarlos a todos por peronistas?

Hace décadas que los argentinos venimos optando por el que nos parece menos malo. Con los resultados a la vista ¿alguien puede recomendar esa dieta? ¿Hemos detenido la caída acaso o la hemos profundizado y acelerado?

El dibujo de una puerta ¿puede considerarse una salida? Lo que no es una opción ¿es una opción? Un antiinflamatorio muscular, por el mero hecho de tratarse de un medicamento ¿cura un resfrío o en el camino a la salud es imprescindible el remedio correcto?