viernes, 23 de diciembre de 2011
Pobre Santa!
viernes, 16 de diciembre de 2011
Dada la vigencia del análisis que hice hace 9 meses, reproduzco la nota en la que vislumbraba el enfrentamineto que hoy es ostensible
marzo 18, 2011
Hay que "bancar" a Moyano

Los argentinos, siempre tan afectos al espejo retrovisor, quieren encontrar en el presente enfrentamiento entre popes del actual gobierno, semejanzas con lo sucedido a comienzos de los ´70. Puede haberlas aunque lo más significativo de todo es que los peronistas en particular y los argentinos en general, no hayamos aprendido nada de tan lamentable porción de nuestra historia reciente.
domingo, 23 de octubre de 2011
La elección anunciada
lunes, 10 de octubre de 2011
El Peronismo que viene
domingo, 4 de septiembre de 2011
Los embates a la prensa
miércoles, 17 de agosto de 2011
Uno de cada dos

miércoles, 20 de julio de 2011
La basura nacional

martes, 5 de julio de 2011
Ni república ni democracia: farsa

A pesar del cimbronazo que causó, la repentina muerte de Néstor Kirchner no será en la historia argentina más que un hecho aislado y menor. El impulso que imprimió su influencia al curso de descomposición que la vida política nacional venía llevando ya estaba consumado y el enorme daño había dado sus frutos.
Las especulaciones acerca de si su desaparición potenció o perjudicó las chances de un segundo mandato de Cristina Fernández son anecdóticas por incomprobables. ¿Quién puede asegurar qué hubiese pasado con ambas carreras políticas en octubre de 2011 de seguir él con vida? Sin embargo, es uno de los debates estériles que tanto fascinan a los argentinos y que consumió tinta y televisión en detrimento del tiempo que hubiese sido bien empleado en enderezar el derrotero de colisión que llevaba para entonces la república.
A comienzos de 2011, mientras Cristina Kirchner deshojaba la margarita entre si se presentaba a un segundo mandato o no, la oposición fue descascarándose sin ayuda alguna. Un lote de candidatos de cuarta categoría compitiendo por ser la peor opción le allanaba el camino a un oficialismo traspasado de corrupción. De los seiscientos millones de dólares pertenecientes a la provincia de Santa Cruz que Néstor Kirchner sacó del país con rumbo desconocido y nunca restituyó; el zarpazo sobre los ahorros de los aportantes a la jubilación privada; los resonados casos de funcionarios súbitamente millonarios que duermen la siesta judicial; la valija llena de dólares procedente de Venezuela que quisieron entrar al país en forma ilegal, según su portador, para colaborar con la campaña de Cristina Kirchner y como frutilla de una torta que mezcla inmoralidades y delitos, el escándalo que envuelve las dos patas más sólidas de la construcción K: la obra pública y la causa de los derechos humanos.
La voluminosa estafa descubierta en la transferencia millonaria y descontrolada de fondos desde la órbita del Ministerio de Planificación (a cargo de Julio De Vido, el hombre de máxima confianza de Néstor Kirchner) a la Fundación Madres de Plaza de Mayo grafica cómo fue escalando la impunidad oficial y la connivencia en la que necesariamente entraban quienes se iban beneficiando con la discrecionalidad en los repartos de obras, contratos, nombramientos, prebendas y efectivo.
Indudablemente la ausencia de Néstor Kirchner se nota, aunque no por los actos en sí sino en la consecuencia: el desmadre. En esencia, con él pasaban las mismas cosas pero no trascendían. Su férrea conducción los mantuvo a raya: el canciller no se iba de boca o probablemente, Néstor nunca hubiera nombrado en ese cargo a semejante torpe de palabra fácil y pensamiento esporádico; habría evitado pulverizar, a puro grito como se hizo, el Instituto contra la Discriminación, un invento que él mismo motorizó con tanta energía como su repentina devoción por los derechos humanos lo que en el fondo habla de su idéntico desinterés por la suerte de terroristas y homosexuales.
Néstor Kirchner alzó tardíamente la causa de los derechos humanos, cuando descubrió la utilidad que podía aportar a la gobernabilidad de su período tras arribar a la presidencia con una debilidad política sin precedentes. Los militantes de las organizaciones que defienden guerrilleros no son numerosos pero sí extremadamente visibles por lo ruidosos. Frente a ellos la sociedad tiende a dividirse entre indiferentes y temerosos; la mayoría no cultiva simpatías espontáneas por los combatientes de los ´70 pero este gobierno se encargó de instalar que quien no babea de emoción por los terroristas de entonces (hoy llamados “jóvenes idealistas”) es un energúmeno de peor calaña que el mismísimo Hitler y, en consecuencia, merecedor del escarnio universal. Ante semejante dicotomía la sociedad argentina, particularmente tibia, cómoda y cobarde, incapaz de pararse y rechazar la falacia prefirió la resignación de dejarse manipular ante sola posibilidad de ser tildado de “genocida”, una acusación que también instaló el mismo sector.
La historia da cuenta de que la persecución del que piensa distinto fue una técnica peronista. Lo hizo Perón en los años ´50 y lo hacen los kirchneristas hoy con ciertas variantes pero en esencia el hostigamiento existe. El mecanismo del temor funcionó siempre muy bien en la gestión Kirchner y cuando el presidente descubrió que producía y bastante alrededor de la cuestión de los derechos humanos empezó a explotar la veta. Fundirse de repente con quienes estaban desde hacía años envueltos en aquella bandera fue una estrategia a la que se plegaron sus principales representantes con sorprendente docilidad y así fue como se multiplicó la frecuencia de los encuentros, las fotos y los abrazos con Estela Carlotto y Hebe de Bonafini quienes, de un brinco, pasaron de ser ácidas críticas de la política partidaria a privilegiadas y voceras del "modelo K".
Probablemente ese insólito casamiento entre hasta entonces inclaudicables líderes de la protesta social y el más puro establishment político restó credibilidad en ambos sentidos y cuando las denuncias de estafa, malversación y bochornos arreciaron, nadie se inmutó. Las organizaciones de derechos humanos en la paradigmática figura de Madres de Plaza de Mayo probaban, desnudas ante el mundo, que las miserias humanas no les eran ajenas, que las apetencias crematísticamente terrenales les caben a cualquiera y que no son privativas de los “malos”, que la honorabilidad no se declama sino que se vive cotidianamente, y que la decencia es una forma de la conducta que se construye día tras día.
Distintas fueron las reacciones de la sociedad cuando la justicia recibió las denuncias sobre el desvío de millones de dólares que la administración Kirchner giraba a la Fundación Madres de Plaza de Mayo para la construcción de viviendas pero que, en lugar de techo para los más humildes, se convirtieron en barcos, propiedades, viajes, autos lujosos y modernos aviones para unos pocos.
Con el tiempo, el dinero será un detalle menor del episodio y lo que quedará en la historia son los verdaderos sentimientos que inspiraron a Hebe de Bonafini y a sus socios, como su mano derecha el parricida Sergio Schoklender. Sed de venganza y un inocultable odio por el orden institucional la llevaron a militar junto al terrorismo argentino de los ´70, las FARC colombianas, el castrismo, la ETA y festejar la muerte de miles de inocentes ocurridas tras el atentado sobre las torres gemelas en Nueva York. El kirchnerismo tiró tanto de la cuerda que dejó al descubierto la insolvencia de la causa; en lugar de seres compasivos que bregaban por derechos colculcados, ese progresismo aglutinaba feroces militantes del pensamiento único y de la violencia para quienes el que no piensa como ellos es un enemigo al que hay que aniquilar, acción que llevaban a la práctica mientras delinquían como cualquier terrícola.
Así lo hicieron mientras estuvieron fuera de la ley. Formaron ejércitos guerrilleros que actuaron en la clandestinidad atacando a la sociedad civil con el objetivo de alterar el orden constitucional y establecer un gobierno filo-castrista. Fueron vencidos en la lucha armada que plantearon. Décadas después, llegaron a la administración política del país; muchos de ellos obtuvieron cargos y se diseminaron por los tres poderes del estado y otros se integraron al cuerpo social en tareas periodísticas, académicas o a través de organizaciones no gubernamentales.
El prestigio que lograron por esas vías les facilitó la concreción de aquel plan que dejaron trunco en los ´70. Contar con una población desprevenida, poco instruida y muy adoctrinada hizo el resto y por eso hoy no escandaliza que el gobierno quede involucrado en el desvío de muchísimo dinero público hacia una organización creada para la búsqueda de personas pero que en realidad se dedicaba a la construcción de viviendas que ni siquiera realizaba.
Se comprueba la teoría del contagio: el peronismo universalizó la corrupción y la desvergüenza y hoy en la Argentina ya no es privativo de ellos robar, mentir y estafar. Esto agrava la situación general porque estrecha las opciones.
Cristina Fernández de Kirchner, cuyo período de gobierno muestra una declinación global en casi todos los índices económicos, vuelve a ser candidata e, increíblemente, tiene chances; como si no fuera suficiente, será acompañada por su ministro de economía, el padre de una inflación que ronda el 30% anual. Las encuestadoras, una presa particularmente dócil a las tentaciones materiales, le otorgan posibilidades que oscilan entre 35 y 50% de intención de voto. Sea uno u otro extremo lo mismo es una enormidad después de tan paupérrima gestión.
Hay quienes objetan a la oposición y le adjudican la responsabilidad de los índices inmerecidamente favorables del kirchnerismo. Es cierto que el desbande y la mediocridad reinan en ambas orillas pero el análisis no es ese. La falta de mejores candidatos no es el problema sino la consecuencia. Como hace décadas que la sociedad argentina viene delegando la conducción de la cosa pública en una manada de roedores, ellos se fueron eligiendo entre sí y como se trata de un proceso dinámico pero lento, recién ahora se vuelve insoslayable: la falta de idoneidad, de los valores de la honradez y la preparación académica hacen gala en todos los ámbitos. No es peor el Ejecutivo que el Congreso ni el empresariado que el poder judicial.
Ni uno de los diez candidatos a presidente en carrera para octubre de 2011 es resultado de elecciones internas. Todos los partidos aplicaron el dedo para decidir la repartija de puestos, cargos y bancas porque cada uno de esos espacios tiene un “dueño”. Ese es otro enorme retroceso institucional que la ciudadanía tolera sin inmutarse; ese es el inicio espúreo de un proceso que se pretende democrático. No compite el que quiere para los cargos electivos sino los admitidos por las cúpulas partidarias. Esto hace hueco y falaz el discurso de dirigentes y “opinólogos” que atribuyen la escasa calidad dirigencial a la falta de participación general.
La trampa está bien urdida y por eso, salvo con alguna excepción, las caras se repiten a través del tiempo y sólo la muerte altera la tendencia. Prácticamente no existen casos de políticos que se retiren en la Argentina mientras hay miles de ejemplos de los que una vez entraron en la “rosca” y no se fueron más. Pasan de un cargo a otro, renuevan sus mandatos y hasta cambian de alianzas pero siguen prendidos a los privilegios. No es lógico pensar que esos burócratas tengan algún interés en renovar el espacio que les da cobijo y poner en riesgo el sistema con la incorporación de gente nueva.
Así planteada la democracia argentina, es un excelente mecanismo manejado por los peores para beneficio de ellos y de quienes ellos deciden, y por eso siempre consiguen el aval empresario y sindical. Las aparentes rencillas no son más que eso: apariencia de enfrentamientos que son simplemente “tires y aflojes” de cada sector por obtener más privilegios. No hay debate en serio, ni propuestas ni ideología en juego. Sólo ventajas.
La interna del peronismo, abierta de “prepo” a la ciudadanía, es un escándalo que nadie denuncia. En octubre de 2011, cuatro candidatos a presidente afiliados al PJ y un montón de peronistas plantados en otros partidos competirán en una suerte de carrera que corren siempre los mismos y que son, además, los que imponen las condiciones. En ese escenario, cualquier cambio no es más que una ilusión.
La Argentina ha dejado de ser una república y está cerca de apartarse de la democracia.
domingo, 26 de junio de 2011
Boudou, River y el calefón
martes, 31 de mayo de 2011
UTE: Kirchner - Bonafini - Schoklender

La euforia de que “todos” votaban al ingeniero Alsogaray me hizo festejar por anticipado el triunfo del liberalismo para la Argentina y a pesar del tropezón, celebro que haya sido en mis tempranos años de vida y de militancia porque aquel error significó un valioso antídoto contra la burbuja.
Aprendí que la frase era parecida pero que se había salteado la sutileza de los tintes y que no todos votaban al ingeniero sino todos los que estábamos en la misma burbuja; y así fue como descubrí vida más allá del propio ombligo. Y descubrí también la variedad de matices que ofrece la realidad política aunque debo confesar que me sigo sorprendiendo con los que se suman a diario. Alguien intentó explicarme que esto de ahora no son matices sino cromosomas fallidos, engendros monstruosos que la biología rechazaría como malformaciones malsanas y la política nacional abraza. Tiendo a encontrar lógico el razonamiento aunque la explicación en sí no alcanza para suavizar el impacto pernicioso de la subclase dirigencial que nos ahoga.
Liberada del síndrome de la burbuja hoy reconozco con claridad que quienes festejan que los detalles aberrantes de la entente Bonafini-Schoklender hayan salido a la luz, no son más que condóminos de una misma burbuja. Al gran público ni le rozan las porquerías que ese dúo dinámico viene haciendo desde que Néstor Kirchner los alquiló para su personal beneficio.
Los millones de individuos que de una u otra manera comen de la misma corrupción kirchnerista no se espantan con la indecencia ni con el delito ajeno porque, en el fondo, sobre facturar una obra pública o cobrar por ella y no realizarla no difiere de la inconducta de recibir un dinero por no hacer nada. Ambas acciones son una estafa y el cuánto no morigera la acción. El peronismo, en un acuerdo tácito con la sociedad, ha instalado el mecanismo perverso de “hoy por mí, mañana por mí” o lo que he dado en llamar permiso para robar.
Respecto de los que andan por ahí escandalizados con la información también conforman un sub grupo de cuidado. Son, en gran parte, los mismos que descalifican a Elisa Carrió por agorera, inflexible y creyente. Nada dicen de la propia arbitrariedad y de su inmadurez cuando toman, como los chicos, sólo lo que quieren del plato. Abren la galletita, le raspan la crema y tiran las tapas. Carrió es un todo y la madurez se aplica para entender que las personas son enteras, con lo que nos gusta y lo que nos gusta menos; y también nos indica que en la evaluación del combo se encuentra el valor de las personas, públicas y privadas, sin rasparles la crema y sin tirar las tapas porque la galletita es la crema y las tapas y porque la crema sola no es la galletita.
Elisa Carrió es la que decide con el dedo quién será diputado, y la que se adelanta a los acontecimientos como hace un líder. Muchos argentinos le computan como defecto esa cualidad excepcional que el mundo exalta y la rechazan simplemente porque esta sociedad adolescente se niega a escuchar la verdad. A pesar de todo, Carrió persiste y hoy tiene el coraje de denunciar las repugnancias de que son capaces los asesinos camuflados de defensores de la vida. Es la única capaz de desnudar el contrasentido del tortuoso acuerdo que subyace entre quien engendró asesinos y quien asesinó a los que lo engendraron. La Coalición Cívica, una construcción que lleva la impronta de Carrió mal que le pese a varios, señala contra todo el marketing “progre” los negociados de una madre que adoptó a quien es huérfano por decisión propia.
Es bueno recordar episodios que la memoria frágil y sesgada de nuestra sociedad tiende a olvidar con miserable desparpajo: Elisa Carrió fue echada de la Comisión Permanente por los Derechos Humanos, organismo tuerto si los hay que sí integra el rabino fashion devenido político, por haber opinado sobre la persecución judicial que padecen los hijos adoptivos de Ernestina Noble. La izquierda radicalizada que ayer mataba y hoy administra el estado la detesta porque es su auténtica enemiga. Y por eso, sólo por eso quienes aborrecen la actual dictadura debieran reconocer su perseverancia y defender su permanencia. A menos que alguien considere que su existencia no le hace bien al sistema y que la política se enriquecería con su ausencia.
“En la otra mano” como dicen los americanos, llenas están las crónicas de detalles sobre el avión de Schoklender cuya existencia muchos conocíamos, entre otras cosas porque dormía en el hangar vecino al de Francisco de Narváez. ¿Se habrán encontrado alguna vez próximos a despegar en el Aeropuerto de San Fernando? ¿Podrá hacerse hoy el sorprendido el candidato a gobernador o la decena de importantes empresarios que frecuentan esa aeroestación por los mismos motivos y que nunca dijeron nada del curioso vecino?
La sociedad tiene que entender que la proximidad de las elecciones desvela a los políticos y a sus entornos pero no por cuánto de sus proyectos podrán plasmarse sino por cuántos espacios de privilegio ganarán o perderán en el reparto. Hipocresías a granel hacen fila para llenarnos de naderías mientras una disyuntiva de fierro se debate frente a nosotros: la república de derecho o la dictadura de hecho donde no hay margen para “los menos malos” que, además, nunca fueron tales. Todos sabemos quiénes se encolumnan tras una u otra opción.
martes, 10 de mayo de 2011
Rotos por dentro

Un rápido paneo sobre los personajes de la actualidad que taponan las pantallas de nuestros televisores provoca, en el mejor de los casos, desolación.
Eduardo Duhalde, el padre de la pesificación asimétrica y de Néstor Kirchner se ha transformado, por imperio de las comparaciones, en nuestro Winston Churchill. Primero avaló la mayor estafa que registra la historia económica moderna, movida que empujó a la pobreza extrema a millones de personas al tiempo que provocó una importante transferencia de riqueza de los pobres hacia las arcas de los grandes deudores. No satisfecho con su contribución a esa página memorable de la Argentina reciente, apadrinó la llegada a la presidencia de un agrisado caudillo provinciano que contaba con nula trascendencia nacional y pésimo concepto local. Entonces, el promotor de las dos grandes tragedias de fin de siglo y que cualquier país del mundo descartaría por siniestro, hoy luce para la sociedad argentina como la esperanza blanca. Es que suena moderado y hasta prudente; escribe libros aconsejando lo que hay que hacer como si supiera y viaja por el mundo para aprender lo que debería haber sabido cuando se encaprichó con ser presidente.
De la misma microesfera emerge Gabriela Micchetti, un subproducto de la transversalidad “proísta” cuyo pasado político no existe, su futuro es incierto y su presente, difuso. Vino con las huestes de Mauricio Macri, ambos embanderados en la muletilla de “somos jóvenes y nunca militamos” cosa de disfrazar de virtud la carencia de experiencia y hasta de pericia. Tras dejar de lado su admiración x el frepasista Carlos Auyero y por Elisa Carrió, Michetti se volvió el “jocker” del macrismo. En cada elección la prueban donde necesitan una figura colectora de votos. En ese contexto arrancó en 2007 pidiendo a los porteños el voto para hacer realidad, en cuatro años de mandato, los sueños que abrigaba para Buenos Aires. Una vez que se le dio, debía encargarse de acompañar la gestión ejecutiva y presidir la Legislatura local, pero a los dos años (luego de uno plagado de licencias) volvió a sonreír a los porteños para explicarles que era imperiosa su mudanza al Congreso Nacional. Los vecinos creyeron, tal como el partido lo planteaba, que la Cámara de Diputados no sería lo mismo sin ella, que la legislación nacional bramaba por su influencia y le volvieron a dar el gusto. Allá fue entonces Michetti abandonando el mandato antes de lo previsto y dejando la ciudad en manos de un jefe de gobierno part time y la Legislatura en manos de un demócrata progresista con quien comparte el raquitismo en experiencia de gobierno y administración.
Hoy ya está dispuesta a una nueva candidatura, la que sea porque ella es como la “compota”, buena para todo. Falló su desembarco en la Jefatura de Gobierno pero podría ser vicepresidente. Dos años fueron suficientes para descollar en la labor legislativa y se apresta a encarar nuevos desafíos. Siempre con una sonrisa.
Francisco de Narváez es también un personaje curioso de la nueva horneada de políticos “cool” que deambulan por estos días. Tras una entrada tardía en esto de la cosa pública ha contribuido con la felicidad de los Kirchner que no han recibido de él más que beneficios. Lleva seis años ocupando una banca de diputado que no ha servido para frenar el avance autoritario ni ha sido usina de grandes ni de pequeños proyectos. Aglutinó a la oposición para ganarles en 2009 y, a dos años de aquel batacazo, un escéptico concluye que fue infinitamente más útil al “modelo” que a sus adversarios, hoy deshilachados en gran medida, por los buenos y destructores oficios del “colorado”. Si se descarta la posibilidad de componenda con el oficialismo no se entiende qué cosa lo enfrenta hoy con sus aliados de ayer tanto como para dinamitar el polo anti-kirchnerista que había conformado alrededor suyo con algunos peronismos y amigos del barrio. Si no es adrede, igual merece un agradecimiento desde la más alta jerarquía K por dedicarse a embarrar la cancha desde que desembarcó, un día cualquiera sin demostrar con claridad hasta ahora, para qué.
Ricardito es un personaje de difícil análisis. Sus merecimientos son contradictorios. Merece atención a partir de la gravitación que adquirió tras la muerte de su doble, o sea su padre y merece que se lo ignore por sus escaseces personales. Alfonsín es la exaltación del “emberretamiento” de la política: la elección del peor entre los malos; tanto que no se entiende por qué mira con recelo a los Macri boys; él también hace gala de una página en blanco en materia de experiencia política aunque sea tal vez, la página más prolija que pueda mostrar de sí y de su conducta pública.
Podemos seguir barajando y destapando cartas o caras y serán siempre repetidas y sombrías: Das Neves, que todavía está tratando de explicar cuánto esfuerzo hay que hacer para ser dueño del mazo, hacer trampa y que te descubran. O Felipe Solá, ex duhaldista, ex menemista, ex kirchnerista y ex aliado de Macri y de Narváez. O Rodríguez Saa, el liberal del peronismo, fiel únicamente a sí mismo, a los extraterrestres con los que asegura tener contacto y a su hermano, el ex novio de la turca Sasin; dos impresentables que hicieron de la provincia en la que reinan un feudo donde todo les pertenece en la complicidad de los tentáculos de un estado benefactor-proveedor-depredador que toma y reparte “a piacere”.
El peronismo contagió sus bajezas a toda la clase política pero hasta no hace mucho tiempo, aunque sea en privado, aún se solía reconocer la diferencia entre la biblia y el calefón. El kirchnerismo consiguió alterar la definición del bien y del mal y adormeció a puro consumo a una población inculta y empobrecida de principios que aceptó mansamente las nuevas acepciones. Lo peor del peronismo, hoy en el gobierno, ha creado un vínculo tácito con sus votantes con quienes intercambian permisos para la inmoralidad.
En medio de una anomia desmoralizante, la sociedad se apresta a votar a quien le prometa mantener vivos el festival de planes de vagancia y los subsidios (no sea cosa de pagar por lo que se consume) y le garantice calma frente a las docenas de cuotas que penden sobre la cabeza de la clase media, endeudada hasta el tuétano. Mientras tanto, no se inmuta por la cantidad de delincuentes que entran a través de nuestras laxas fronteras, ni por los documentos que la autoridad política volantea a destajo; no se inmuta por los miles de puestos de trabajo que le quita esa mano de obra cuasi esclava a los argentinos ni las villas urbanas que engrosan. No se inmuta por la droga ni por el paco, por la inseguridad ni por la corrupción policial, la corrupción judicial y la corrupción política. No se inmutan por el atropello a las instituciones, por los permanentes recortes a la libertad individual ni por los aprietes a la prensa.
lunes, 2 de mayo de 2011
viernes, 18 de marzo de 2011
Hay que "bancar" a Moyano

Los argentinos, siempre tan afectos al espejo retrovisor, quieren encontrar en el presente enfrentamiento entre popes del actual gobierno, semejanzas con lo sucedido a comienzos de los ´70. Puede haberlas aunque lo más significativo de todo es que los peronistas en particular y los argentinos en general, no hayamos aprendido nada de tan lamentable porción de nuestra historia reciente.
martes, 15 de marzo de 2011
viernes, 11 de marzo de 2011
Peronismo porfiado

Es como si los alemanes rememoraran con emoción el triunfo de Hitler en las elecciones. Que el hecho histórico arranque lágrimas es entendible pero exclusivamente por el daño inmenso y el dolor que desparramó en los años posteriores. Recordar a Hitler y lo que trajo consigo en otro contexto sería de una perversidad impensable.
El kirchnerismo, que es peronismo del puro aunque algunos intenten negarlo para despegar su desastrosa gestión del mito, sólo agregó a modo de sello personal esa suerte de actitud porfiada, que te hace empantanar cuando el auto circula por una zona anegada. En lugar de poner primera y con suavidad sacar la rueda en problemas, los kirchneristas fuerzan la quinta sin escalas y entierran las cuatro.
Lo hizo el canciller, un torpe con mayúscula, que se hizo fotografiar revolviendo pertenencias ajenas mientras creaba otra desinteligencia innecesaria con Estados Unidos; lo hizo la presidente cuando se declaró “desilusionada” de la gestión del presidente Obama, sin reparar en que su opinión no era relevante ni oportuna. Lo hizo Néstor Kirchner al zamparle un “Minga con el Fondo” a un acreedor memorioso y poco domesticable al que los países pobres y mal administrados como el nuestro siempre recurren mal que les pese.
Esta manía de redoblar la apuesta llevó a una banda de furiosos K a reunirse alrededor de uno de los peores recuerdos de la era peronista y sostener desde la falacia que hay un episodio histórico en el desembarco de Héctor Cámpora cuando lo único que significó es violencia y descontrol encaramados en el estado.
El acto organizado por la agrupación política La Cámpora, que incluye la presencia de Cristina Kirchner y recuerda la llegada al poder de la fórmula peronista en 1973 es, en esencia, peronismo; es festejar la tragedia, perseverar en el error y en el horror, no hacerse cargo de la responsabilidad que le cabe sobre una porción de la historia argentina reciente, es porfiar inventando un “relato” distorsionado de los hechos a la medida de lo que les gustaría haber sido y es aprovecharse de la incultura que sembraron construyendo sobre ella la imagen de lo que no son a costa de la verdad. Y es además, una falta de respeto a los argentinos, gesto al que los peronistas nos tienen acostumbrados desde hace décadas y que venimos tolerándoles con una paciencia que raya en la inmoralidad.