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sábado, 13 de noviembre de 2010

Aguante la Banelco


El reciente escándalo protagonizado por los diputados nacionales en ocasión del tratamiento del proyecto del presupuesto nacional y las denuncias sobre espesas irregularidades que germinaron alrededor es una foto vieja y es muy probable que termine en el mismo cajón que la anterior.

Que las efectividades conducentes, generalmente dinerarias, alienten el voto de nuestros honorables legisladores en uno u otro sentido no sorprende ni quita el sueño a ningún argentino.
Después de Juan Domingo Perón, acusado entre otros delitos de enriquecerse ilícitamente en el ejercicio de la función pública, la costumbre tuvo una inusitada aceptación y dejó de ser una excepción para pasar a ser la regla: es infinitamente más breve la lista de los funcionarios que no se van a sus casas inmensamente ricos.

La inmoralidad, que es como el agua, no inunda por sectores estancos y cuando el ser humano se hinca frente al dinero porque encuentra menos bochornoso ser deshonesto que ser pobre, las estafas se suceden en todos los planos.

Por ese camino que inauguró el peronismo como modus vivendi para la clase política argentina arribamos, incrédulos los espectadores, a mudanzas políticas insólitas, alianzas inimaginables, acuerdos y desacuerdos exóticos, traiciones varias y conductas aparentemente incomprensibles que únicamente una chequera de común denominador explica.

Sólo así fue posible el Pacto de Olivos, que reunió a adversarios acérrimos al amparo de una vergonzosa negociación de mezquinas ventajas. Carlos Menem y Raúl Alfonsín como referentes de sus respectivos partidos acordaron una reforma constitucional para otorgarse sendos beneficios partidarios. Modificar la mejor constitución de América en aras de sus propios espacios, en una sociedad sana, hubiese supuesto el cargo de traición a la patria para ambos. En la nuestra, sin embargo, significó una banca de senador para uno y una despedida de héroe nacional para el otro, tan multitudinaria como inmerecida.

Con Alfonsín enterramos los pormenores del otro acuerdo descarado que protagonizó en la década siguiente con otro peronista: Eduardo Duhalde y que implicó la abrupta interrupción del mandato de Fernando De la Rúa. Por eso que el hijo de Raúl Alfonsín, quien tiene a su favor tan sólo un mero parecido físico con su padre y nada más, sea depositario de tanta expectativa política marca un rumbo nacional de fracaso inexorable.

Así llegamos, sin sobresaltos, a admitir que los votos de nuestros representantes se compran y se venden. Por influencia de iletrados y tramposos está permitido creer que esos son males menores del sistema democrático y no su enfermedad terminal.

Cuando los vientos del hartazgo general empezaron a soplar Mauricio Macri pareció interpretarlos y, con el discurso y la receta de la “nueva política” capitalizó el segmento menos ideologizado y más hastiado del espectro. Con esas banderas pidió el voto para un numeroso grupo de desconocidos que bajo su tutela llegaron a funciones ejecutivas, legislativas y judiciales, unos auténticos “snob” en términos políticos. El electorado les creyó cuando dijeron que venían de otro lado a hacer otra cosa y en ellos depositó la confianza que les habían perdido a los otros por innegables y numerosos motivos.

Por eso ahora es aún más indignante que el macrismo, muy probablemente con Macri a la cabeza, haya negociado en el Congreso Nacional con lo peor del peronismo, como corolario a una larga lista de concesiones que le viene haciendo.

En el rejunte de ignotos que el PRO ha sentado en las bancas hay representantes del ala más izquierdista del alfonsinismo, peronistas de variado pelajes pero peronistas al fin, socialdemócratas, ex partidarios de Manrique y algún conservador sobreviviente de la extinción; en suma, un puñado de francotiradores que votan enfrentados y dispersos la mayoría de las veces porque no comparten ni ideología ni conducción partidaria. Un amorfo que dista mucho de la promesa de renovación de formas y de fondo que habían ofrecido.

La reciente colaboración con el kirchnerismo no sólo es una estafa a quienes lo siguieron de buena fe. A la deslealtad que practican se suma una ostentación de torpeza con la que vienen perdiendo espacio y adeptos.

Tal vez, lo dudo, el gobierno retribuya al PRO éste último favor y los anteriores liberando al Jefe de Gobierno del brete judicial en el que se encaminó del brazo de su debilidad por los amigos y los aficionados. Ojalá. Al menos así, la última movida antes de su defunción política final, no habrá sido en vano.

domingo, 7 de noviembre de 2010

La Foto


Si mi abuelo resucitara no lo podría creer. El, que siempre blasfemó contra el peronismo, vería que es por completo imposible sustraerse al elogio ante un país absolutamente transformado en el que todo ha mutado en tan poco tiempo a partir de la implementación de las políticas correctas; de aquella sociedad empobrecida de hace menos de una década sólo quedan girones en extinción mientras resplandecen los destellos de una auténtica potencia bolivariana que asoma ante los ojos incrédulos de los detractores del “modelo”. No son más que capitales concentrados y fuerzas malignas que apuestan permanentemente a que la ecuación “aumento del gasto público + redistribución de la riqueza ajena” fracase. Los enemigos del pueblo, que los hay siempre, insisten con la antigua receta del trabajo como inicio del círculo virtuoso de la reactivación social. Son individualistas, necios y envidiosos que se resisten a admitir las bondades de la receta populista básica e histórica del peronismo, que siembra empleados del estado y cosecha sonrisas y seguidores fieles.

Hoy el aeropuerto revienta de pasajeros repletos de valijas cargadas de ropa nueva comprada de a montones en los shoppings que se siguen construyendo aún en el post-menemismo. Porque el pueblo primero avanzó sobre los supermercados, compró y comió vituallas hasta intoxicarse y cuando vació las góndolas migró a un consumo algo más sofisticado: los electrodomésticos. Ahí cargó plasmas, freezers, celulares y laptops hasta agotar las reservas de mercadería de los depósitos. Stockeó pilchas con una sola condición: que tuvieran la marca visible como para que el prójimo supiera. En estos tiempos, la emoción de estrenar algo es directamente proporcional a la cantidad de público que nos mira.

Los resentidos agrandan ciertos detalles menores para empañar tamaño progreso global y han tomado la inseguridad como un caballito de batalla. ¡Obvio que se incrementó el delito! Si sobra la plata! Antes los chorros eran muchísimos menos porque no había nada para robar, qué vivos! En cambio ahora los índices de crecimiento de la actividad económica sumados a la reducción del desempleo hacen de la ciudad un gran cajero automático desbordante de efectivo. Ya lo explicó muy bien por radio Víctor Hugo Morales con la simpleza propia de las grandes verdades: “en todas las grandes capitales pasan cosas” no se cansa de repetir el ilustre comunicador. Y esta es una gran capital aunque a los destituyentes la rabia les vuele las orejas.

Otros critican los cortes de calles por los embotellamientos terribles que se generan. Simple. Preguntale a Rattazzi cuándo vendió tantos autos como ahora y vas a entender el despelote de tráfico. Que unos ciudadanos se manifiesten en libertad y democracia cortando una avenida sólo provoca caos de tránsito cuando los vehículos son muchos; entonces no culpemos al mensajero por el mensaje; acá no hay que reprimir la protesta legítima ni enojarse con ella sino celebrar el crecimiento exponencial de nuestro parque automotor. El boom de la industria pesada que motorizaron los Kirchner no registra antecedentes. ¿La opción de los derrotistas es que nadie tenga movilidad propia salvo los ricos? Ahí no van a encontrar nunca a un peronista; ellos están por la sociedad igualitaria y lo están consiguiendo con un éxito arrollador; en la Argentina existe cada vez menos diferencias En la Argentina K todo el mundo hace colas; es cierto, pero sólo para recibir un cero kilómetro, para tomar un avión camino a unas merecidas vacaciones; se hace cola para comprar en cuotas y para renovar pasaportes porque cada día más gente viaja al exterior; para entrar a recitales de artistas extranjeros que nos están visitando como en los mejores años de la década infame II y pronto se harán colas para gastar los billetes de 100 Made in Brasil. No es exagerado decir que los argentinos hemos empezado a hacer cola camino a la felicidad.

Evolución, Sancho, y si les disgusta y ladran es porque son perros como les zampó muy bien Cristina una vez. Este último peronismo nos ha puesto en el epicentro del planeta. La presidente se comunica con sus seguidores vía Twitter y el canciller nos tiene al tanto de la política internacional en 140 caracteres. Un maestro Mister Twitterman. Algunos tarados inventan cuentas apócrifas y embarran la cancha en un vano intento de afectar sus imágenes, cosa imposible de lograr por otra parte. Desde una de esas cuentas se anunció que la Argentina no iba a declarar la guerra al Reino Unido pero que evaluaba las represalias contra Bolivia por la reciente intromisión en el territorio y hasta empezó a circular esa misma madrugada un borrador de ultimátum a Evo, solicitando a los twitteros que estuvieran despiertos que aportaran ideas. Luego resultó una chanza de mal gusto. Estúpidos que ni se enteraron que Obama ganó las elecciones así, vía Twitter. Un comentario lleno de sorna, seguro que viene de Clarín, salió a decir que tuvieran cuidado con aquella victoria y los efectos de las redes sociales porque así también los demócratas habían perdido dos años después por paliza la renovación de mitad de término. Amargados.

Otros criticaron la toma de colegios y facultades con la liviandad típica del que no tiene la responsabilidad de la gestión de gobierno. Parecen no advertir que esa juventud maravillosa reclama instalaciones decentes porque ahora las conoce, porque se acabaron y para siempre las villas de emergencia en la Argentina; y el hacinamiento. La profusión de ventajosos créditos que otorga un sistema financiero sólido como el nuestro más el abandono del corto plazo como forma de vida hizo posible el acceso masivo a la vivienda propia. Ahora nosotros también proyectamos a futuro como las sociedades promisorias. La crisis habitacional es una pesadilla que quedó definitivamente en el pasado.

Y dan clases en la vereda porque cada día son más los jóvenes escolarizados. Cuando los Kirchner no estaban los alumnos desertaban; unos tenían que trabajar para ayudar económicamente a sus familias y otros se dedicaban a la vagancia. Hoy esa situación ha sido superada. Los chicos y jóvenes estudian y esa fue la vía para sacarlos del delito y las adicciones. En esta Argentina ya no hay drogadictos porque carecen de motivos para evadirse de la realidad. El presente entusiasma y el futuro, seduce. Así de simple.

Un capítulo aparte merecen los abuelos, históricamente maltratados por las sucesivas administraciones hasta que llegó Cristina Kirchner que tomó el toro por las astas, se quedó con los ahorros de la gente y desde entonces personalmente se ocupa de que a ningún jubilado le falte nada. Es difícil afirmarlo porque son muchos los sectores que están bien pero tal vez sean los viejitos la porción poblacional más favorecida de todas. Es probable que la cuota de cálida ternura de la presidente se demuestre en su preocupación casi obsesiva por los mayores. Ellos, las viudas de los policías y las madres de los chicos muertos en episodios delictivos desgarran el corazón sensible de nuestra presidente. Se nota claramente porque, aunque la señora se esfuerce por controlar sus emociones, es imposible ocultar un alma buena.

Ni qué decir de lo hecho en el ámbito internacional. Estrechamos vínculos con nuestros hermanos latinoamericanos al punto que los militares bolivianos pasan a suelo argentino sin pedir permiso. Los venezolanos nos prestan plata, Evo y Correa nos bancan en todas y hasta nos quedamos con delincuentes de otros países en reciprocidad a tantos gestos de hermandad recibidos.

Salvo algunos hechos desgraciados, menores por otra parte y cada día más aislados, en suma, la gente es feliz; viaja, compra, sale; proyecta; estudia; cuida su salud y disfruta de los permisos que también fue adquiriendo durante los años K en absoluta libertad. Porque el kirchnerismo nos encamina hacia un paraíso de igualdad y libertad. Nada de antipáticas diferencias entre hermanos. Ahora todos pagamos por el futbol que antes pagaban sólo los que lo consumían, pero el estado nos compensa el golpe al bolsillo con la libertad de verlo o no. Nosotros elegimos si vemos el partido y por qué canal porque estamos en un país igualitario y libre.

Por suerte y ante tamaña derrota de sus banderas ideológicas, cada día quedan menos exponentes del capitalismo salvaje. ¿Quién puede en este edén igualitario sugerir que la receta no es un éxito? Hoy en la Argentina cobra jubilación el que aportó y el que no; hacen política los que tienen la idoneidad que requiere la Constitución Nacional y los que no; todos nos quedamos sin nuestros ahorros jubilatorios, sin excepción y ahora todos tenemos el mismo administrador; finalmente, desde no hace mucho y por ley nacional, nadie puede considerar una desviación del carácter que a un hombre le guste otro hombre o a una mujer otra mujer porque tenemos un instituto que prohíbe la discriminación y a un afamado actor a su cargo para caerle con todo el peso de la ley a quien ose expresar que no es un orgullo ser homosexual.

Paradójicamente, esta metamorfosis nacional enfrenta a la actual administración con un serio problema: si Cristina Kirchner aspira a la reelección, le van a faltar promesas de campaña para hacer porque hay que reconocerlo: el kirchnerismo ya lo ha hecho prácticamente todo. El país es tan otro que, por momentos, cuesta reconocerlo.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

El Rumbo


Hay dos circunstancias que son el marco propicio para los cambios: una gran alegría o una gran tristeza por tratarse de circunstancias excepcionales que nos sacan de la rutina y exponen la propia sensibilidad a la reflexión y a la revisión; son momentos escasos, aislados y extremos. Dicho de otro modo, si una enorme alegría o una pena profunda no logra un cambio ¿qué otro disparador podría tener más fuerza?

Para un político debe haber pocos estados de felicidad más rotundos que el de alcanzar el cargo de presidente de la nación; establece una relación intensa con el pasado y con el futuro y les agrega sentido a ambos en tanto es el corolario a una vida dedicada a la acción pública y la llave para materializar los proyectos que fueron el combustible de la militancia.

En el otro extremo, la muerte de un ser querido devasta, nos enfrenta a lo irreparable y ubica, de un cachetazo, al ser humano en el plano de su verdadera finitud porque en el fragor de sus batallas cotidianas suele perder la perspectiva existencial hasta que la vida, implacable, impone el valor de lo importante.

Para los creyentes es menos arduo aceptar la desaparición física de los afectos porque creen en la redención del alma y la vida eterna. Una capilla ardiente sin cruz, sin una flor y una vela no es la capilla ardiente de un creyente. El ascetismo que vimos en la Casa de Gobierno en oportunidad de la muerte de Néstor Kirchner, con un ataúd cerrado que puso una inexplicable distancia final con sus simpatizantes, fue absoluto y habla de los tiempos que vendrán.

No hace falta preguntarse más cómo serán los días por venir. No importan las declaraciones, todas inoportunas, de los empleados del régimen. Los improperios del peor canciller que ha tenido el país no cuentan ni para la crónica del lunfardo; el imprudente y casi irrespetuoso lanzamiento de la reelección de Cristina Kirchner que hicieron varios funcionarios sólo agrega vergüenza ajena al peor gabinete de la historia argentina. La confesión del Ministro de Trabajo sobre el “sostén” que representa el camionero Moyano para la presente administración releva de aportar pruebas a que estamos frente a una construcción política endeble que requiere de sustento externo. Cuando en los actos oficiales el protagonismo de la farándula supera el de la Corte Suprema de Justicia es el juicio recto del poder central el que falla, y gravemente. Y el rechazo a recibir un gesto tan elemental como son las condolencias no es precisamente un rasgo de nobleza del espíritu y sólo se explica confundiendo prójimo con enemigo.

Por ser ella una figura pública hemos sido espectadores de muchos pasajes de la vida de Cristina Fernández. La vimos cuando ganó las elecciones presidenciales y también cuando perdió a su compañero de ruta. En aquella alegría tomó la posta que le entregara Néstor Kirchner y adoptó colaboradores y políticas sin variantes.

Por estos días, en el otro extremo y transitando, según nos confió, la mayor pena de su vida, no ha transmitido intención alguna de cambiar algo. Por el contrario, la referencia a la presencia de su marido entre la gente, al margen de sonar extraña para quienes parecen no creer en la vida después de la muerte, es un claro mensaje del rumbo que llevará el gobierno en adelante.