
Quedarse con Leopoldo Moreau, Freddy Storani y Coti Nosiglia era como estar al borde del precipicio y decidirse por dar un paso al frente.
Tampoco es que la opción fueran el Dalai Lama y Winston Churchill pero al menos Ricardito Alfonsín no hace siete lustros que deambula por la política nacional, hecho que a la profundidad de caída que padece la política nacional, ya es una virtud.
Mirado desde el análisis técnico, el resultado de la interna que dirimió el partido radical de la provincia de Buenos Aires el pasado domingo es alentador. Para empezar, porque hicieron elecciones y evitaron el dedo que vienen aplicando los peronistas, la Coalición Cívica y el macrismo con prolijo desparpajo.
Y es buena noticia porque el candidato ganador fue contra el llamado “aparato” que dicho en singular identifica las ventajas y resortes adicionales con los que cuentan los que empuñan el sello del partido en detrimento de la o las listas opositoras al oficialismo. En plural es otra cosa y, en este caso también podría adquirir sentido respecto de algunos de los protagonistas. Como referencia histórica claramente salta a la luz 1988 cuando Carlos Menem le ganó la interna a Antonio Cafiero, el candidato del “aparato” peronista. No es un dato demasiado feliz pero es lo que hay. Lo interesante para rescatar de ambos ejemplos es la posibilidad de que la voluntad de los afiliados se imponga sobre las componendas de cúpulas, punteros y burócratas de la política de comité.
Ganó con Ricardo Alfonsín la identidad radical. Si eso es bueno o no tanto no es el punto ahora. Sí es que el decidido apoyo a su figura vino del interior de la provincia más que del primer cordón bonaerense, la parte más “aporteñada” del distrito. Dicho en otras palabras, se estaba definiendo si Cobos sí o Cobos no y privó Cobos no. El radicalismo dijo no al modelo de deslealtad y punto.
Con ese aval es bien probable que a partir de ahora la UCR vire hacia los acuerdos que el “cobismo” resistía y que se resumen en un nombre: Elisa Carrió más específicamente. El radicalismo podrá levantarse o no de los harapos que viste hace una década. Podrá ser opción de poder, definir propuestas y defender las instituciones que se están cayendo a pedazos. Podrá romper con el mito, como lo hizo Alfonsín padre, de que no se puede gobernar sin el peronismo o podrá volver a defraudar.
Hasta acá, las ventajas de que hayan perdido quienes perdieron. Luego habrá tiempo para festejar que ganaron los que ganaron. Cuando nos den motivos; mientras tanto, las instancias políticas presentes me remiten con demasiada frecuencia a un diálogo que mantuve con una amiga hace varios años. En su intento, casi desmedido, por resaltar las condiciones de cierto señor que frecuentaba con alguna asiduidad me comentó la buena voz que tenía y lo importante del dato. Un silencio incómodo se produjo entre nosotras; yo no quise contradecirla aunque ella estaba perfectamente consciente de la fragilidad de su argumento. Fue entonces cuando, para mi sorpresa, agregó: “Ya sé. No digas nada. ¡Con qué poco nos conformamos!”
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