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domingo, 20 de junio de 2010

Balance Semanal


A diez días de iniciado el campeonato mundial de football el firmamento kirchnerista se ha llenado de estrellas. Un conteo rápido de los logros anota: la liberación del puente de Gualeguaychú; el “Ok” de la Corte Suprema de Justicia para aplicar la Ley de Medios sancionada justo antes de que el oficialismo perdiera la mayoría propia en el Congreso; la intervención de una de las dos grandes empresas proveedoras de gas que la pone inquietamente cerca de las voraces fauces reestatizadoras; el sopor en el que ha entrado la mega-causa que denuncia millonarios sobornos y sobreprecios en los negocios con Venezuela que impacta en el corazón mismo del gobierno; el reemplazo de Jorge Taiana por el ultrakirchnerista Héctor Timerman al frente de la Cancillería como para asegurar el cerrojo sobre la única filtración que le sacó a aquel entuerto el calificativo de “crimen perfecto” y el rechazo de la Cámara al pedido de Mauricio Macri de separar al juez Oyarbide de la investigación que lo tiene procesado.

A eso hay que sumar el efecto que de por sí tiene sobre el público el Mundial de football que transcurre por estos días en Sudáfrica que, sin duda, distrae del diario trajín. Los dos triunfos de la selección argentina y la expectativa sobre los partidos futuros son una suerte de limbo que computa a favor del Gobierno, sin ninguna duda.

Además, hay otra circunstancia para alimentar el buen talante local. El football provoca una movilidad global tan súbita como efímera que hace posible, cada cuatro años, que los países postergados como el nuestro, nos creamos superiores a los que por ahí no corren tan bien tras la pelota pero que viven bastante mejor el resto de los días entre mundial y mundial. El microclima de la superioridad levanta la autoestima nacional entre quienes somos convenientemente instigados a mirar al mundo adelantado por encima del hombro. “No somos tan malos, sucios y feos como nos quieren hacer creer”, usted vio, y a disfrutarlo mientras dure.

Ojo que, mientras tanto, la oposición hace lo suyo. El hecho más trascendente de la semana anterior y que produjo escozor en el oficialismo fue la foto de los peronistas buenos juntos por lo que, envalentonados, levantaron la apuesta; sobre el pucho nomás sumaron a los popes radicales y, mientras hacían tiempo para crear el siguiente hecho político de envergadura, se sentaron a escuchar los consejos del cardenal Bergoglio que, como nadie le da ni cinco de corte, viene repitiendo lo mismo hace por lo menos cuatro años, haciendo gala de la paciencia jesuita con la que Nuestro Señor lo ha premiado.

A cartón seguido de tan sobrecogedora experiencia se vino la movida política que pone en vilo al Gobierno: otra foto. Si bien el eje del mecanismo con el que tienen pensado derrotar a los Kirchner es un secreto guardado bajo siete llaves, todo parece indicar que la médula de la estrategia de campaña enhebrada por los cráneos del marketing político que rodean a la ilustración anti-K será tirarles con un álbum. Está en discusión la foto de tapa; la de “Franta”, en sepia, colorado y aguerrido convirtiendo un “try” compite con la de Eduardo Duhalde parado en el extremo de un trampolín de las piletas de Ezeiza, listo a zambullirse. Ambas contienen un subliminal mensaje de garra y arrojo amenazante.

En las puertas de una nueva semana las tareas se reparten: los popes del peronismo bueno seguirán recorriendo barrios y pueblos, visitando compañeros, mateando con ellos y comunicándolo vía Twitter mientras el tropel de peronistas malos tiene en agenda: prohibir la comparencia del embajador Sadous en el Congreso; avanzar sobre el desmantelamiento de los medios de comunicación independientes; reglamentar la reforma política que barre con una centena de partidos como consecuencia inmediata y mantiene a los que queden en pie ocupados en cumplir las exigencias burocráticas que impone la ley; esperar que la justicia independiente confirme, muy probablemente antes del viernes, el procesamiento del Jefe de Gobierno aunque sin el cargo de asociación ilícita que convierte en un grotesco toda la demanda. Ah! Y aguardar, con nerviosismo, la próxima foto del enemigo.

martes, 8 de junio de 2010

La Interna Radical


Quedarse con Leopoldo Moreau, Freddy Storani y Coti Nosiglia era como estar al borde del precipicio y decidirse por dar un paso al frente.

Tampoco es que la opción fueran el Dalai Lama y Winston Churchill pero al menos Ricardito Alfonsín no hace siete lustros que deambula por la política nacional, hecho que a la profundidad de caída que padece la política nacional, ya es una virtud.

Mirado desde el análisis técnico, el resultado de la interna que dirimió el partido radical de la provincia de Buenos Aires el pasado domingo es alentador. Para empezar, porque hicieron elecciones y evitaron el dedo que vienen aplicando los peronistas, la Coalición Cívica y el macrismo con prolijo desparpajo.

Y es buena noticia porque el candidato ganador fue contra el llamado “aparato” que dicho en singular identifica las ventajas y resortes adicionales con los que cuentan los que empuñan el sello del partido en detrimento de la o las listas opositoras al oficialismo. En plural es otra cosa y, en este caso también podría adquirir sentido respecto de algunos de los protagonistas. Como referencia histórica claramente salta a la luz 1988 cuando Carlos Menem le ganó la interna a Antonio Cafiero, el candidato del “aparato” peronista. No es un dato demasiado feliz pero es lo que hay. Lo interesante para rescatar de ambos ejemplos es la posibilidad de que la voluntad de los afiliados se imponga sobre las componendas de cúpulas, punteros y burócratas de la política de comité.

Ganó con Ricardo Alfonsín la identidad radical. Si eso es bueno o no tanto no es el punto ahora. Sí es que el decidido apoyo a su figura vino del interior de la provincia más que del primer cordón bonaerense, la parte más “aporteñada” del distrito. Dicho en otras palabras, se estaba definiendo si Cobos sí o Cobos no y privó Cobos no. El radicalismo dijo no al modelo de deslealtad y punto.

Con ese aval es bien probable que a partir de ahora la UCR vire hacia los acuerdos que el “cobismo” resistía y que se resumen en un nombre: Elisa Carrió más específicamente. El radicalismo podrá levantarse o no de los harapos que viste hace una década. Podrá ser opción de poder, definir propuestas y defender las instituciones que se están cayendo a pedazos. Podrá romper con el mito, como lo hizo Alfonsín padre, de que no se puede gobernar sin el peronismo o podrá volver a defraudar.

Hasta acá, las ventajas de que hayan perdido quienes perdieron. Luego habrá tiempo para festejar que ganaron los que ganaron. Cuando nos den motivos; mientras tanto, las instancias políticas presentes me remiten con demasiada frecuencia a un diálogo que mantuve con una amiga hace varios años. En su intento, casi desmedido, por resaltar las condiciones de cierto señor que frecuentaba con alguna asiduidad me comentó la buena voz que tenía y lo importante del dato. Un silencio incómodo se produjo entre nosotras; yo no quise contradecirla aunque ella estaba perfectamente consciente de la fragilidad de su argumento. Fue entonces cuando, para mi sorpresa, agregó: “Ya sé. No digas nada. ¡Con qué poco nos conformamos!”

lunes, 7 de junio de 2010

¿Feliz Día?




A 200 años del día en que Mariano Moreno ponía en la calle el primer diario argentino no hay demasiado para festejar, a no ser el mero paso del tiempo. El país ha dejado de querer la libertad como la quisieron los hombres que construyeron el país.

La libertad no se obtiene de mucho nombrarla; no se declama, se ejercita a diario. Es una forma de vida y se aprende. La Argentina hace décadas que reemplazó la enseñanza de la libertad por la práctica de modelos sociales perversos que llenan el discurso de palabras vacías de contenido donde la libertad es, como mucho, un slogan.

El amor a la libertad es otra cosa. El amor a la libertad es anterior a las corporaciones políticas. Es entender que el crecimiento personal es posible y que no depende de cuánto intervenga el estado en nuestras vidas sino de cuánto espacio nos deja para desenvolvernos. Es creer en el esfuerzo que cada uno hace en su propio favor. Es confiar en que las instituciones de la república colaboren garantizando la vigencia del estado de derecho, la igualdad ante la ley y la idoneidad de los funcionarios públicos. Y además, el amor a la libertad no depende de que lo profese o traicione el vecino. El amor a la libertad es una elección individual.

Hoy, que por un excelente trabajo de posicionamiento propagandístico, la izquierda subversiva que nos azotó en los ´70 goza de una inmerecida buena imagen, la sociedad argentina ciclotímica, inconstante como un adolescente y snob, saltó de vereda y ahora los acompaña, festeja y convalida arbitrariedades, disculpa el olvido de la ley y hasta el desprecio por las instituciones. O calla. Calla ante las persecuciones políticas disfrazadas de legalidad sin inmutarse. Calla la sociedad cuando no rechaza la arbitrariedad y cuando calla legitima el delito. La historia enseña que los totalitarismos se instalaron con la complicidad popular en el atropello a los derechos individuales y también enseña el costo que se paga por ese error.

“Faltan voceros de la libertad” dijo el desaparecido Julio Ramos en el homenaje a los 90 años del ingeniero Alsogaray. Es claro que faltan ellos y el eco de sus prédicas. La anoréxica esperanza de quienes no han emigrado aún se asienta en identificar, a pesar de los vaivenes de la moda, la existencia de espíritus genuinamente comprometidos con la libertad. Aunque es cierto: para que eso suceda es condición que la sociedad argentina madure y abandone la impunidad, a veces especulativa, con que aplaude o repudia un mismo principio según caliente el sol.