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jueves, 5 de noviembre de 2009

Uno propone y el subdesarrollo dispone



Hoy me levanté temprano porque “Al que madruga Dios lo ayuda”. La idea era arrancar de casa enseguida pero la tormenta de la noche había hecho de las suyas. Estábamos sin luz pero antes de indignarme, recordé el sabio consejo del estadista latinoamericano Hugo Chávez y decidí meterme a la ducha a oscuras. ¿Quién necesita luz en su propio baño? Es más, llegué a la conclusión de que había desperdiciado energía durante décadas.

El segundo inconveniente se me presentó por confiada. Debajo del chorro comprobé que la bomba había dejado de funcionar junto con el corte de luz. El agua estaba helada y chorreaba sobre mi pelo. Mi primera reacción fue salir de la bañadera de un salto y envolverme en una manta; como no tenía una manta en el baño, no estaba segura en qué placard estaban guardadas y a oscuras se hacía más complicado ubicarlas, me conformé con el toallón, una gorra de baño para evitar el goteo y un par de botas que pisé en el apuro. Evidentemente, no eran mías porque me apretaban y además, a pesar de la penumbra, no las reconocí. Estaba segura de no haber tenido nunca un par de botas plateadas.

En la estampida debo haber hecho más ruido del que supuse porque enseguida escuché una puerta que se abría y asomó una amiga de mi hija que, aún cuando no pude reconocer en la oscuridad, deduje que era la dueña de las botas. Quise disculparme por usarlas sin permiso pero ella reaccionó antes y, no bien me vio, pegó un grito y se encerró en el cuarto mientras le preguntaba a mi hija por la llave de esa puerta y le decía que llamara al 911.

Para entonces yo había dejado de temblar, sobrepuesta del frío que me había empujado fuera de la ducha pero aquel incidente me aterró y mientras temblaba (de miedo esta vez) traté de tranquilizar a las chicas diciéndoles que “eso” no era un ladrón sino yo y que la policía no era necesaria.

Un vecino madrugador escuchó la batahola y, solidarios y oficiosos como somos los argentinos, pidió ayuda. Me impresionó lo rápido que llegó el patrullero. A esa altura de los hechos, yo no sabía si cambiarme, tratar de calmar a la amiga de mi hija o atender la puerta antes de que me la derribaran a patadas. Cuando la gente se empezó a juntar en la vereda me dije: “Llegó Crónica”. Los porteros de la cuadra hacían notas periodísticas comentando que somos viejos moradores del barrio por lo que nos conocen hace muchos años y dieron, por suerte, fe de nuestra buena conducta.

Solucionado el malentendido, ya era media mañana. Descartado el secador de pelo por razones de fuerza mayor, decidí salir como estaba para no desperdiciar con detalles estéticos el beneficioso madrugón.

Veinte minutos después, bajaba las escaleras del subte; en un suspiro estaría en pleno centro y el comienzo agitado se transformaría en una jornada provechosa. Un cartel todo tachoneado que estaba por completo ilegible parece ser que advertía sobre un “paro sorpresivo” que mantenía inactivo el servicio. Allí me hubiese convenido estar cuando salté de la ducha. La multitud apretujada había subido la temperatura del andén a niveles sofocantes. Nunca supe cómo fue que quedé entre los huelguistas y los sindicalistas de la UTA que venían a romper la huelga o no sé que otra cosa pero lo cierto es que volví a tener miedo y lamenté que mi vecino no estuviera a mano para llamar a la policía. Esta vez sí que la precisaba. Si bien es cierto que algunos de los incondicionales de Mauricio no sirven, literalmente, ni para espiar, hasta la presencia de James y "el Fino" me hubiese bancado a esa altura.

Nunca supe muy bien qué quería decir mi abuela con eso de que “Uno tiene un Dios aparte” pero cuando zafé del sándwich humano me cayó la ficha. Se ve que mi abuela había vivido la primera época de Perón, cuando otros forajidos quemaban iglesias y cerraban diarios a palos. ¡Cómo enseña la historia!

Ya en la calle me decidí por el colectivo que es más lento pero tarde o temprano, llega. Vi una cola que doblaba la esquina y descarté que se tratara del cine porque ninguna función empieza tan temprano. Eran almas que, como yo, soñaban con trasladarse a sus obligaciones. La demora que significó para la prestación del servicio el éxodo de los habituales usuarios de subte al transporte terrestre me dio tiempo a contar cuántos subirían antes que yo. Cuarenta y tres.

En menos de una hora ya estaba convertida otra vez en una sardina pero en movimiento. Por unos minutos porque de pronto, paramos. Había unas quince personas que cortaban la calle en reclamo de no sé qué cosa, veinte policías que los custodiaban para que avasallaran los derechos ajenos sin contratiempos y treinta periodistas que cubrían el piquete. Como "No hay mal que por bien no venga", el tiempo que había pasado dentro del subte, en la fila para subir al bondi y allí arriba había generado onda con algunos de los pasajeros, uno de los cuales resultó ser amigo mío de Facebook. Yo le encontré cara conocida de entrada.

No más de diez minutos me tomó llegar a la puerta del colectivo para poder bajarme. Era preferible caminar y ya éramos un grupo; si hubiésemos tenido un trapo para taparnos la cara y palos, les hubiera sugerido cortar alguna calle y protestar por algo. Es una especie de terapia que descubrió el kirchnerismo para desalentar la medicina clásica del psicólogo y esas bobadas. Allá fuimos a pie hasta que la tormenta se impuso de nuevo. Siempre quise tener ojos claros pero esa tarde (ya eran pasadas las 14) lamenté no ser más alta porque los lungos se arremangaban los pantalones y el agua de Juan B Justo no les pasaba de la rodilla pero en mi caso, temí que me llevara la correntada que hacían los camiones y colectivos al pasar. Ni hablar de las botas, que no eran las plateadas pero que tampoco hubiesen resistido. Un moto-chorro, con esa habilidad que ya traspuso fronteras y los hizo famosos en el mundo entero, partió en nuestras narices con mi reloj y la cartera de una señora que estaba decidida a cruzar a nado y que sólo dudaba en el estilo, si pecho o espalda.

Muerta de hambre y ante la imposibilidad de continuar la marcha, me despedí de mis circunstanciales amigos y entré a un barcito para hacer tiempo mientras bajaba el agua. Parece que Pablo Moyano justo el día anterior había impedido la salida de los camiones de gaseosa de la distribuidora así que no había Coca Light. Poniéndole “Buena cara al mal tiempo” me pedí un agua mineral que estaba natural porque allí también habían estado sin luz, y me dispuse a hojear los diarios, que tampoco estaban porque otro grupete de sindicalistas había impedido esa madrugada la salida de los camiones que distribuyen “La Nación” y “Clarín”.

Por suerte el barcito tenía una tele que, sintonizada en un canal de noticias, me informó de varias novedades: salió el tarifazo informático; la media sanción para permitir la extracción compulsiva de sangre a las personas; la reapertura del canje de la deuda, lo que implica dejar sin efecto la ley de hace cuatro años que decía lo contrario; el criterio de la Cámara de no sé cuánto que interpreta más derecho la huelga que la prestación de los servicios públicos; la libertad de los hermanitos Schlenker y su segura reincorporación a la barra brava de River; el ataque a tiros al jugador Cáceres; y el paro de los médicos bonaerenses.

Para cuando amainó la lluvia también caía la tarde. Quise averiguar si había vuelto la luz en casa pero preferí no usar el celular porque estaba casi sin batería producto de una noche sin recargarse. “Mejor” me dije, un poco de misterio en la vida es saludable. Al fin y al cabo no me vendría nada mal tener que subir los catorce pisos como los bajé a la mañana. Seguro que el encargado puso velitas en los escalones y hasta romántico queda; mientras te vas quedando sin aire por la falta de entrenamiento, transpirás, te sacás el abrigo que empieza a estar de más y dejás que la imaginación haga el resto.

Una vez en mi departamento, con la lengua afuera, transpirada por la suma de apretujes, caminatas y escaleras; con las provisiones del freezer descongeladas; los aparatos eléctricos desprogramados; la mísera suma mensual del presentismo perdida; sin reloj y la muñeca algo magullada aunque mucho menos que el ánimo, comprobé que había luz. Cortes, asaltos, piquetes, huelgas, enfrentamientos, asesinatos. La tele reproducía más o menos las mismas peripecias que había protagonizado yo durante toda esa larga e improductiva jornada así que apagué la televisión y la luz. En penumbra, el presente y el futuro cercano lucían algo menos patéticos.

3 comentarios:

  1. Hola MZ, buenas noches. Buenísimo Tu soliloquio sobre las desventuras de una habitanta de BiEi en un dia casi cualquiera de nuestro tiempo. ¿Nos seguirá por muchos dias, meses, años, este martirologio ? Realmente sobrevivir estos tiempos será de titanes.

    Un abrazo y recuerda mis respetos hacia ti, mi periodista de cabecera!

    Luis Almada

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  2. EXCELENTE es poco!!! NO sé si reir o llorar...

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