
Y verá que así se habla. Con desenvoltura y determinación; garra y definiciones, nada de pomposas e impracticables entelequias sobre inasibles; con gracia y cero pretensiones de saber cuál es el camino de la felicidad ajena, apelando a la humildad de saber, únicamente, de las responsabilidades propias.
Se habla de las obligaciones asumidas el día en que se eligió la carrera política, la lucha por el ejercicio del poder; en positivo, sin gestos afectados, dejando tranquilos a los inversores y a los micrófonos, en ese orden, lo que se consigue enfocando la preocupación en los gravísimos problemas que las administraciones mantienen irresueltos, más que en la caída del flequillo propio.
Se habla rodeado de votantes y de periodistas que, sin los exclusivos corralitos de prensa que los separan y limitan, circulan entre votantes y políticos. Sin cordones de seguridad, sin intermediarios.
Se habla de realidades; del orgullo personal por lo hecho de uno mismo; del orgullo familiar por lo construido en pareja; del orgullo nacional de servir a la patria en la persona de los propios hijos; y hasta del doloroso valor que implica definirse por la guerra en aras de la paz. Se habla de orgullos que no incluyen mención alguna a la tómbola genética que junta cromosomas vaya a saber con qué criterio; porque para ciertos seres la satisfacción de ser deviene de las personas en las que se convirtieron más que en el mix de “X” y de “Y” que los hace hombres o mujeres.
Se habla para los ciudadanos, no para la tapa de los diarios; no se mandan mensajes a terceros y menos si son de mal gusto. No se reta a nadie. Se tiene, en todo caso, la valentía de rechazar las acciones de otros con nombre y apellido y, fundamentalmente, con argumentos.
Se habla con la seguridad sobria de Sarah Palin. Y la convicción que rebalsa de su energía genuina. O tal vez la seguridad tenga relación con la convicción y con la energía. Y todas ellas, con la autenticidad del proyecto y de sus intenciones.
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