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martes, 22 de abril de 2008

El campo. Capítulo 2

A ver. La panorámica del momento político que atraviesa la Argentina tiene componentes de dos tipos; los conocidos, reiterados y remanidos y algunos novedosos.
Perseguir, sea a periodistas, opositores o a la iglesia católica es un viejo ingrediente de las gestiones peronistas, tanto como la intervención en la economía, el engordamiento del estado a costa de los privados, mecanismo cuyo costo se paga por la vía inevitable de resignar eficiencia; la centralización del poder político a través del acaparamiento de los resortes económicos o lo que la calle llama “la caja”; inflación, festival de obra pública y de subsidios; desastrosa asignación de los recursos; rebrote de empresas del estado; el discurso divorciado de la realidad; actos partidarios llenos de público rentado y trasladado mayoritariamente desde el conurbano; los poderes del estado subordinados al Ejecutivo o la pretensión, siempre fracasada, de controlarlo todo son algunas de las manifestaciones aburridamente reintentadas.
La novedad de la época ha sido la obsesión contra las fuerzas armadas y, últimamente, contra el sector agropecuario aunque la noción que alienta unos y otros odios, en lo profundo, es la misma; se inspira en una filosofía que tampoco es nueva: “al enemigo, ni justicia”. Peronismo puro. Y además, reparto indecente de subsidios a la vagancia y una política exterior bipolar que muta de indiferente a hostil respecto de la comunidad internacional, son rasgos particulares del aquí y ahora, insinuados por Néstor y plasmados con furia por ausencia, en los 100 días de desgobierno cristinista.
Entonces, cualquier análisis de la coyuntura política reconoce peronismo en grandes dosis con pinceladas de falso progresismo que reivindica el pasado más desde el oportunismo que desde la convicción y, fundamentalmente porque, en realidad, lo que se intenta llenar es el enorme vacío de no tener un plan. El apoyo al terrorismo de los ´70 junto con la división y el enfrentamiento que fogonea Cristina Kirchner es una cortina de humo que se está agotando al mismo ritmo que las reservas gasíferas. Quizás antes.
Si con las retenciones pretendieron controlar el patrimonio de la gente, con el Observatorio de Medios pretenden controlar su pensamiento. Una idea es abusiva pero la otra es delirante. Y acá reside la verdadera preocupación: quien sea que administre el Estado argentino hoy, ha perdido su contacto con la realidad. Ahora, cuando la Presidenta dice no recordar un gobierno tan atacado como éste; cuando afirma que las gestiones Kirchner-Kirchner fueron las mejores en 200 años; cuando denuncia la extorsión del campo que le puso una pistola en la cabeza para negociar o cuando enloquece con la persecución que interpreta recibir por parte de los medios de comunicación, la Presidenta lo cree, cosa que agrava el diagnóstico.
Si bien las alteraciones de la mente no son contagiosas, la crispación que provocan sus dichos, los fantasmas que denuncia, las medidas que se toman y los antagonismos que el discurso oficial genera, sí lo son. Mientras tanto, en el horizonte de la gestión política actual no se divisa quién aporte la cuota de calma y juicio recto que enderece el peligroso derrotero que han tomado las cosas.