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lunes, 9 de octubre de 2006

Kirchner es conflicto-dependiente

A tres años de su llegada a la presidencia, el enfrentamiento parece ser una política de estado para el presidente Néstor Kirchner, o una necesidad biológica de su personalidad. En el plano internacional, se ha disgustado con casi todos los países de la región; elevó innecesariamente el tono del disenso con Estados Unidos; criticó a los organismos multilaterales de crédito en el contexto de una estrategia pasada de moda que intenta la falacia de una victimización regional de Latinoamérica como objeto vilmente exprimido por los países ricos. Kirchner ha logrado aislar a la Argentina del resto del mundo.

Internamente también alentó desde el comienzo los enfrentamientos entre sectores y personas. Discrepó sin tolerancia republicana con opositores, empresarios, políticos, académicos y periodistas. Destrató a los miembros de las fuerzas armadas y de seguridad; criticó con dureza las administraciones que lo precedieron y hasta se peleó con Eduardo Duhalde, el dirigente cuyo respaldo hizo posible su llegada al poder. Descalificó una a una las críticas a su autoritaria conducción política y revivió un clima de intolerancia colectiva que hace peligrar la convivencia pacífica de la sociedad. Su blanco más reciente es la jerarquía eclesiástica a la que fustiga sin mesura desde los palcos armados para la propaganda política de su administración.

El presidente Kirchner no puede gestionar en la paz. O no sabe pero lo cierto es que necesita del conflicto para la acción política y eso es una grave deformación. La Argentina ya vivió el enfrentamiento
civil armado y la obligación de la dirigencia política es superar los episodios trágicos de nuestra historia reciente. Kirchner los aviva peligrosamente. La pregunta que cabe es ¿para qué? ¿Para qué alienta viejos rencores? ¿Qué busca obtener el Presidente con la reedición de odios?

En los años ´70, cuando el terrorismo subversivo instalaba el miedo en la sociedad argentina a través de una ola de violencia inédita en América Latina, cayeron miles de personas. En esa guerra, en la que las fuerzas armadas defendieron a la población civil para evitar la instalación de un gobierno marxista y la disolución de las instituciones republicanas, hubo dos bandos definidos pero Néstor Kirchner no perteneció a ninguno. No militaba en las filas de las guerrillas urbanas ni integró las fuerzas leales. No arriesgó su vida por las instituciones ni contra ellas. No apoyó la defensa del sistema ni se armó para destruirlo como hicieron los combatientes guerrilleros. No se escuchó su voz a favor ni en contra de ninguno. Por eso hoy, 30 años después, parece una impostura su pretensión de elegir bando.

Es una impostura pero, lo más grave, resulta que ahora es el presidente de la nación. Ahora no puede elegir un bando y ejercer la injusticia y la arbitrariedad desde su posición de poder y es precisamente lo que viene haciendo desde que llegó a la Casa Rosada. El presidente argentino construye su poder a partir del desencuentro y debería saber que, si bien es una técnica que ofrece resultados inmediatos porque se reina mientras se divide, la historia enseña que quien siembra vientos, inexorablemente, recoge tempestades.

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