Y la travesía llegó a su fin. Néstor Kirchner, su esposa, la hija de ambos, su amiga y el resto de los 40 acompañantes cuya relajada semana en la Gran Manzana hemos financiado los argentinos, están de vuelta en el pago. Lejos de la campana de Wall Street, de los suntuosos aposentos del Four Seasons, del chianti de 70 dólares la botella que consumieron en Bice, del pésimo tratamiento que se supo ganar el presidente argentino de parte de la prensa internacional, de la indiferencia que le dedicó la comunidad de negocios, de los abrazos “bolivarianos” y los desaires kirchneristas. Acá están ellos, de vuelta de la ciudad preferida del matrimonio Kirchner. Casi inexplicable porque New York es New York gracias a la aplicación de la “tolerancia cero” de Giuliani y Bratton; al sistema de vida que hace eje en la libertad y al respeto de los derechos individuales; New York es New York gracias a la independencia de los poderes del estado y a la libertad de prensa, de información y de conciencia. Y fundamentalmente, New York es New York porque sus autoridades no le temen a la diversidad. New York es la diversidad. Por eso resulta tan curioso que sea la ciudad extranjera que más atrae al presidente argentino. La Gran Manzana es grande porque sus habitantes se sienten orgullosos de la pertenencia; porque viven bajo el imperio de la ley y lo saben y también saben que porque viven bajo el imperio de la ley, son libres. Y porque defender la libertad y la ley es una causa compartida.
Los Kirchner volvieron a la falta de energía eléctrica producto de una crisis cuya responsabilidad no debieran eludir; a los poderes omnímodos; a las presiones sobre la prensa libre; a los jueces sin independencia; a los legisladores sin vergüenza. Volvieron a los piqueteros devenidos funcionarios públicos; a los conflictos con los países vecinos; a los precios retenidos; a la inflación reprimida; a los cartoneros revolviendo la basura; a la inseguridad de sus calles; a los contratos incumplidos; a la historia tergiversada. Si el presidente Kirchner se apartara de su terminante negativa y accediera por una vez al contacto con la prensa, la pregunta obligada sería ¿qué es lo que le atrae de New York, si esa ciudad, producto exclusivo de sus políticas, es el espejo de una administración pública y una concepción filosófica opuestas a la suyas?
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